Pablo Neruda sobre el Premio Nobel


Durante años, Neruda había estado entre los candidatos a obtener el Premio Nobel de literatura, y no era ello algo que le resultara indiferente. En efecto, como explicó luego, «todo escritor de este planeta llamado Tierra quiere alcanzar alguna vez el Premio Nobel, incluso los que no lo dicen y también los que lo niegan». El poeta y dirigente comunista chileno, considerado uno de los más grandes exponentes de la literatura occidental, en la mañana del 21 octubre de 1971, finalmente escuchó la noticia proveniente de una radio francesa: había obtenido el premio que otorga anualmente la Academia Sueca. En aquellos tiempos, Neruda se encontraba en Francia como embajador del gobierno socialista de Salvador Allende. En diciembre viajó a Suecia para recibir el galardón. Recordamos aquí, a través de sus memorias, el día en que le fue entregado esa distinción que por tanto tiempo le había sido esquiva. Meses después, se le detectaría un grave cáncer de próstata. Los buenos tiempos se terminaban. En septiembre de 1973 sería derrocado su amigo Allende y pocos días después, el 23 de ese mismo mes, fallecía el poeta chileno. En sus últimos días, tuvo tiempo de dejar testimonio de aquellos aciagos días finales: «Escribo estas rápidas líneas para mis memorias a sólo tres días de los hechos incalificables que llevaron a la muerte a mi gran compañero el presidente Allende (…) Aquella gloriosa figura muerta iba acribillada y despedazada por las balas de las ametralladoras de los soldados de Chile, que otra vez habían traicionado a Chile».

Fuente: Pablo Neruda, Confieso que he vivido. Memorias, Seix Barrial, 2000, pág. 137.

«En ese momento una radio de París lanzó un flash, una noticia del último minuto, anunciando que el Premio Nobel 1971 había sido otorgado al «poéte chilien Pablo Neruda». Inmediatamente bajé a enfrentarme a la tumultuosa asamblea de los medios de comunicación. Afortunadamente aparecieron en ese instante mis viejos amigos Jean Marcenac y Aragón. Marcenac, gran poeta y hermano mío en Francia, daba gritos de alegría. Aragón, por su parte, parecía más contento que yo con la noticia. Ambos me auxiliaron en el difícil trance de torear a los periodistas. Yo estaba recién operado, anémico y titubeante al andar, con pocas ganas de moverme. Llegaron los amigos a comer conmigo aquella noche. Matta, de Italia; García Márquez, de Barcelona; Siqueiros, de México; Miguel Otero Silva, de Caracas; Arturo Camacho Ramírez, del propio París; Cortázar, de su escondrijo. Carlos Vasallo, chileno, viajó desde Roma para acompañarme a Estocolmo.  (…)   Aquella ceremonia, tan rigurosamente protocolar, tuvo indudablemente la debida solemnidad. La solemnidad aplicada a las ocasiones trascendentales sobrevivirá tal vez por siempre en el mundo. Parece ser que el ser humano la necesita. Sin embargo, yo encontré una risueña semejanza entre aquel desfile de eminentes laureados y un reparto de premios escolares en una pequeña ciudad de provincia.«

 

Pablo Neruda

Fuente: www.elhistoriador.com.ar