Fuente: Felipe Pigna, 1810. La otra historia de nuestra revolución fundadora, Buenos Aires, Planeta, 2010, págs. 89-92.
A fines del siglo XVIII, Buenos Aires era una ciudad cruel, en la que centenares de niños eran abandonados anualmente. Eran “frutos no deseados” de amores prohibidos y clandestinos o violaciones de amos a sus esclavas o de marinos a mujeres de los “barrios bajos”. Allí, en la absoluta desprotección, quedaban estos recién nacidos, literalmente expósitos, expuestos a la “buena de Dios”; y como Dios todavía no era argentino, las pobres criaturas morían de frío y de hambre o eran devorados por los perros cimarrones y los cerdos, o terminaban siendo atropellados en las noches por carruajes y transeúntes.
Algunos investigadores calculan que casi el 11% de la población de 0 a 1 año estaba en condición de abandono u orfandad para 1810; pero la cosa era peor aún en 1779, cuando el virrey Juan José de Vértiz hizo lugar a la petición de Miguel Riglos para establecer una casa destinada a la niñez desamparada y a los que quedaban huérfanos y sin familia. Así nació el 7 de agosto de aquel año la Casa de Niños Expósitos en la que había sido la “Casa de los regulares expulsos”, en la actual Manzana de las Luces. Su primer administrador fue don Martín Sarratea.
La Casa tenía en su frente una especie de torno con un armazón giratorio de madera instalado en un hueco de la pared, que funcionaba como receptáculo para los niños. La persona que abandonaba al bebé debía hacer sonar una campanita que pendía del techo hasta que del otro lado de la pared escuchaba que un empleado ponía a funcionar al torno para recibir al bebé sin que ninguno viera al otro. Pero la vergüenza, el miedo a ser visto o la ignorancia, de un lado, y la desidia de los empleados, del otro, hacían que en el torno se acumularan bebés, que la mayoría de las veces morían de hambre o frío.
El virrey le explicaba al rey Carlos III que “por el establecimiento de esta casa se evita muchas veces la muerte de un inocente y el delito más abominable a la deslizada madre, que le dio el ser, y se consigue también que esos hijos ilegítimos puedan educarse de manera que lleguen a ser hombres útiles a la sociedad”. 1
La primera niña que ingresó a la casa fue una negrita bautizada como Feliciana Manuela. Murió a los pocos meses. Desde su fundación hasta 1802 la casa acogió a más de dos mil niños.
Para la creación de la Casa de Niños Expósitos, Riglos le propuso a Vértiz, segundo virrey rioplatense y hombre “ilustrado”, recurrir a las temporalidades de los jesuitas. En solares que habían pertenecido a la Compañía, en lo que hoy se conoce como la “Manzana de las Luces”, funcionaría la Casa de Expósitos y se construirían varios edificios de alquiler cuya renta financiaría el establecimiento. Inicialmente, la Casa de Niños Expósitos funcionó en lo que hoy es la esquina de Perú y Alsina, en el sitio donde, desde 1821, estuvo la sede de la Universidad de Buenos Aires y más tarde la del decanato de la Facultad de Ciencias Exactas, principal escenario en 1966 de la “noche de los bastones largos”. En 1784 se decidió trasladar la Casa a un sitio más “apartado” del centro, en la esquina de las actuales Moreno y Balcarce, “para alejarla de las miradas inoportunas”. Los edificios para alquiler (“casas redituantes”) se construyeron sobre Perú y Moreno; en parte de esos locales funcionaron la Imprenta y, más tarde, la Biblioteca Pública. Tras una remodelación, en la década de 1820 se estableció allí la Sala de Representantes bonaerense.
El mismo Riglos sugirió traer la imprenta, que era necesaria en la capital y que podía aportar algunos fondos adicionales al proyecto.
Vértiz le escribió entonces al rector del Colegio cordobés, el padre franciscano Pedro José de Parras, quien en su respuesta informaba: “En la misma hora que he recibido la [carta] de Vuestra Excelencia, he buscado esta imprenta y la he hallado en un sótano, donde, desarmada y deshecha, la tiraron después del secuestro de esta casa, y sin que con intervención del impresor se hiciese inventario de los pertrechos de esta oficina, que era la principal y más útil alhaja del Colegio”.
Pero a renglón seguido, el padre Parras mostraba estar más que contento de que le sacaran la “alhaja” de encima: “Al Colegio costó esta imprenta dos mil pesos […]; pero en el día solamente un facultativo podrá decir a punto fijo su valor intrínseco. En esto, Señor Excelentísimo, no debo pararme ni por un momento. Mande Vuestra Excelencia conducir a Buenos Aires cuanto aquí se halla, que el Colegio quedará muy contento con aquella compensación que se considere justa, rebajando después cuanto Vuestra Excelencia quiera, en obsequio del beneficio común y causa pública, que deben preferir a los intereses particulares de una Casa, y más cuando se trata de una alhaja que se considera perdida”. 2
Ni lerdo ni perezoso, el virrey ordenó que se encajonase todo y se lo enviasen a Buenos Aires, donde la imprenta o lo que quedaba de ella llegó, en carreta, en febrero de 1780 para ser tasada. Como don Juan José de Vértiz y Salcedo era un caballero de la Orden de Calatrava, y en definitiva abonaba con bienes de las temporalidades de los ex jesuitas, los mismos que habían pagado originalmente la “alhaja”, ordenó girarle al Colegio de Montserrat la suma de mil pesos, y todos contentos.
Dice bien Juan María Gutiérrez que “la imprenta no era mirada bien por todos porque intuitivamente descubrían en ella los mal avenidos con la luz, el germen de los cambios y mutaciones en las ideas y las costumbres, en sentido que no les cuadraba. Y tenían razón, porque los útiles efectos de la prensa, según la expresión de Vértiz, llegaron a sentirse, aunque lentamente, sirviendo su establecimiento, durante todo el resto del siglo XVIII, de estímulo cuando menos a la lectura, por medio de los libros de devoción que salían de cuando en cuando de la prensa de los Niños Expósitos”. 3
Referencias:
1 Carta del virrey Vértiz fechada en Buenos Aires el 26 de enero de 1781, citada por Ricardo Piccirilli, Diccionario Histórico Argentino, Buenos Aires, Ediciones Históricas Argentinas, 1953.
2 Carta del padre Pedro José de Parras al virrey Vértiz, 27 de septiembre de 1779.
3 Juan María Gutiérrez, Bibliografía de la primera imprenta de Buenos Aires…, Imprenta de Mayo, Buenos Aires, 1866.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar