El 2 de octubre de 1814 se produjo en Chile la derrota de Rancagua, cuando las tropas realistas comandadas por Mariano Osorio vencieron completamente a las fuerzas patriotas dirigidas por el general Bernardo de O’Higgins. Tras una heroica defensa, O’Higgins debió retirarse derrotado. Con la derrota chilena concluye el período llamado Patria Vieja. En el texto que reproducimos a continuación San Martín comenta el estado de los emigrados chilenos tras la derrota de Rancagua y destaca las divisiones internas de la emigración chilena.
Fuente: José Pacífico Otero, Historia del libertador don José de San Martín, Editorial Sopena Argentina, Buenos Aires, 1949, págs. 322-324.
Hacía un mes de mi recepción del gobierno de Cuyo cuando el coronel Las Heras, desde Santa Rosa, al otro lado de los Andes, me comunicó el acontecimiento fatal de la completa pérdida de Chile por resultado de la derrota del general O’Higgins que con novecientos bravos, dignos de mejor suerte, disputó en Rancagua la libertad de su patria.
Concebí al momento el conflicto desolador de las familias y desgraciados que emigrarían a salvar la vida, porque fieles a la naturaleza y a la justicia, se habían comprometido con la suerte de su país. Mi sensibilidad intensísima supo excitar la general de todos los generosos hijos del pueblo de Mendoza, de manera que con la mayor prontitud salieron al encuentro de estos hermanos más de mil cargas de víveres y muchísimas bestias de silla para sus socorros. Yo salí a Uspallata, distante treinta leguas de Mendoza, en dirección a Chile a recibirlos y proporcionarles personalmente cuantos consuelos estuviesen en mi posibilidad. Allí se presentó a mi vista el cuadro de desorden más enternecedor que puede figurarse. Una soldadesca dispersa, sin jefes ni oficiales y por tanto sin el freno de la subordinación, salteando, insultando y cometiendo toda clase de excesos, hasta inutilizar los víveres. Una porción de gentes azoradas que clamaban a gritos venganza contra los Carrera, a quienes llamaban los perturbadores y destructores de su patria. Una multitud de viejos, mujeres y niños que lloraban de cansancio que aseguraban con firmeza que los Carrera habían sacado de Chile más de un millón de pesos pertenecientes al Estado, que los traían repartidos entre las cargas de sus muchos faccionarios, pidiéndome no permitiera la defraudación de unos fondos tan necesarios para la empresa de reivindicar su patria. Todo era confusión y tristeza. Yo no debía creer estos informes, ni debía tampoco despreciarlos: fuera una fortuna encontrar fondos para organizar desde luego un ejército que vindicara a Chile; fuera un inconveniente el registro de las cargas denunciadas, si en ellas no se encontrase lo que se inquiría, porque afectara a la noble hospitalidad de miras sombrías, induciendo un motivo de quejas a los afligidos que merecían la compasión más sincera. Este era un miramiento de mi delicadeza. El interés de la conveniencia pública demandaba mis providencias de precaución. En tal premura di providencias para que se vigilase sobre todas las cargas de introducción, cual conviene a las rentas generales de todo Estado, mandé publicar un bando para que toda la tropa dispersa se reuniese en piquetes so pena de la vida, encargando esta trabajosa operación al bravo capitán Freire, que consiguió imponer el orden. En esta coyuntura se vio una partida arreglada de cien dragones al mando del coronel Alcázar; y no habían llegado aún los señores don José Miguel Carrera, don Manuel Muñoz Urzúa y don Julián Uribe. (…) Vino a cumplimentarme el brigadier don Juan José Carrera a nombre del gobierno de Chile, expresándome que en una choza inmediata se hallaban reunidos los tres individuos que lo componían, por si yo quería ir a verlos. Le contesté que me era muy satisfactorio que hubiesen llegado buenos y mandé inmediatamente a mi ayudante con un recado de atención, previniéndole les tuviese el lenguaje debido a unos caballeros, habiendo chocado vivamente a mi espíritu que estos señores quisiesen conservar una autoridad de gobierno supremo sin pueblo, sin súbditos, y en territorio extraño. (…) Dividida la emigración en dos partidos, furiosamente opuestos, que se acriminaban y reacusaban, pidiéndome cada uno justicia y castigo contra el otro, yo no hice sino de mediador para apaciguar su exaltamiento y dispuse continuase la marcha a Mendoza, donde fue recibida y asilada con las muestras más expresivas de fraternidad y compasión”. (Archivo de San Martín, Tomo III, pág. 644).
Fuente: www.elhistoriador.com.ar