Alberdi y la Doctrina Monroe

Alberdi y la doctrina Monroe

Cuando proclamó “América para los americanos”, muchos podrían haber pensado en una invitación hecha a los países del continente a cerrar filas, en pie de igualdad, frente a las potencias europeas, como España, Francia y Gran Bretaña. Sin embargo, fueron pocos los que advirtieron que aquella máxima de James Monroe escondía -como los europeos- pretensiones imperialistas. El discurso americanista del presidente Monroe poco tenía que ver con el discurso americanista que levantaban los patriotas del sur.

Nacido en 1758 y proveniente de una familia no tradicional de Virginia, el joven Monroe realizó sus estudios básicos y pronto, todavía adolescente, ingresó al Ejército Continental que comandaba George Washington en su lucha independentista contra el imperio británico. Abogado de profesión, seguidor de Thomas Jefferson, y ya casado a los 28 años, Monroe se nutrió de los debates en torno a la constitución de las 13 colonias independizadas, si debían mantenerse como una confederación o fortalecer un gobierno central que mantuviera atribuciones soberanas por encima de cada Estado. Se iniciaba así el período de la nueva constitución y de los Federalistas y los Republicanos.

Habiendo ingresado a las filas republicanas (hoy demócratas), luego de dos breves períodos como gobernador de Virginia -uno más breve que el otro- y de desempeñarse en la importante secretaria de Estado bajo las órdenes de James Madison, Monroe alcanzó la presidencia de la federación en 1817. Una de sus principales líneas políticas fue la que lo hizo conocido en el mundo, por su ya célebre frase. Llamada “Doctrina Monroe”, la política fue declarada en el último mensaje presidencial al Congreso, en diciembre de 1823. Afirmaba -en pocas palabras- que los países americanos debían protegerse a sí mismos y advirtió a las potencias europeas que pretendieran invadir el continente. De esta forma, sentaba las bases de lo que más tarde se conoció como las políticas de las esferas de influencia: Monroe indicaba ya entonces cuál sería considerado el “patio trasero” de los nuevos Estados del norte de América.

En 1825, Monroe cedería la presidencia a otro hombre de las filas republicanas, John Quincy Adams, y apenas seis años más tarde, el 4 de julio de 1831, fallecería con 73 años. Recordamos en esta ocasión la opinión de Juan Bautista Alberdi respecto de la famosa doctrina que sentara las históricas pretensiones norteamericanas sobre los países americanos.

Fuente: Juan Bautista Alberdi, Póstumos, VII, págs. 122-23, en Milcíades Peña, Alberdi, Sarmiento, el 90, Buenos Aires, Fichas, 1975.

«Entre la anexión colonial de Sudamérica a una nación de Europa, y la anexión no colonial a los Estados Unidos, ¿cuál es la diferencia? ¿Cuál es la preferible para Sud América? Ninguna. Es decir, ni monroísmo ni Santa Alianza (…) Así, la anexión colonial a Europa es la conservación de la raza y la especie, con la pérdida de la libertad. La anexión a Estados Unidos es la pérdida de la raza y del ser, con la adquisición de la libertad…para otros, bien entendido, no para los nuestros. Entre las dos anexiones, elija el diablo (…) Si estos tres ejemplos –Texas, Nuevo México, California- no bastan a convencer a los sudamericanos que el monroísmo es la conquista, su credulidad no tiene cura, y su desaparición como raza es su destino fatal (…) ¿Qué es entonces la doctrina de Monroe? La doctrina de un egoísmo, que se expresa por su mismo nombre, casualmente: Mon-roer, es decir, mi comida, mi alimento, mi pitanza (…).”

 

Juan Bautista Alberdi

Fuente: www.elhistoriador.com.ar