Primer presidente. Rivadavia fue ungido con el cargo de Presidente de las Provincias del Río de la Plata
A partir de 1823 la provincia de Buenos Aires había comenzado a tender los hilos para reunir un nuevo Congreso cuyo cometido era, fundamentalmente, el de sancionar una Constitución. Se buscaba además apoyo para solucionar el problema de la Banda Oriental, incorporada al Brasil con el nombre de Provincia Cisplatina. Lentamente, la iniciativa fue prendiendo, y en diciembre de 1824 representantes de todas las provincias de la época –incluidos los de la Banda Oriental, Misiones y Tarija– comenzaron a sesionar en Buenos Aires, cuyo gobierno era ejercido por Las Heras. El Congreso tomó diversas medidas; entre ellas, la Ley Fundamental, la Ley de Presidencia y la Ley de Capital del Estado.
La Ley Fundamental, promulgada en 1825, daba a las provincias la posibilidad de regirse interinamente por sus propias instituciones hasta la promulgación de la Constitución, que se ofrecería a su consideración y no sería promulgada ni establecida hasta que la hubiesen aceptado. Este promisorio comienzo sufrió sus primeras grietas el 6 de febrero de 1826, con la creación del cargo de Presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Los defensores del proyecto pretendieron utilizar la situación de guerra con el Brasil para transformar en permanente el cargo provisorio que había sido delegado en el gobierno de Buenos Aires. El candidato elegido fue Bernardino Rivadavia, lo que molestó aún más a las provincias porque representaba a la tendencia unitaria.
Buenos Aires es “el sitio más despreciable que jamás vi, estoy cierto que me colgaría de un árbol si esta tierra miserable tuviera árboles apropiados”. Así escribía, tres meses después de su llegada, John Ponsonby, barón de Imokilly, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de Gran Bretaña ante las Provincias Unidas. A sus 60 años, Ponsonby era un dandy galante que había atraído el interés de lady Conyngham, amante del rey Jorge IV. Para alejarlo de Londres se le buscó un empleo “lo más lejos posible”. El lugar fue Buenos Aires. Un documento de lady Salisbury fechado en 1838 afirma que el duque Wellington creía que los celos de Jorge IV impulsaron al rey a pedir al ministro Canning el alejamiento de su rival y que la necesidad de designarlo ministro extraordinario influyó en el reconocimiento por los ingleses de los Estados hispanoamericanos.
Ponsonby fue recibido por Rivadavia el 1º de septiembre de 1826, con guardia de honor y salvas de artillería. Un mes después escribía sobre Rivadavia: “El Presidente me hizo recordar a Sancho Panza por su aspecto, pero no es ni la mitad de prudente que nuestro amigo Sancho. […] Como político carece de muchas de las cualidades necesarias”. Pero estimó que Rivadavia era “autor de muchas, beneficiosas y buenas leyes”.
La Ley de Capital del Estado, proyecto presentado por el nuevo presidente y aprobado de inmediato, le hizo perder a Rivadavia el apoyo de los porteños. La ciudad de Buenos Aires quedaba bajo la autoridad nacional, hasta que ésta organizara una provincia. La provincia había desaparecido, contra lo expresado por la Ley Fundamental.
En diciembre de 1826 se terminó por aprobar una Constitución que, si no fuera por su declarado republicanismo, coincidía en su tendencia centralizadora con la de 1819, lo que provocó la repulsa de los caudillos.
Así fracasó este nuevo intento de organizar al país. Antes de presentar su renuncia en junio de 1827, Rivadavia dijo: “Fatal es la ilusión en que cae un legislador cuando pretende que sus talentos y voluntades pueden mudar la naturaleza de las cosas”. Pocos días después el poder nacional quedaba disuelto y cobraban nuevos impulsos la guerra civil y las autonomías provinciales.