Los que hacen reír, por Joaquín V. González


Fuente: Revista Caras y Caretas, Nº 7, 19 de noviembre de 1898, pág. 7.

De una bellísima carta literaria que el doctor Joaquín V. González dirigió a uno de nuestros redactores, tomamos los párrafos con que zurcimos este artículo, y que son un verdadero obsequio a los lectores de Caras y Caretas, pues el elegante colorista no ha escatimado en ellos las galas de su ingenio, y presenta, como en un cinematógrafo, las caras animadas y risueñas de aquellos que atraviesan la vida silbando alegres la solfa de la burla.

(…) Quiero hablarle a Caras y Caretas, que me ha conquistado por lo más débil de mi ser, la extraordinaria afición al género festivo, cultivado por otros, y a la caricatura, en la cual reconozco la más difícil y deliciosa de las artes.

Así es ella también, la más amable y atractiva, con sus finuras de filigrana y sus gracias de niño, que ningún ingenio ha podido ni podrá imitar jamás. Por esto también soy un admirador de todos los payasos, desde los que hablan medio inglés y medio castellano, hasta esos de campaña, que hacen sus gestos, cantan sus letrillas en criollo y bailan sus grotescas danzas bajo una lona remendada y a la luz del mediodía.

¡Esto sí que requiere valor y talento!

Los payasos de corte, de metrópoli, tienen sobre aquéllos la ventaja de los teatros, las telas fantásticas, la luz eléctrica, los prestigios de las noches y de la buena música, y de las hadas vestidas de tul y resplandecientes, de esmalte y pedrerías mientras que los pobres compatriotas nuestros, aliados siempre a “compañías de pruebistas náufragos” –como se le ocurrió un día al doctor Wilde clasificar a cierto núcleo de viajeros que venían a Buenos Aires el año 80–  deben habérselas con la franca y plena iluminación del sol, y si no saben manejar la guitarra y no tienen voz y un abundante repertorio de décimas para semipayar en milonga, con alusiones políticas o municipales, ya pueden ir pensando en mudar la tienda o el aduar a otro partido o provincia.

Usted sabe que todos tenemos, en grado más o menos subido, la manía coleccionista. Pues bien, yo le confesaré la mía, sugerida –la confesión– por la carátula de su bello periódico.

Me ocupo, con la seriedad posible a mis años, de formar una colección de dibujos, láminas, estampas y… lo que sea, con figuras de payasos de todos los estilos y nacionalidades.

Y créame que no hay muchos goces comparables al mío, cuando recorro la serie de tipos, grotescos o no, de mis personajes, con sus actitudes, gestos, pinturas y deformidades tan heterogéneas como abigarradas.

Le diré también que una de las personas más culpables a este respecto, para conmigo, es aquel cómico de la lengua, llamado Guillermo Shakespeare, el autor de la serie más hermosa de payasos que se puede admirar, a los cuales –semejante a cierto ejercicio moderno de otro de sus ilustres compatriotas– los hace jugar como muñecos y hablar con las cosas más entretenidas y filosóficas, a punto, como usted sabe, de haberse querido hacer pasar a Bacon por autor de esa filosofía.

Sí; hace bien en darnos algo para alegrar las horas, aunque sólo sean unas cuantas del domingo.

Ese es el género más noble, más alto, más profundo, más fino, más digno del genio y evocador del mismo.

No soy muy erudito en historia literaria, pero se me ocurre que en la inmensa genealogía de esta nota divina, ocupan los extremos conocidos Aristófanes, allá en los tiempos luminosos de la Grecia, y Mark Twain, en estos otros tiempos, menos claros, pero más cómicos acaso que aquellos en que viviera el autor de Las Avispas. Y entre ambos, ¡qué corte más encantadora de beneméritos dispensadores del buen humor y de la risa abierta, libre, valerosa y honrada! De esa risa que repercute en las salas de los teatros y los circos, como gritos de pájaros entre las quebradas, sugiriendo por instantes la visión de esa edad universal, de la infancia, donde todos éramos iguales y constituíamos la democracia más legítima y sin mezcla. Ya ve todas las cosas que me está haciendo decir, como quien no dice nada.

Joaquín V. González