Fuente: Caras y Caretas, 21 de noviembre de 1908.
Hay pocos hombres célebres que lo sean por una sola cosa. Sócrates por ejemplo, no sólo fue famoso como filósofo, sino también como mártir de su mujer. Jantipa, que así se llamaba ella, no tenía en su carácter nada de dulce; es fama que se casó con el filósofo, no porque éste tuviera ningún atractivo, pues era viejo, calvo, chato y patizambo, sino porque su instinto de mujer hacíala prever que estaba destinado a ser hombre célebre, y teniendo discípulos ricos, era de esperar que con la enseñanza de la filosofía ganaría muy buen dinero; lo cual, lo mismo en Atenas que en cualquier parte del mundo, constituye un gran aliciente para el matrimonio.
Pero Jantipa se equivocó. Sócrates no puso academia de filosofía, sino que salió a explicarla «gratis et amore» por calles y plazas, dando lecciones públicas a todo el que quería escucharle; y no sólo no ganaba un céntimo, sino que a los alumnos más aplicados los invitaba a comer en su casa. Con esto, el mal carácter de Jantipa se reveló en toda su extensión, dándose más de una vez el triste caso de que fuese por toda Atenas en busca de su marido, y una vez hallado, rompiese por el medio de la multitud y se lo llevase a casa de una oreja.
Cuéntanse muchas anécdotas de la mujer de Sócrates. Un día quiso pegarle con la escoba, porque habiéndole encargado que al volver a casa comprase una cacerola, el filósofo se olvidó del encargo y se excusó diciendo: «¿Para qué queremos cacerola si no tenemos qué poner en ella?».
Más de una vez, cuando entraba en casa del filósofo algún alumno convidado a comer, oía las voces de Jantipa que regañaba a su marido por traer invitados en vez de dinero. Sócrates jamás protestó contra el comportamiento de su esposa ni intentó defenderse de ella; sólo en una ocasión se atrevió a decir a un amigo: «Me gusta hablar con toda clase de gente, y creo que nada puede incomodarme toda vez que estoy acostumbrado a Jantipa».
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