La calle Florida, ubicada en el corazón de Buenos Aires es -de acuerdo con el autor de la nota que reproducimos- “el orgullo de los porteños”, “la gracia y la sonrisa de Buenos Aires”, “una calle con alma y con tradición”. Fue una de las primeras calles favorecidas con los avances de la modernidad: el empedrado, el alumbrado a gas, el alumbrado eléctrico y los letreros luminosos llegaron a la calle Florida tan pronto como llegaron a Buenos Aires.
Pero Florida es, además, testigo mudo de emblemáticos episodios de nuestro pasado. En la esquina de Florida y Perón (llamada así desde 1984), tenía su residencia Mariquita Sánchez de Thompson, cuyas tertulias reunieron a lo más granado de la sociedad de principios del siglo XIX. Por sus calles, desfiló Urquiza con su Ejército Grande en febrero de 1852, tras vencer a Rosas en la batalla de Caseros. Menos de dos décadas más tarde, en 1870, otro ejército recorrería la calle Florida. Se trataba esta vez de las tropas que regresaron de la guerra contra el Paraguay. En Florida y Córdoba se realizó más tarde aquel famoso mitin del Jardín de Florida, donde se gestó la oposición al gobierno de Miguel Juárez Célman. Reproducimos a continuación un texto que reconstruye algunas de las transformaciones sufridas por esta insoslayable arteria de Buenos Aires.
Fuente: Juan Manuel Pintos, Así fue Buenos Aires. Tipos y costumbres de una época. 1900-1950, Buenos Aires, Imprenta Coní, 1954, págs. 15-26.
Al anotar datos y avivar recuerdos de rasgos característicos del Buenos Aires de ayer, para reflejarlos en estas crónicas, pudimos advertir que nuestra finalidad no estaría colmada si dejábamos de apreciar los encantos de la calle Florida, como tampoco le sería posible a quien intentase juzgar de la belleza de una mujer, dejar de apreciar sus ojos, su gracia, su sonrisa. Florida es eso: la gracia y la sonrisa de Buenos Aires. La calle Florida, orgullo de los porteños, es una calle con alma y con tradición; fue cantada en magníficos versos por Rubén Darío y Fernández Moreno, y elogiada en bellas páginas por Gómez Carrillo, Loncán, Daireaux y otros brillantes escritores.
Haciendo un poco de historia, diremos que la calle Florida, cuya extensión no pasa de once cuadras y está situada en el corazón de la ciudad, fue llevada por consenso público a la categoría de calle principal desde la época de la colonia. Se la llamó primitivamente la calle del Correo, luego del Empedrado y, en 1808, cambiósele el nombre por el de Unquera, que alcanzó a llevar por un período de seis años. El nombre actual de Florida le fue impuesto por el gobierno del Directorio, a fines del año 1814, en conmemoración del triunfo alcanzado por las tropas del general Arenales sobre los realistas, el 25 de mayo de ese año en el pueblo de La Florida, pueblo importante del Alto Perú. Con ese nombre aparece luego en un plano de la ciudad, confeccionado en 1822 por orden de Rivadavia. Rosas la hizo llamar Perú en 1840 y Urquiza le restituyó el nombre de Florida a la caída del tirano en el año 1852.
Como adelanto edilicio, cabe destacar el hecho de que Florida fue una de las primeras calles favorecidas con el empedrado. Y según afirma J. Lanuza, en un interesante estudio, gozó también Florida del privilegio de estrenar el alumbrado a gas, con otras pocas calles de Buenos Aires, en el año 1856.
Ese alumbrado fue modificado en el año 1895, con la llegada al país del gas incandescente y modernizado luego por el sistema de alumbrado eléctrico. Exactamente el día 24 de octubre de 1900 quedó inaugurado en ella el nuevo servicio, coincidiendo la fecha con la visita que nos hiciera el doctor Campos Salles, entonces presidente del Brasil. Luego, con motivo de la instalación de las modernas farolas en el año 1929, alguien llegó a afirmar que Florida era una de las calles mejor iluminadas del mundo.
Pero aún hay más: en el año 1949 la Municipalidad decide instalar en la calle Florida el modernísimo sistema de alumbrado fluorescente que hoy ostenta, siendo de destacar que es en la ciudad, la única calle que goza de esa iluminación, dando el hecho nueva prueba de su fama de ser una calle privilegiada. Refiriéndose al tema, dice don Rosendo Martínez en un interesante folleto: “A principios de este siglo los domingos a la caída de la tarde, tomaba la calle Florida un aspecto de gran movimiento con el regreso de los paseos y las carreras en los Hipódromos Argentino y de Belgrano. Por esos años todavía no había autos; los turfmenaristocráticos concurrían a las carreras a la moda inglesa: galera y levita gris, gemelos de larga vista, dirigiendo un mail-coach tirado por soberbias yuntas de caballos de raza. Iban en los mismos, bellas niñas y damas, luciendo elegantes vestidos primaverales”.
Durante muchos años, circuló por la calle Florida una línea de tranvías de caballos, que la Compañía Buenos Aires a Belgrano hacía correr entre ese barrio del norte con la Plaza de Mayo. Como la calle tiene ancho de siete metros, y el tranvía rozaba casi las veredas, su paso solía causar molestias y algunas veces accidentes. Ese fue el motivo que decidió la supresión de línea en esa calle, a fines del año 1889. Empero, el remedio fue sólo temporario. Pocos años después el tránsito de carruajes y paseantes se hacía cada vez más numeroso, y cuando en 1903, en alas del progreso llegaron los automóviles al país y se incorporaron al tránsito de vehículos de esa calle, surgió el problema con mayor intensidad. Las autoridades municipales debieron abocarse a la consideración del asunto, pero anduvieron remisas, esta vez, en hallarle la solución. Por fin en 1922 se dictó una ordenanza prohibiendo la circulación de vehículos por la calle Florida entre las once y las veinte horas, prohibición que rige aún, y fue dictada en beneficio y homenaje a la calle más elegante y mimada de la ciudad.
El llamativo ornato de sus comercios le otorgó a Florida alcurnia, prestancia y fama –no sólo en el país, sino también en el exterior- semejante a la de la Rue de la Paix en París, con sus lujosos escaparates exponiendo maniquíes con finos vestidos femeninos de la última moda europea, vidrieras magníficamente iluminadas conteniendo joyas valiosas, librerías y fotografías y salones de arte. Recibió Florida un nuevo empuje de modernismo y suntuosidad, allá por los años 1918 al 20, a la terminación de la primera guerra mundial. Por esa época, llegaron como novedad al país los letreros luminosos y las orquestas de jazz, apareciendo entonces de inmediato en la renombrada calle, muchos edificios de importancia, como la Galería Güemes, el Gran Cine Florida y otros.
Dados los antecedentes recordados, ¿llegaría el lector a sospechar que en esa calle privilegiada pudo haber conventillos alguna vez? Sí, señor, hubo uno y muy grande. Hurgando en viejas crónicas porteñas, pudimos saber que en la calle Florida al llegar a Cuyo –hoy Sarmiento- mano de los números impares, donde hoy funciona el Gran Cine Florida, existió durante muchos años un sucio y enorme conventillo, de ancha portada y con salida también por la calle San Martín, famoso por los escándalos que provocaban numerosas personas que allí habitaban, mulatos y chinas en su mayoría, quienes se embriagaban con frecuencia y terminaban peleando hasta con los vigilantes. Por razones de higiene, orden y seguridad, el inmueble fue clausurado un buen día del año 1900 por disposición municipal, extirpándose con tal medida algo que constituía una rémora para el progreso y la cultura de la gran ciudad.
Como antes dijimos, fue siempre Florida una calle de categoría y de tradición, como lo denotan diversos hechos importantes que en ella tuvieron lugar. En el año 1813, tenía su residencia en Cangallo y Florida doña Mariquita Thompson, culta y bella dama porteña, que brindaba en sus salones frecuentes reuniones, fiestas a las que concurría lo más granado de la sociedad de la época, luciendo las damas mantilla española, peinetón de carey y amplias polleras de miriñaque. Se bailaba el minué, el vals, la contradanza y otros bailes en boga; se ejecutaba música selecta de cámara en arpa, violín y piano, y se recitaban poesías de escogidos autores. Fue en esa casa donde por primera vez se cantó nuestro himno nacional, ejecutado al piano por su autor don Blas Parera, el 14 de mayo de 1813. El general Urquiza, vencedor de Rosas en Caseros, hizo su entrada triunfal en la ciudad de Buenos Aires desfilando al frente del Ejército Grande por la calle Florida, el día 20 de febrero de 1852, aclamado por el pueblo, en medio de una lluvia de flores que le arrojaban las damas porteñas desde balcones y azoteas, entusiastas aplausos y repicar de campanas. En 1870, desfilaron también por Florida los soldados que regresaban victoriosos de la guerra del Paraguay. El 1° de septiembre de 1889 se realizó en el Jardín Florida, local situado en la esquina de Córdoba, una gran concentración de carácter cívico-popular y allí, desde la tribuna levantada al efecto, hablaron oradores de la talla de Mitre, Alem, Del Valle y otros varones ilustres, que atacaron con valentía y dureza al nefasto régimen político imperante, gestándose con ese acto la revolución que estalló el 26 de julio de 1890 y culminó con la renuncia del presidente Juárez Celman.
En los días de los festejos del centenario del año 10, Florida fue el centro de los desfiles militares y de los civiles que improvisaba el entusiasmo popular, ofreciendo la calle con el flamear de banderas de todos los países del mundo y el sonar de las bandas una grata sinfonía de música y colores. Por la calle Florida pasaron en esa ocasión, personalidades de alta categoría, tales como el presidente de Chile, doctor Montt, la Infanta Isabel de Borbón, embajadores, militares y ministros plenipotenciarios extranjeros, siendo todos ellos acogidos con flores arrojadas desde los balcones, vítores y aplausos por la multitud. En el año 1918, hubo allí grandes manifestaciones populares, con motivo de la terminación de la primera guerra mundial. Y fue Florida en fin, durante muchos años, la calle obligada de los desfiles militares y actos patrióticos de la juventud.
Muchos personajes argentinos tenían por hábito pasear por ella. Mitre, en su larga ancianidad transitaba casi diariamente deteniéndose ante las librerías y el general Roca, al regresar a su domicilio desde la Casa Rosada, también lo hacía. El general Uriburu siendo presidente paseó por Florida casi todas las tardes. Además de ellos, todas las personalidades y artistas famosos que llegaban al país no dejaban de darse un paseíto por la renombrada calle. Así se les vio pasar a Jaurés, Clemenceau, Ferri, el príncipe Eduardo de Gales, el príncipe Humberto, Caruso, Sara Bernardt, María Guerrero, Benavente, Anatole France y tantos otros. El general Lucio V. Mansilla, de levita y galera gris, su flor en el ojal, su perita, su monóculo y su arrogancia, era un hombre popular en la calle Florida, por los años 1900 al 1911.
El teatro Nacional, entonces de categoría, funcionó durante varios años en la calle Florida entre las de Piedad –hoy Mitre- y Cangallo, vereda de los números pares. Por su escenario desfilaron artistas de fama mundial: Rafael Calvo, la Tettrazani, María Tubau, Tina di Lorenzo y otros. Ese teatro fue destruido por un incendio en el año 1895, y no volvió a ser reconstruido.
Existieron por allí muchos comercios importantes, hoy casi todos desaparecidos. Entre otros el “Sportsman”, amplio y lujoso restaurante, situado en Florida entre Rivadavia y Bartolomé Mitre, vereda que mira al este. Cayó bajo la piqueta municipal en el año 1914, por la apertura de la diagonal Roque Sáenz Peña. La confitería del Águila, que se hallaba ubicada en esa misma calle entre las de Bartolomé Mitre y Cangallo, y fue centro de reunión, entonces, de la gente chic. La Rotisserie Charpentier, también de categoría, que estaba en Florida y Sarmiento. La lujosa joyería Favre; el bar Girard, en Florida y Corrientes, y tantos otros.
Fue la calle Florida desde 1900, por varios años, algo así como un inmenso salón social muy concurrido en el tramo comprendido entre las cuatro cuadras de Rivadavia a Corrientes. En 1914, con la apertura de la diagonal norte, el intendente Anchorena la partió por gala en dos como rubí del verso. La gente joven acostumbraba pasear por allí todos los días en horas del atardecer. Iba elegantemente vestida, y muchos jóvenes, en tren de flirteo se detenían en las esquinas o las portadas, para ver pasar las lindas porteñas, a quienes hacían sonreír con sus piropos, unas veces tontos, otras graciosos, pero siempre cultos, costumbre heredada, tal vez, de antecesores españoles, raza de hombres casi siempre propensos al donjuanismo y la galantería. Las personas del sexo femenino que transitan por la calle Florida, están libres de oír palabras innobles, pues Florida es culta por tradición.
Refiriéndose al tema dice Loncán: “Nada caracteriza tanto a un porteño de alma, como su amor por la calle Florida”. Por ello cabría agregar que tiene a orgullo andar por esa calle, y la respeta y la admira como cosa propia. La calle Florida significa para el porteño auténtico, hoy de edad madura, un poco de su propia vida; algo así como una visión que flota y revive en los recuerdos nostálgicos de su juventud: los años en que cruzó por ella vibrando de fervor patriótico tras la bandera celeste y blanca, rugiendo de indignación en actos de civismo, o suspirando con emoción frente a los ojos de una mujer hermosa. El porteño de la generación anterior, añora hoy los años en que Buenos Aires conservaba usos y costumbres de la gran aldea. Hasta el año 1930 podía concurrir a Florida al atardecer, casi seguro de poder hallar un amigo a quien tender la mano y pasar un rato en amena charla. Mucha gente conocida se hablaba en voz alta, en forma familiar, de vereda a vereda, encargándose algo brevemente al pasar, o dándose una cita. Hoy todo eso pasó a la categoría de un lejano recuerdo. Es que el tiempo con su ley inexorable, cambia las cosas, las personas, las ideas y las costumbres. Florida dejó hace tiempo de ser la calle tranquila, familiar y sonriente, propicia al paseo; hoy es una calle seria, inquieta y tumultuosa. Una enorme afluencia de gente se mueve y desborda de la calzada; anda atropelladamente, a los empujones, pudiéndose asegurar que hoy allí casi nadie se conoce. No hace mucho, alguien nos formuló estas dos preguntas: ¿Quién le mató el alma a la calle Florida? ¿Quién le arrebató su fisonomía especial y su encanto? Creemos que podría imputarse el hecho al enorme aumento de la población y a la influencia de los subterráneos que, desde las tres estaciones inmediatas, vuelcan diariamente sobre Florida una muchedumbre espesa y anónima que, minada de urgencias, acude veloz a oficinas, tiendas, cines y comercios, quitándole al lugar su antiguo atractivo.
Pero para el porteño auténtico de ayer eso poco importa. Para él, Florida es siempre Florida; es decir, la calle preferida, la calle de los recuerdos, la calle por donde paseó sus años mozos, con sus inquietudes, sus amoríos, sus emociones, sus sueños y sus esperanzas.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar