María Antonieta, la reina desdichada, de Cristina Morató


Niñas y adolescentes de todas las latitudes que dieron rienda suelta a la imaginación con los cuentos de hadas más fantásticos se estremecerían frente al costado más humano y desgarrador de las seis reinas que desfilan por las páginas del libro Reinas malditas, de Cristina Morató.

A través de los diarios personales y la correspondencia familiar, Morató desentraña aspectos poco conocidos de algunas de las reinas más legendarias de Europa. Su libro recorre las pasiones y sinsabores de la famosa Sissí, la indómita Elizabeth de Baviera, que fuera emperatriz de Austria y reina consorte de Hungría; Cristina de Suecia, una mujer poco agraciada, que reinó durante un tiempo de convulsión y debió abdicar el trono; la española Eugenia de Montijo, emperatriz consorte de los franceses como esposa de Napoleón III; Victoria I de Inglaterra, una de las reinas más longevas, cuyo reinado se extendió a lo largo de 64 años; Alejandra Romanov, última zarina de Rusia, asesinada junto a su familia por los bolcheviques en la revolución que puso fin a tres siglos de dominio de los zares, y finalmente, María Antonieta, “la austríaca”, como le decían con desdén los franceses en su período de menor popularidad, que terminaría al igual que su esposo Luis XVI en la guillotina durante el Reinado del Terror de la Revolución Francesa.

Compartimos aquí fragmentos del capítulo dedicado a esta última, la célebre María Antonieta, famosa por sus costosos gustos, su aire refinado y su propensión a la frivolidad. Tenía apenas 6 años cuando su destino comenzó a ligarse al del heredero del trono francés, el futuro Luis XVI, en virtud de una alianza estratégica largamente meditada por la dominante madre de la futura reina, María Teresa, emperatriz de Austria y reina de Bohemia y de Hungría.

El apasionante relato de Morató nos revela aquí episodios desconocidos de su historia, desde su nacimiento poco auspicioso el día de los difuntos hasta su triste final en la guillotina tras el largo calvario que significó para la corona francesa la Revolución Francesa. “En la desgracia descubres tu auténtica naturaleza”, escribió María Antonieta alguna vez, y fue en efecto en la adversidad cuando María Antonieta mostró una entereza y dignidad extraordinarias.

Fuente: Cristina Morató, Reinas malditas, Buenos Aires, P&J, 2014, págs. 101-181.

“No puedo sino presagiaros una vida desgraciada y confieso que, dado el afecto que os profeso, me produce una pena infinita.” Carta del emperador José II de Habsburgo a su hermana María Antonieta (1775)

María Antonieta siempre creyó que su vida estaba marcada por la fatalidad. La fecha de su nacimiento ya fue un mal augurio. Era el día de los Difuntos y en Viena se recordaba a los seres desaparecidos con misas de réquiem. (…) Aquella niña que veía la luz tan lúgubre día despertaría más odios y temores que ninguna otra soberana de su época. De ser una de las princesas más bellas y afortunadas de Europa, pasaría a ser declarada culpable de traición y morir en la guillotina antes de cumplir los cuarenta años. Fue al final de su vida, ante la adversidad, cuando demostró el valor y la dignidad que se ocultaban tras su frívola apariencia. (…)

Para la reina María Teresa de Habsburgo, la pequeña que llegaba al mundo en sus aposentos del palacio de Hofburg de Viena el 2 de noviembre de 1755 era su decimoquinto hijo. Tras un parto difícil que duró todo el día, nació una niña que fue bautizada con el nombre de María Antonia Josefa Juana, más conocida como María Antonieta. (…)

María Teresa, emperatriz de Austria y reina de Bohemia y de Hungría, sorprende a todos por su buen aspecto tras un parto complicado y agotador. Está contenta, y no es para menos: la llegada de un nuevo descendiente supone para ella ventajosas alianzas políticas. (…) A sus treinta y ocho años esta gran soberana, que dirige con mano de hierro el gran Imperio austríaco, apenas se ocupará de su pequeña. (…)

Como todas las archiduquesas Habsburgo, María Antonieta fue educada para ser dócil y complaciente (…) La emperatriz se mostraba muy estricta en cuanto a la absoluta obediencia que debían prestar sus hijas. Al año de nacer María Antonieta, declaró: «Han nacido para obedecer y deben aprender a hacerlo a su debido tiempo». (…)

…María Teresa consagrará todas sus energías a casar a sus hijas con buenos partidos. Su numerosa descendencia le asegurará alianzas políticas con todas las potencias europeas, lo que le valió el título de «Suegra de Europa». (…)

Las largas y arduas negociaciones que la emperatriz inició —cuando ella (María Antonienta) apenas contaba seis años de edad— para casarla con el Delfín de Francia, Luis Augusto de Borbón, han dado su fruto antes de lo que imaginaba. El rey Luis XV informa al conde de Mercy-Argenteau, embajador de Austria en la corte de Versalles, que la elegida para ocupar en un futuro el trono de Francia cuenta con su aprobación.

Por primera vez María Teresa centra toda su atención en su hija menor, que ha cumplido doce años. María Antonieta es delgada, de talle fino, tiene poco busto y escasa estatura. Su cabello rubio, de un tono claro, abundante y espeso como el de su madre, resulta muy favorecedor. (…)

Pero el problema de María Antonieta no era su belleza, sino su educación. A los doce años apenas sabe escribir, su ortografía es mala, no siente interés por la lectura —ni nunca lo tendrá— y sus conocimientos de historia y literatura son casi nulos. Habla algo de italiano y pronuncia a duras penas unas palabras en francés. (…) Desde Francia se manda a la corte vienesa a un ilustre erudito, el abad de Vermond, con el cargo oficial de preceptor de la Delfina… (…). Un año más tarde, María Antonieta hablaba francés con bastante soltura, aunque con un ligero acento alemán. En sus informes Vermond destacará que la niña es más ingeniosa de lo que aparenta, pero lamenta su pereza en el estudio y la ligereza de su comportamiento. (…)

A los doce años la infantil y despreocupada archiduquesa se enteró de que iba a ser reina de Francia. (…)

En la soleada mañana de primavera del 21 de abril de 1770, María Antonieta abandonaba con enorme tristeza la corte de Viena camino de Versalles. (…) Su séquito está compuesto por más de un centenar de personas a su servicio… (…)  La numerosa comitiva austríaca consta de cincuenta y siete carruajes y más de un centenar de personalidades nacionales. El rey de Francia ha regalado a su futura nuera dos lujosas carrozas revestidas en su interior de terciopelo y finos bordados en oro. (…)

Un regalo del cielo
Al fin, el 14 de mayo al atardecer María Antonieta pudo conocer al rey de Francia y a su flamante esposo. El legendario encuentro tuvo lugar en el bosque de Compiègne. (…)

Al Delfín de Francia, Luis Augusto, la dulce archiduquesa austríaca no le causó la misma impresión que a su abuelo. En el diario de caza en que sólo escribía sobre asuntos de importancia, hizo una breve anotación: «Encuentro con la señora delfina». Al verla la besó recatadamente en la mejilla sin el menor entusiasmo. El futuro heredero de la corona de Francia era un adolescente tímido y algo torpe, además de poco agraciado. Sin duda, en los retratos que María Antonieta había visto de él sus defectos habían sido muy retocados. (…)  Huérfano de padre a la edad de once años, el Delfín recibió una esmerada educación y era un joven inteligente, aunque por su aspecto no lo aparentara. (…)

El 16 de mayo María Antonieta llegó con su séquito a Versalles, el soberbio palacio real «de mil ventanas» que ahora sería su hogar y donde iba a pasar el resto de su vida. (…) El complejo de Versalles era una ciudad en sí misma, distante unos veinte kilómetros de París. Aquí residían casi cinco mil personas entre miembros de la nobleza, familia real y representantes del gobierno. Otras cinco mil componían el servicio y personal a cargo del mantenimiento y administración del palacio. Versalles tenía setecientas estancias y podía alojar a veinte mil personas. Sus magníficos jardines, que ocupaban ochocientas hectáreas, estaban salpicados de estatuas de mármol, estanques y fuentes. (…)

El rey Luis XV ha querido superar el fausto de su antecesor el Rey Sol y ha organizado un suntuoso banquete nupcial en una de las salas, iluminada por magníficas arañas de cristal. Será la última gran fiesta del Antiguo Régimen. (…) Más de seis mil invitados, elegidos entre la nobleza, asisten al banquete, pero no para comer con el rey sino únicamente para poder contemplar desde la galería cómo los veintidós miembros de la Casa Real degustan los exquisitos manjares que desfilan ante sus ojos. (…)

Tras la opípara cena el rey en persona conduce del brazo a la pareja a su alcoba, donde deben consumar su matrimonio. La ceremonia del «acostamiento» era, como todo en Versalles, un acto público. Un nutrido número de damas y cortesanos, en función de su cuna y posición en la corte, pueden acceder a la cámara real, donde el arzobispo de Reims bendice el lecho nupcial. El propio rey de Francia entrega la camisa de dormir a su nieto y la duquesa de Chartres hace lo propio con la Delfina. Los recién casados se acuestan ruborizados y en este instante los invitados les hacen una profunda reverencia y se retiran en sigilo. Al fin se echan las cortinas y aunque el rey le da a su nieto algunos consejos de última hora, éstos resultan en vano. Por primera vez desde que se han conocido están solos, y tan agotados que al instante se quedan dormidos casi a la vez.

Al día siguiente el Delfín escribe en su diario de caza su célebre «Nada», refiriéndose al primer encuentro íntimo con su esposa. (…)

Tras el deslumbramiento que le causó Versalles a su llegada, con el paso de los meses María Antonieta se siente muy sola y se aburre porque todos los días son iguales. (…) En una carta a su madre, fechada en julio de 1770, le describe su monótona vida cotidiana. Se levantaba entre las nueve y las diez, se vestía con ropa informal; rezaba, desayunaba, y a continuación visitaba a sus tías reales. (…) …si algo no soportaba era el complejo ceremonial que marcaba su vida diaria como Delfina de Francia. Desde el primer instante que pisó Versalles le resultaba un fastidio tener que depender de los demás en cosas que en Viena hacía ella misma. (…)

Muy lejos de la corte, en el palacio de Hofburg, la emperatriz viuda María Teresa, deseosa de tener cuanto antes un nieto, comienza a preocuparse. Pasan los meses y por las cartas que le escribe su hija descubre con hondo pesar que el matrimonio sigue sin consumarse. (…) Al final Luis XV en persona interviene y le pregunta a su nieto las razones de su frialdad hacia su atractiva esposa. Éste le replica que todavía tiene que vencer su timidez. (…)

Poco a poco María Antonieta intentó pasar más tiempo con su marido y realizar alguna actividad con él. A finales de 1770, la Delfina empezó a organizar bailes privados en sus dependencias, a los que asistía su esposo. A falta de relaciones íntimas, al menos podían disfrutar de una vida social normal. La idea tuvo mejor efecto que las «caricias insistentes» que María Teresa le recomendaba a su hija para conquistar a Luis Augusto en el lecho. Cuando en una ocasión una cortesana alabó la gracia y el encanto personal de María Antonieta, el Delfín respondió: «Tiene tanta gracia, que lo hace todo a la perfección». Este adolescente que sólo encontraba placer en la caza, la carpintería y la forja, pronto se dejaría seducir por los encantos de su esposa, la única persona que amará de verdad en su vida. Cuando se convierta en rey de Francia, Luis Augusto siempre aprobará lo que haga su mujer y le será fiel hasta el final de sus días. (…)

Han pasado tres años desde el matrimonio de María Antonieta y el Delfín de Francia, y el rey Luis XV se muestra por primera vez seriamente preocupado por su descendencia. Ha ordenado a su médico personal que examinara a su nieto, pero el diagnóstico es claro: el joven es absolutamente normal. Le recomiendan una alimentación sana y que practique mucho ejercicio físico. María Antonieta hace gala de una enorme paciencia y no pierde la esperanza de que su extraño marido cambie de actitud. Mientras ese día llega, ha decidido que el pueblo de París la conozca. Ya que por el momento no puede dar a Francia el ansiado heredero, quiere compensar a los parisinos con su presencia y de paso acallar los rumores que circulan sobre ella.

La entrada en París el 8 de junio de 1773 será todo un éxito. El Delfín y la Delfina asistirán a misa en Notre Dame, almorzaran en las Tullerías y recorrerán los principales bulevares de París en su carroza. Durante todo el trayecto serán aclamados con fervor por el pueblo, que agradece su visita. María Antonieta se siente inmensamente feliz e incluso su esposo, siempre tan reservado, se emociona al sentir el cariño de sus súbditos. De regreso a Versalles, en una carta a su madre por fin puede comunicarle un triunfo: «¡Qué feliz soy de ganar la amistad del pueblo a tan bajo precio! No hay, sin embargo, nada más preciado; así lo he sentido y no lo olvidaré nunca». Aquella primera visita oficial a París transformará al Delfín, que se siente orgulloso del encanto de su esposa, de su alma caritativa y su enorme popularidad. A partir de este momento pasará más tiempo con ella e incluso en público le dirigirá palabras de afecto y admiración.

A pesar de la perfecta armonía que ahora existe entre el Delfín y su esposa, los problemas de alcoba siguen sin solucionarse. Luis Augusto visita cada vez con mayor frecuencia las dependencias de su esposa sin que ocurra absolutamente nada, lo que agrava el drama conyugal de la pareja. Finalmente un médico francés de la corte dictaminará que la impotencia del heredero al trono se debe a que padece fimosis, un problema que puede solucionarse con una intervención quirúrgica. El príncipe, de carácter temeroso y vacilante, no quiere operarse por el momento y pospone la intervención, que en aquel tiempo se realiza sin anestesia. María Antonieta, herida en su amor propio, intentará divertirse para olvidar los rumores y los constantes reproches de su madre. Ama a su esposo y le seguirá siendo fiel, pero necesita alejarse de las intrigas y los chismorreos de la corte. Tiene dieciocho años, es joven, bonita y hasta la fecha ha aguantado con dignidad sus frustraciones conyugales. Ahora sólo piensa en distraerse y cada vez con más frecuencia se escapa de noche a París, una ciudad que le resulta fascinante.  (…)

En el año de 1774 la vida de María Antonieta dio un giro inesperado. El 10 de mayo el rey Luis XV muere en su lecho tras una larga agonía víctima de la viruela. (…) Tras la muerte de Luis XV el pueblo de Francia tenía puestas todas sus esperanzas en los nuevos soberanos, que aún no han cumplido los veinte años. Creían que con su juventud y ejemplar comportamiento traerían aires nuevos a una corte decadente y corrupta, cada vez más alejada de las necesidades de la gente. Sin embargo, aunque entonces gozaban de una gran popularidad, ninguno de los dos se sentía preparado para tan alto destino. (…)

Intrigas y placeres en la corte
(…) En sus primeros meses de reinado María Antonieta dedicará mucho tiempo y dinero a elegir su vestuario para lucir en los actos sociales. El rey le ha confiado las diversiones de la corte, ocupación a la que se entregará en cuerpo y alma. La reina organiza dos cenas por semana, un espléndido baile quincenal —con distinta temática y coreografía, lo que obliga a ensayos diarios— y conciertos privados a los que invita a sus amigos más queridos sin importarle su rango. Como soberana de Francia su imagen tiene que ser impecable y acorde con su alto rango. París ya entonces era el centro del mundo de la moda y el buen gusto. Las casas reales encargaban aquí los vestidos y ajuares de las princesas. La reina se iba a convertir muy pronto en la mejor representante de la moda rococó que, además de prestigio, daba buenos beneficios económicos a la capital francesa. (…)

Para combatir la frustración que siente por no poder ser madre, María Antonieta se dejará llevar por un frenesí de compras y caros caprichos. En los meses siguientes pasa los días probándose cientos de vestidos, sombreros y zapatos elaborados con sedas, brocados, ribetes de diamantes, perlas y piedras preciosas. Una locura de gastos y excesos de joyas y plumajes que exasperarán a la emperatriz María Teresa. (…)

María Antonieta no ignora la grave crisis económica que atraviesa Francia, ni que el reino tiene un enorme déficit, ni que las cosechas de trigo han sido desastrosas y que el pan comienza a escasear. Pero vive de espaldas a la realidad. El nuevo ministro de Finanzas nombrado por Luis XVI era partidario de celebrar una sencilla ceremonia de coronación en París. Creía que esto causaría una buena impresión entre el pueblo, descontento por el aumento del precio de la harina. Finalmente se decidió por seguridad celebrar el acto en  Reims, lejos de la capital. Pero la consagración del rey el 11 de junio de 1775 fue una ceremonia de gran lujo y pompa. El espléndido vestido de María Antonieta bordado de piedras preciosas es un gasto menor comparado con el despilfarro de toda la coronación. El traje del rey estaba brocado en oro y cubierto de diamantes, y sobre sus hombros lucía un manto de diez metros de largo de terciopelo forrado de armiño. En su pesada corona, que se encargó nueva a un orfebre porque la de Luis XV le resultó demasiado pequeña, llevaba magníficos rubíes, esmeraldas, zafiros y el «diamante más fino» que se conocía, el Regente. María Antonieta se muestra emocionada cuando al finalizar la entronización se abren de par en par las puertas de la catedral y una multitud invade la nave al grito de «¡Viva el rey!».

Pero en las calles de París se ha desatado la campaña de calumnias que atormentará a María Antonieta hasta el fin de sus días. Circulan panfletos contra ella, se la acusa de tener amantes, de mantener relaciones lésbicas con sus favoritas o de despilfarrar el dinero público en frivolidades. (…)

María Antonieta olvida pronto los consejos de su madre y el año que comienza de 1776 se ve arrastrada a un torbellino de nuevos placeres. Si antes se escapaba con frecuencia a París para asistir a la ópera o a las carreras de caballos en el Bois de Boulogne, ahora todas las noches acude a los aposentos de la princesa de Guéménée, donde hace estragos el faraón. María Antonieta siente pasión por los juegos de cartas y en poco tiempo convertirá Versalles en un «garito» de apuestas. (…)

Pero la emperatriz María Teresa es menos complaciente con su hija y cuando llega a sus oídos que la reina dilapida el dinero en el juego, decide intervenir. En una carta le anuncia la llegada a Versalles de su hermano, el emperador José, para intentar frenar su irremediable caída en desgracia. El motivo de la visita es doble. Por una parte, el soberano desea hablar, de hombre a hombre, con su cuñado Luis XVI para convencerle de que se opere y pueda así consumar su unión. Por otra, pretende amonestar a su hermana sobre las nefastas consecuencias de su irreflexivo comportamiento para el futuro de la Corona de Francia. (…)

Durante los dos meses que seguirán a la triste partida de su hermano, María Antonieta acompañará más menudo al rey en sus cacerías y se apartará de las mesas de juego. El emperador ha conseguido, por el momento, que su hermana recapacite, pero su mayor éxito ha sido con su cuñado. A los veintitrés años por fin Luis XVI, tras perderle el miedo al bisturí, ha descubierto los placeres del sexo y se declara inmensamente feliz. A sus queridas tías les confiesa: «Me gusta mucho el placer, y lamento haberlo desconocido durante tanto tiempo». Por su parte María Antonieta, tras tan larga espera, se muestra también feliz y realizada como mujer, tal como le confiesa a una de sus damas de compañía.

Un año después de la visita de su hermano María Antonieta escribe la carta que su madre lleva esperando largos años, en que le anuncia que está embarazada. Ha renunciado al juego, a las carreras de caballos, a los bailes en la ópera y por primera vez se cuida. Se acuesta más temprano, no monta a caballo ni en trineo y lleva una dieta sana. El 19 de diciembre de 1778 siente los primeros dolores de parto y se prepara para traer al mundo al ansiado heredero. A diferencia de su madre la emperatriz de Austria, que ordenó en la corte de Viena abolir esta degradante costumbre, el parto de una reina de Francia es un acto público. Todos los miembros de la familia real, así como los más altos dignatarios y la servidumbre de los monarcas, tienen derecho a estar presentes en la alcoba. Más de cincuenta personas se hacinan en la habitación con las ventanas cerradas para que no entre el frío del invierno. El ambiente es irrespirable y el rey se muestra muy nervioso ante el sufrimiento de su esposa. Finalmente tras doce horas de parto María Antonieta da a luz a una niña, que será bautizada con el nombre de María Teresa, pero que en la corte llamarán «Madame Royal». (…)

Para María Antonieta, a quien le gustaban mucho los niños, el nacimiento de una hija sana y robusta fue una bendición. En la corte de Viena, sin embargo, se consideró una «desgracia nacional». Desde el primer instante la reina deseó amamantar a su hija siguiendo las teorías de Rousseau sobre una maternidad sana y natural. Pero en aquella época se creía que durante el período de lactancia las mujeres eran estériles y era obligación de la soberana quedarse de nuevo embarazada y dar un heredero a la Corona. La emperatriz María Teresa desaprueba las ideas de su hija, pero finalmente el rey permite a su esposa que durante un tiempo amamante a la pequeña. A los tres meses la princesa María Teresa fue confiada a su institutriz real, la princesa de Guéménée, aunque María Antonieta se ocuparía muy de cerca de su educación y le daría todo el amor que ella no tuvo.

Con la maternidad la reina sufre un gran cambio e inicia una nueva vida lejos de los excesos de la corte que tanto la han perjudicado. Pero los franceses no perdonan sus debilidades y su popularidad está más baja que nunca. Los tiempos en que la encantadora Delfina les parecía un regalo del cielo han tocado a su fin. La máquina infernal de libelos que se había puesto en marcha meses atrás avanza imparable. El rey, ajeno a estas calumnias, lo único que desea es pasar más tiempo con su esposa de la que está cada vez más enamorado.

Tras el nacimiento de su hija se llevan mejor y sus relaciones íntimas se intensifican. Ambos deseaban dar un heredero al pueblo francés. En verano de 1779 la reina sufrió un aborto y tuvo que soportar una vez más los reproches de su madre, que la llenan de amargura. Para consolarse se ocupa con más atención que nunca de su recién nacida, pero sigue jugando al faraón y perdiendo grandes suma de dinero. Ya ha olvidado los consejos de su querido hermano y de nuevo se divierte para matar el aburrimiento. El rey la sigue amando y se lo demuestra con su fidelidad, negándose a tener una amante como sus antecesores. Por primera vez no había una favorita real en la corte de Francia y los cortesanos ya no podían intrigar ni pedir favores a la amante de turno. En aquellos días, el rey dejó muy clara su postura: «A todos les gustaría que tuviera una amante, pero no pienso tenerla. No deseo reproducir las escenas de anteriores reinados».

El 3 de noviembre de 1780 María Teresa de Austria escribe la última carta a su hija, que acaba de cumplir los veinticinco años. (…) La emperatriz sólo tiene sesenta y tres años, pero está muy enferma y fallece poco tiempo después en los brazos de su hijo el emperador José. (…)

(…) la reina descubre en marzo de 1781 que está de nuevo embarazada. Esta vez no puede escribir a su madre la carta que tanto hubiera deseado anunciándole el nacimiento de un varón. (…) El niño fue bautizado con el nombre de Luis José y al rey se le vio llorar de emoción en público durante la ceremonia.

La maternidad ha cambiado a María Antonieta, que se muestra más madura y pasa cada vez más tiempo con sus hijos en el ambiente tranquilo y saludable del Petit Trianon. (…) Tras el duelo por la muerte de su madre, reanuda en su refugio campestre los espectáculos culturales. La reina ha mandado construir una réplica a menor escala del teatro de Versalles y ella misma se ha ocupado de su diseño y lujosa decoración. Como de costumbre, la obra tendrá un coste muy elevado y provocará la indignación del pueblo francés que pasa hambre. (…)

A medida que pasan los meses la reina se aísla más en su paraíso del Trianon rodeada de una camarilla de aduladores al frente de la cual se encuentra su favorita madame de Polignac. Apenas pone el pie en Versalles, lo que irrita a los miembros de la corte que ven cómo el enorme palacio se va quedando desierto. La pobre princesa de Lamballe ha caído en desgracia y se retira a vivir al campo con su suegro, donde se dedicará a las obras de beneficencia. Los favores que la soberana otorga a la ambiciosa duquesa de Polignac —rango con el que ha sido honrada—, y a los miembros de su familia, provocan la indignación del pueblo. El poder que esta intrigante dama y su camarilla ejercen en la reina es cada vez mayor. Pronto no se limitarán a recibir títulos, suculentas pensiones y favores, sino que intervendrán en los asuntos de gobierno eligiendo ministros a su capricho gracias a la estrecha amistad que también mantienen con el rey.
(…)

En verano de 1784 se confirma que la reina María Antonieta vuelve a estar embarazada. La noticia llena de felicidad a los soberanos que, preocupados por «la languidez y la mala salud» del Delfín, necesitan asegurar la continuidad de la monarquía con otro varón. (…)

El aumento de la familia motivó a María Antonieta a adquirir una nueva residencia. (…) María Antonieta, que no siente ningún apego por este frío y enorme palacio, ha pensado en adquirir el castillo de Saint-Cloud…

Cuando María Antonieta se convierte en propietaria de este magnífico castillo que pone a su nombre —con la idea de dejarlo en herencia a sus hijos—, provoca la airada reacción de un parlamentario que considera «una imprudencia política y una inmoralidad que una reina de Francia sea dueña de palacios». Si antes el pueblo la apodaba de manera despectiva «la Austríaca», ahora es «Madame Déficit» y muy pronto la harán responsable de la ruina económica que sufre el país. Ajena una vez más a las críticas, la soberana se entregará a la decoración de su magnífica residencia. Los seis últimos meses de embarazo los pasará en una nube eligiendo sedas, tapices, muebles y finas porcelanas para decorar sus salones y aposentos con el exquisito gusto que la caracteriza.

Poco antes de dar a luz, María Antonieta le confiesa al abad de Vermond que teme por su vida. Su embarazo ha sido el más penoso y a punto de cumplir los treinta teme que el parto pueda complicarse. Sus miedos son infundados y en la madrugada del 27 de marzo de 1785, Domingo de Pascua, nace un niño fuerte y sano al que bautizarán como Luis Carlos y será nombrado duque de Normandía. Era el primer hijo que alumbraba la reina desde que la duquesa de Polignac ocupó el cargo de institutriz real. En esta ocasión fue un parto más íntimo y llevadero por decisión de la duquesa, quien para evitar que la soberana pasara por el suplicio anterior de alumbrar en público, restringió la entrada de gente en su alcoba. Con el paso del tiempo el encanto, la dulzura y la fortaleza física de este niño le convertirán en el favorito de su madre.

Cuando dos meses más tarde la reina viaja a París para asistir en Notre Dame a la misa de acción de gracias por la llegada de su tercer hijo, una multitud la recibirá con enorme frialdad y desprecio. Aunque María Antonieta desea recobrar el afecto del pueblo de París, ya es demasiado tarde. Tras diez años de reinado el cariño que antaño le profesaban se ha transformado en odio. A su regreso a Versalles aquella misma noche, consternada por el frío recibimiento en París, la soberana se echará llorando a los brazos de su esposo y dirá: «¿Qué les he hecho para merecer este odio, qué les he hecho?».

(…)

Cuando en la tarde del 9 de julio de 1786 María Antonieta da a luz a una niña que recibe el nombre de Sofía Beatriz, es una mujer triste y amargada. (…)

El reinado del terror
En febrero de 1787 la reina es abucheada por primera vez en la ópera y al regreso a palacio se muestra «angustiada y muy afectada». (…) El país está sumido en la bancarrota y la situación se hace insostenible. Monsieur de Calonne, a cargo del control de gastos, reconoce que todos sus recursos se han agotado y se declara en quiebra. Al no poder llevar a cabo sus reformas para suprimir los privilegios, muestra en señal de despecho los libros de contabilidad a los notables de la corte.

En pocos días toda Francia conocerá lo que Versalles cuesta al país. En tan difícil situación sólo queda encontrar un responsable de todos los males y pronto todas las miradas se dirigen a la reina, «Madame Déficit», que ha dilapidado el dinero en sus frivolidades sin tener en cuenta las necesidades del pueblo francés. Nadie cuestiona lo que cuesta mantener la obsoleta etiqueta en palacio, los sueldos de los más de dos mil lacayos o las cuatro mil personas que trabajan sólo al servicio de la casa del rey Luis XVI. Influido por su esposa, el rey cesará de su cargo a Calonne por incompetente y éste será desterrado a Lorena. Más tarde se demostrará que su atrevido plan de reformas podía haber salvado la monarquía de haber contado con el apoyo del rey.

Aquél iba a ser un año especialmente duro y triste para la reina. En primavera su hija más pequeña, la princesa Sofía, falleció semanas antes de su primer cumpleaños. (…) Para Luis XVI la muerte de la princesa Sofía agravará aún más su delicada salud. (…) El soberano, cada vez más débil y desconfiado, sólo hace caso a su esposa. (…) Aunque María Antonieta no tenía el genio político de su madre la emperatriz, ante la extremada vulnerabilidad del rey decide intervenir en los asuntos de Estado. Como primera medida propone sustituir al cesado monsieur de Calonne por el arzobispo de Toulouse, Loménie de Brienne, hombre recomendado por su consejero el abad de Vermond. Las reformas financieras del reino se van a hacer a expensas de las clases más privilegiadas. Pero estas medidas adoptadas para paliar el déficit llegan demasiado tarde y no surten efecto. Las arcas del tesoro están vacías y los gastos de la Casa Real no parecen disminuir. Para demostrar su buena voluntad, María Antonieta decide dar ejemplo disminuyendo el costoso tren de vida de su Casa Real y asistiendo a los consejos ordinarios de Luis XVI y los ministros. Se han acabado los fastuosos bailes y las costosas fiestas que duraban hasta el amanecer. La reina suspende las obras del castillo de Saint-Cloud, acepta la supresión de 173 cargos de la casa de Su Majestad y reduce los gastos de vestuario drásticamente ante la conmoción de su modista Rose Bertin, que ve peligrar su lucrativo negocio de alta costura.

Pero es en aquellos duros momentos cuando María Antonieta, lejos de hundirse, saca fuerzas para seguir defendiendo la Corona. Sus más allegados la describen en aquella época como «una mujer melancólica que sólo encuentra la paz en el silencio y la soledad». A los tormentos políticos y las humillaciones —las memorias de la resentida condesa de La Motte ya circulan por París y la acusan de los peores vicios—, se suma su honda preocupación por el deterioro que sufre el heredero. (…)

Aunque los médicos desconocen el origen de su enfermedad los síntomas que la reina describía en sus desesperadas cartas a su hermano José correspondían a la tuberculosis vertebral, un mal degenerativo para el que no existía cura. Desde los cinco años el pequeño tuvo que llevar un corsé de metal que le provocaba llagas y un gran dolor. A diferencia de la emperatriz María Teresa para quien la política siempre estuvo por encima de la familia, María Antonieta se comporta como una madre ejemplar. En aquellos días instala al Delfín en el castillo de Meudon, convencida de que el aire puro que allí se respira será beneficioso para su convalecencia. Durante un tiempo el pequeño pareció mejorar y se encontraba más alegre. Pero hacia el verano su estado físico era lamentable; estaba casi raquítico y la curvatura de su columna era tan prominente que el pobre no quería que nadie le viera. María Antonieta lo visita con frecuencia y le impresiona la entereza que demuestra a pesar de los terribles dolores que padece.

El invierno de 1789 fue el más crudo que se recordaba en París y las penurias de los pobres se agravaron al subir el precio del pan. Por todos los rincones del país hubo motines y pequeñas revueltas protagonizadas por un pueblo hambriento y harto de tanta injusticia.

Ante la grave crisis que sufre Francia, el rey convoca de manera excepcional a los Estados Generales. Se trata de una asamblea compuesta por miembros del clero, la nobleza y el llamado Tercer Estado que reúne a los representantes de las ciudades. (…)

En la mañana del 4 de mayo de 1789 tuvo lugar una solemne misa antes de la ceremonia inaugural de los Estados Generales en Versalles. La familia real al completo, seguida de los diputados elegidos el mes anterior, encabezan la majestuosa procesión que parte de Notre Dame a la iglesia de SaintLouis. Miles de ciudadanos se agolpan en las calles para ver el paso de la comitiva. (…)

Tal como temía su presencia es recibida con un silencio gélido y desgarrador. (…) Al día siguiente de la procesión tiene lugar la apertura de los Estados Generales, y los más de mil diputados se reúnen en uno de los suntuosos salones del palacio de Versalles. (…) María Antonieta no imagina que ésta será la última vez que aparezca en público como reina del Antiguo Régimen en una ceremonia oficial.

Tras este acto simbólico de impredecibles consecuencias para la Corona, los soberanos abandonaron precipitadamente Versalles en su carroza rumbo al castillo de Meudon. Los días siguientes serán un calvario para estos padres que en cuanto pueden corren al lado de su hijo, que lucha con un valor asombroso contra la muerte. Este niño tan anhelado que tardó casi diez años en llegar y les llenó de tanta felicidad moría el 4 de junio. La interminable agonía del delfín Luis José de Francia había tocado a su fin. El estricto protocolo palatino que María Antonieta tanto odiaba le impidió participar en las exequias de su hijo, que no había podido celebrar su octavo cumpleaños. Los soberanos, completamente abatidos, regresaron a Versalles, donde se organizó un sencillo funeral. (…)

El 14 de junio María Antonieta y el rey fueron al palacio de Marly para pasar una semana de luto con la corte. En su ausencia los acontecimientos se precipitan. El Tercer Estado se autoproclama Asamblea Nacional y proponen crear una nueva Constitución para Francia. El acto supone un desafío al rey, quien decide disolver de inmediato los Estados Generales al haberse extralimitado en sus funciones. Pero la máquina revolucionaria se ha puesto en marcha y es imparable. Luis XVI, aún afectado por la muerte de su hijo, se ve incapaz de afrontar la situación y sólo le quedará reprocharse el haber sido demasiado condescendiente con el Tercer Estado. La monarquía absoluta, con tantos siglos de antigüedad, tiene los días contados.

El ministro de Finanzas, Jacques Necker, el único interlocutor fiable entre el pueblo y la monarquía, es destituido por el rey y enviado al exilio. Este famoso banquero suizo abogaba por una reducción de gastos y una severa reforma financiera que no pudo llevar a cabo. La elección de su sustituto, el ultraconservador barón de Breteuil, firmada por María Antonieta es la gota de agua que desborda el vaso. Cuando en París se conoce la destitución de Necker sólo se oye un clamor lleno de odio y rabia: «¡A las armas!». El 14 de julio de 1789 más de veinte mil hombres cegados por la rabia y que lucen la escarapela tricolor que se convertirá en la bandera de la República, marchan hacia la Bastilla. La fortaleza es tomada al asalto y la cabeza del alcaide de la prisión se pasea ensartada en lo alto de una pica en medio del regocijo popular. «La Revolución francesa ha estallado y la autoridad real ha sido para siempre aniquilada», escribía el ministro ruso en París testigo de los acontecimientos.  (…)

Como tenía previsto, el rey asiste a la Asamblea pero ya no para disolver los Estados Generales sino para anunciar la retirada de las tropas y el regreso de Necker. Los ministros más conservadores son destituidos y los miembros más destacados de la vieja nobleza comienzan a temblar y sólo piensan en huir. (…)

El París revolucionario sigue volcando su odio en María Antonieta, a la que acusan de todos los males de Francia. …no dejan de cebarse en la reina, a la que tachan de promiscua, de ser lesbiana, de vaciar las arcas del tesoro y de ser una peligrosa agente de una potencia extranjera, entre otras muchas cosas.  (…)

El 5 de octubre por la tarde María Antonieta se dirige caminando al Trianon como era su costumbre. …un paje (…) le entrega en mano una carta. La noticia la hace estremecer: el pueblo armado marcha hacia Versalles, la Asamblea ha perdido la razón y en la ciudad reina el caos y el terror. (…)

En Versalles la corte está consternada por los graves acontecimientos, pero María Antonieta trata de dar ánimos a quienes la rodean. (…)

Entrada la madrugada, María Antonieta se despierta sobresaltada por unos gritos horribles y algunos disparos de fusil. Bajo las ventanas de su alcoba una multitud formada en su mayoría por mujeres que ha conseguido saltar la verja intentan entrar en palacio. Ya no gritan como antaño «¡Viva la reina!», sino «¡Muerte a la Austríaca!» o «¡Maldita ramera, puta del demonio!». Los libelos y difamaciones han hecho mella en estas mujeres enfurecidas e ignorantes a las que se les ha hecho creer que «iba a faltar el pan porque la reina lo estaba acaparando para matar de hambre a París». Enseguida una turba invade el palacio y busca los aposentos de la reina, pero no la encontrarán. María Antonieta ha conseguido huir con ayuda de sus damas a través de unos pasadizos hasta la cámara del rey. Toda la familia está a salvo pero la reina no podrá olvidar los insultos, la violencia y el odio de aquellas gentes. Por primera vez es consciente de que han intentado asesinarla y que puede volver a ocurrir.(…)

Al día siguiente, a las doce y media del mediodía, los reyes de Francia se ven obligados a abandonar para siempre el palacio de Versalles. (…) El penoso viaje en la carroza real hasta la capital durará siete horas interminables entre insultos, amenazas y los empujones de la muchedumbre que hacen tambalear las carrozas. Cuando a las diez de la noche el cortejo se detiene ante el palacio de las Tullerías la pesadilla no ha hecho más que comenzar. (…)

En las siguientes semanas la reina trata de organizar su nueva vida en este palacio lóbrego… Poco a poco la familia real reanuda su vida en las Tullerías con una extraña normalidad. (…)

Los que en aquellos días estuvieron junto a María Antonieta coinciden en asegurar que era una mujer totalmente transformada. En la adversidad la reina demuestra un coraje y una serenidad que sorprende a todos. (…) En poco tiempo los soberanos van a llevar en este palacio la vida cómoda y sencilla con la que tanto soñaban desde que fueron entronizados.

(…) En las semanas siguientes, metida en su nuevo papel de guardiana y defensora de la Corona, trabajará sin descanso para encontrar una solución. Ha creado en sus aposentos de las Tullerías una auténtica cancillería, donde cada día recibe a los políticos más destacados y elabora con ellos diversas propuestas de negociación. Logra establecer una correspondencia secreta para comunicarse con sus familiares en el extranjero, entre ellos con su querida hermana Carolina, reina de Nápoles. Aún tiene esperanzas, pero con la llegada de un nuevo año crecen los partidarios de la Revolución y surgen planes de huida para ella y el Delfín de Francia.

En febrero de 1790 María Antonieta recibe la triste noticia del fallecimiento de su hermano José II. Ha perdido no sólo a su hermano más querido y fiel consejero, sino a un importante aliado político. A su muerte sube al trono Leopoldo II, un hermano al que María Antonieta ha tratado poco y con el que no mantiene una buena relación. (…)

A instancias de Mercy participó en delicadas negociaciones secretas con el presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, el conde de Mirabeau, al que le ofreció —a cambio de una buena suma de dinero— trabajar para el rey en el seno de la Asamblea. Tras su primera entrevista con la soberana, este destacado político escribió: «El rey sólo cuenta con un hombre: su mujer. Para ella hay sólo una seguridad, el restablecimiento de la autoridad real. Creo que no desearía vivir sin su corona; pero de lo que estoy bien seguro es de que no podrá conservar su vida si pierde su corona».

En 1791 una serie de acontecimientos convencieron a los soberanos de que había que huir para salvar la Corona. En abril la muerte del conde de Mirabeau, su único aliado en su lucha contra la Revolución, dejó a los reyes de Francia solos ante la furia del pueblo. Sus últimas palabras fueron un fatal presagio: «Me llevo en el corazón el duelo por una monarquía cuyos despojos serán presa de los rebeldes». (…)

En las semanas siguientes los planes de evasión ocupan todas las energías de la reina. (…) En ningún momento piensan refugiarse en el extranjero, sino quedarse en Francia para restablecer el orden y una Constitución que tenga en cuenta la voluntad del rey.

(…)

El día tan anhelado llega al fin…  (…) La familia real cena como era su costumbre con los condes de Provenza y se retiran al salón para charlar un rato. A las diez en punto la reina abandona el salón y se dirige a sus aposentos. Nadie ha notado en ella el menor gesto sospechoso.

Ya entrada la noche María Antonieta despierta a sus hijos y ordena a madame de Tourzel que vista al Delfín con ropa de niña. Unos minutos más tarde, la reina, sus hijos y la institutriz abandonan el palacio por una puerta sin vigilancia. Después lo hará el rey disfrazado con una peluca y un sombrero de lacayo. A medianoche todos suben a la berlina y Axel de Fersen, ataviado de cochero, se encargará de sacarlos de París en la primera etapa del viaje. Cuando en las Tullerías se descubre su desaparición, la noticia corre de boca en boca por todo París. La temeraria aventura de los soberanos finaliza aquel fatídico 22 de junio de 1791 al llegar a Varennes, donde son descubiertos y detenidos.

El regreso a la capital será una pesadilla que la reina jamás podría olvidar. Bajo un calor sofocante la berlina avanza lentamente en medio de una multitud que ha acudido para no perderse el espectáculo. En su interior, agotados tras dos noches sin dormir, sucios y empapados de sudor, los seis fugitivos se hacinan en un carruaje que al mediodía se convierte en un horno irrespirable. Habían tardado veintidós horas en llegar a Varennes desde la capital y de regreso serán cuatro penosos días en los que la moral de los reyes se viene abajo. Durante la mayor parte del trayecto tuvieron que soportar la violencia y los insultos de la gente que les esperaba al borde de los polvorientos caminos. «¡Muerte a la Austríaca, la bribona, la puta, muerte a esta perra!», «¡Nos comeremos su corazón y su hígado!», gritan a su alrededor mientras la reina está como ausente. Miles de hombres y mujeres rodean la berlina y amenazan de muerte a los soberanos levantando sus puños y escupiendo contra los cristales de las ventanillas. Los últimos kilómetros antes de llegar a las Tullerías se hacen cada vez más largos y penosos.

Cuando a las ocho de la noche María Antonieta entra en sus aposentos del palacio es una mujer exhausta y abatida que ha envejecido prematuramente. (…)

De nuevo están prisioneros y hay centinelas apostados en todos los rincones, incluso en los tejados de palacio. Cuando al día siguiente, 26 de junio, una comisión parlamentaria acude a las Tullerías para interrogar a Luis XVI sobre lo sucedido, éste les responde de manera cortés que han sido víctimas de un secuestro. Ésta será la versión oficial que finalmente aceptará la Asamblea, que todavía necesita al rey para que dé su visto bueno a la Constitución que está a punto de aprobarse.

El 14 de septiembre de 1791 Luis XVI acepta la Constitución en una ceremonia que supone el acto más difícil de su reinado. (…)

En los meses siguientes María Antonieta recobra las fuerzas y se muestra infatigable. Ahora su única prioridad es asegurar el futuro de su hijo el Delfín. Ese niño, que tras el asesinato de su padre será aclamado por los monárquicos como Luis XVII, es su única esperanza. (…)

En las Tullerías la familia real vive prisionera y se encuentra aislada. Luis XVI, deprimido y débil, parece vivir en otro mundo; su fragilidad es la comidilla de toda Europa. María Antonieta intenta convencer a su amiga la princesa de Lamballe de que no regrese a Francia como es su deseo. Su fiel amiga, preocupada por la seguridad de la reina, no la escuchará y abandona su cómodo exilio en Londres para estar a su lado sabiendo a lo que se expone. (…)

Fersen, el único en quien la reina puede confiar, viaja a París de incógnito y propone a los soberanos un nuevo plan de fuga con la complicidad del rey Gustavo de Suecia. Pero Luis XVI se niega en rotundo pues ha prometido a la Asamblea no abandonar la capital y no quiere ser acusado de traición.

El soberano va a pagar muy cara su honradez. La oferta de Fersen será la última posibilidad de salvar sus propias vidas. (…)

En la madrugada del 10 de agosto se extiende el rumor de que una muchedumbre armada se dirige a las Tullerías dispuesta a atacar la residencia real. Ante la gravedad de la situación y para evitar un baño de sangre, Luis XVI acepta someterse al amparo de la Asamblea. (…)

El reinado del terror está a punto de comenzar: el 13 de agosto la Comuna decide instalar a la familia real en la fortaleza del Temple. La vida del rey y los suyos está ahora en manos del gobierno revolucionario de París. (…) …su nueva residencia será el siniestro torreón construido por los templarios que se alza al fondo del jardín dentro del mismo recinto. (…)

El tiempo parece haberse detenido en el Temple y los reyes ignoran que la violencia se ha adueñado de las calles de París, donde los enemigos de la Revolución son asesinados con una brutalidad sin precedentes. María Antonieta, aislada en la torre, no imagina hasta dónde puede llegar esta locura sanguinaria que invade todo París. Cuando en la noche del 2 de septiembre el ayudante de cámara del Delfín informa a la reina de que la princesa de Lamballe ha sido brutalmente asesinada por una muchedumbre que ha tomado al asalto la prisión donde se encontraba, ésta se derrumba y rompe en sollozos. Horas más tarde, en medio de gritos y risas atroces, un grupo de hombres y mujeres ebrios se acercan hasta el Temple para que la reina pueda ver a través de las ventanas la cabeza de la desdichada clavada en lo alto de una pica. María Antonieta, paralizada de terror, se desmaya y no llega a contemplar con sus propios ojos tan terrible espectáculo. Pasará la noche «rezando y llorando» por su fiel amiga que ha muerto por no traicionarles. Al día siguiente jura no volver a dar señales de debilidad y se esforzará en dar ejemplo a sus hijos.

En una ocasión María Antonieta escribió: «En la desgracia descubres tu auténtica naturaleza». Estas palabras adquieren un especial significado en los últimos días de la reina de Francia, cuando todo comenzó a torcerse. Tras el asesinato de la princesa de Lamballe los acontecimientos se precipitan para los desdichados soberanos. El 21 de septiembre de 1792 los prisioneros escuchan un gran clamor proveniente de la ciudad. La Asamblea ha sido reemplazada por la Convención Nacional, la monarquía, abolida y se proclama la República. Es el fin de una época y María Antonieta se acuesta temprano sintiéndose muy desgraciada. En los próximos meses se debatirá la suerte del soberano, que aceptará su destino con estoica resignación.

El último rey de Francia, Luis XVI, tras un falso y humillante proceso, será ejecutado el 21 de enero de 1793. La serenidad y la valentía que mostró poco antes de ser guillotinado en la plaza pública calaron muy hondo en el corazón de su esposa. (…)

Lo único que mantiene ahora viva a la reina viuda es el orgullo de poder educar a escondidas a su hijo el Delfín, de ocho años, que tras la muerte de su padre acaba de convertirse en el futuro Luis XVII. Pero su sueño, una vez más, se verá truncado. En la noche del 3 de julio unos hombres irrumpen a la fuerza en sus aposentos y la obligan, por orden de la Convención, a entregar de inmediato a Luis Carlos Capeto, como ahora le llaman. El niño se despierta y, asustado, se echa en los brazos de su madre, quien se niega a separarse de él. Durante una hora la soberana lucha desesperadamente por su hijo y trata de negociar una solución. Finalmente, tras la amenaza de matar al pequeño, se ve obligada a dejarlo partir.

Ya nada será igual, y los que la rodean serán testigos de su estado de postración. «Nada podía calmar ya la angustia de mi madre; no era posible hacer entrar esperanza alguna en su corazón: había llegado a serle indiferente vivir o morir. En ocasiones nos miraba con una tristeza que nos hacía estremecer.» María Antonieta no volverá a ver a su hijo menor que, al igual que ella, sufrirá un trato inhumano. El pequeño morirá a los diez años de edad en una celda aislada del Temple, desnutrido y tuberculoso, creyendo, tal como le habían dicho los revolucionarios, que sus padres vivían pero ya no le amaban.

El 1 de agosto de 1793 la reina es trasladada de la Torre del Temple a La Conciergerie, una antigua fortaleza convertida en prisión de la República y sede del Tribunal Revolucionario. Es la antesala de la muerte porque de ahí sólo se sale para subir al cadalso y morir decapitado. (…)

Durante casi dos meses, a la espera de juicio, permanece encarcelada… El día de su comparecencia, a pesar de su deterioro físico, demostrará su entereza. El 15 de octubre María Antonieta asiste a la gran sala de audiencias del Palacio de Justicia donde se va a decidir su futuro. (…) Al no disponer de ayuda legal, la «viuda de Capeto» —como la llaman los revolucionarios— se defenderá de todas las acusaciones haciendo gala de una serenidad y una precisión en sus respuestas que impresionan al jurado. (…)

Cuando María Antonieta finalmente escucha su sentencia y es condenada a la pena capital apenas se inmuta. Lo único que piensa es qué va a ser de «sus pobres y adoradas criaturas».

Al regresar al calabozo, horas antes de ser ejecutada, la reina escribe a la luz de la vela y con mano temblorosa a su cuñada la princesa Isabel, a la que quiere como una hermana. Ésta nunca recibirá la carta considerada el testamento de María Antonieta, porque días más tarde morirá como ella en la guillotina. La reina de Francia, a la que tanto daño han infligido, no guarda rencor en su corazón. En esta carta conmovedora demuestra su amor a sus hijos y su profundo arrepentimiento: «Pido perdón a todos aquellos que conozco, y a vos, hermana mía, en particular, por todas las penas que, sin querer, haya podido causar. Perdono a todos mis enemigos el daño que me han hecho. […] Adiós, mi querida y tierna hermana; ojalá está carta pueda llegaros: pensad siempre en mí; os beso con todo mi corazón así como a mis pobres y queridos hijos. Dios mío, ¡qué desgarrador es abandonarlos para siempre! ¡Adiós, adiós!».

El 16 de octubre de 1793 es el día elegido para su ejecución pública. Cuando, hacia las once de la mañana, entra en su celda Sanson, su verdugo, se encuentra a María Antonieta de rodillas al pie de la cama, desgranando las cuentas de un rosario invisible. Sin perder tiempo, le arranca la cofia y le corta bruscamente con unas grandes tijeras sus largos cabellos. La soberana es trasladada al patíbulo en una mugrienta carreta de heno tirada por un caballo, con las manos atadas a la espalda como una criminal.

Luce un cielo otoñal espléndido en París y la reina disfruta unos segundos de la luz del sol que ciega sus enrojecidos ojos acostumbrados a la oscuridad. Aún tendrá que sufrir un último calvario al tener que desfilar en medio de una muchedumbre enfurecida que le grita y la insulta sin piedad. Pero a estas alturas María Antonieta es una sombra de sí misma. Ya no oye ni ve nada, y se enfrenta a la muerte con igual valor que su esposo Luis XVI. Al llegar a la gran plaza de la Revolución, la actual plaza de la Concordia, miles de personas estallan en aplausos y gritos. La reina, sin abandonar su porte y su dignidad, sube sola con paso firme las empinadas escaleras hacia el cadalso. Ya en el estrado y debido a las prisas tropieza sin querer con su verdugo. A él dirigirá sus últimas palabras: «Os pido que me excuséis, señor. No lo he hecho a propósito».

Fuente: www.elhistoriador.com.ar