Martín Rodríguez y la hegemonía de Buenos Aires


El 26 de septiembre de 1820, la Junta de Representantes eligió al general Martín Rodríguez gobernador de Buenos Aires. Al asumir, puso fin a una convulsionada etapa conocida como la “anarquía del año XX”, que había comenzado en febrero de ese año, cuando los caudillos federales de Santa Fe, Estanislao López, y de Entre Ríos, Francisco Ramírez, derrocaron al Directorio. A partir de entonces, cada provincia se gobernó por su cuenta. La principal beneficiada por la situación fue Buenos Aires, la provincia más rica, que retuvo para sí las rentas de la Aduana y los negocios del puerto. Pronto Martín Rodríguez nombró ministros a Bernardino Rivadavia y a Manuel García, pero la guerra civil se extendió durante décadas.

Autor: Felipe Pigna.

Martín Rodríguez asumió como gobernador de Buenos Aires poniendo fin a una etapa que, aunque breve, fue tal vez la más turbulenta por la que atravesara la provincia.

El peso de los sectores altos rurales había comenzado a gravitar en Buenos Aires y si la paz no se conseguía por la fuerza de las armas, se la compraba. Desde su estancia de “Los Cerrillos” Juan Manuel de Rosas lanzó un manifiesto al pueblo de Buenos Aires en octubre de 1820.

Por aquel entonces decía Juan Manuel de Rosas: “¿Hasta cuando vagaremos de revolución en revolución? ¿Hasta cuando el crimen será halagado por la impunidad? ¿Cuándo será el día en que los juramentos tengan algo de sagrado? ¿Cuándo el día en que las leyes serán respetadas? ¿Qué aún no son bastantes lecciones las lágrimas que lloramos? ¿Aún no son suficientes las vejaciones, las ignominias, las escenas de horror que hemos sufrido? (…) La unión, mis compatriotas, la santa unión. La patria nos la pide. La patria exige de nosotros este corto sacrificio: la patria agonizante clama que no la abandonemos por preferir a su existencia la de los odios y la anarquía. Sed generosos los que abrigáis algún resentimiento. Sin unión no hay patria, sin unión todo es desgracia: todo fatalidades, todo miserias. Ahora es la ocasión de que un acto de heroísmo pese más en los resentidos que el muy bajo de las rivalidades con injuria de la patria. Ahora es tiempo antes que cubierto con los escombros del edificio consagrado a la libertad y la independencia, vengamos a ser presa de lo que nos divide, halaga con política siniestra y tiende sus redes para dominarnos.” 1

Rodríguez firma con López un pacto en la estancia de Don Tiburcio Benegas, cerca del arroyo del medio, el 24 de noviembre de 1820. Por el tratado, López se comprometía a abandonar Buenos Aires y alejar de ambas provincias a quienes hicieran peligrar la paz. Esta cláusula estaba redactada casi exclusivamente para el chileno Carrera, quien marchará a unirse con Ramírez. Una cláusula secreta establecía la entrega de 25.000 cabezas de ganado a la provincia de Santa Fe para recuperar la maltrecha ganadería de la provincia. Como el gobierno no tenía recursos, Rosas asumió el compromiso de proveer las «vaquitas», promesa que concretará a lo largo de tres años con la ayuda de algunos amigos estancieros.

El 4 de diciembre de 1820 llegan a Buenos Aires comisionados regios enviados por Fernando VII para tratar de llegar a algún entendimiento con las ex colonias. El gobierno porteño les hace saber que sólo negociará sobre la base del reconocimiento de la independencia. Tres días más tarde los españoles dan por concluida la misión sin ningún resultado positivo.

Nombrado gobernador titular en abril de 1821 con “facultades extraordinarias sin límite de duración”, “protector de todos los derechos y conservador de todas las garantías”, Martín Rodríguez designó ministros a Manuel José García y a Bernardino Rivadavia. Este último manifestaría: “La provincia de Buenos Aires debe plegarse sobre sí misma, mejorar su administración interior en todos los ramos; con su ejemplo llamar al orden los pueblos hermanos; y con los recursos que cuenta dentro de sus límites, darse aquella importancia con que debía presentarse cuando llegue la oportunidad deseada de formar una nación”. 2

Tomás de Iriarte definía a Rodríguez como “un hombre vulgar, un gaucho astuto que tuvo buena elección de ministros y fue dócil para dejarse gobernar”.

El Pacto de Benegas distanció a López de Ramírez y Carrera y lo acercó a Buenos Aires. Ramírez entró en Santa Fe y fue derrotado por López en Coronda, el 26 de mayo de 1821. Allí se le unió Carrera y ambos marchan contra Bustos en Córdoba, quien los derrota en Cruz Alta el 16 de junio. Deciden separarse. Carrera huye hacia Chile y Ramírez va hacia el Chaco, pero es alcanzado por las tropas del lugarteniente de Bustos, Bedoya, y derrotado en San Francisco, cerca del Río Seco. El caudillo entrerriano logró huir pero quedó prisionera su compañera, doña Delfina. Ramírez volvió para rescatarla pero recibió un balazo en el pecho que le quitó la vida instantáneamente. Bedoya le mandó la cabeza de Ramírez a López, quien la hizo embalsamar y la colocó en una jaula sobre su escritorio.

Carrera es capturado en Punta Médano el 31 de agosto y entregado a las autoridades mendocinas. Es sometido a un consejo de guerra y fusilado el 4 de septiembre. Su cabeza y su brazo derecho son expuestos durante varios días en el cabildo mendocino.

El artículo segundo del Pacto de Benegas establecía la convocatoria a un Congreso Nacional en la provincia de Córdoba.

Pero los porteños demoraron el envío de sus diputados e hicieron todo lo posible para que el Congreso fracasara. El golpe de gracia vino de la mano del ministro Rivadavia que logró el retiro de los diputados de Buenos Aires del congreso cordobés en agosto de 1821. En septiembre Bustos debió admitir su fracaso. Afirma en un manifiesto a los argentinos que “no estando el país en el momento de recibir esa constitución, declárase fracasado y suspendido el congreso”.

Pero Buenos Aires quería quedarse muy tranquila de que la guerra interna no volvería a perturbar sus negocios. Esta fue una de las causas que la llevaron a impulsar la firma de un tratado con las provincias litorales. El Tratado del Cuadrilátero, firmado el 25 de enero de 1822 establecía una “paz firme, verdadera amistad y unión entre las cuatro provincias contratantes”. Se comprometían a la defensa conjunta en caso de un ataque exterior y por artículo tercero fijaban los límites divisorios de las provincias de Entre Ríos y Corrientes y de ésta con Misiones. El pacto “reservado” establecía indemnizaciones en ganado y dinero a las provincias de Santa Fe y Corrientes por parte de Entre Ríos a causa de los bienes perdidos por las acciones de Ramírez. La habilidad de los porteños hizo que la palabra “federación” no figurase en ninguno de los artículos del Tratado.

Buenos Aires con su aduana, celosamente conservada, con su situación privilegiada que la acerca, como a ninguna otra región, al mundo exterior, estaba decidida a volcar todos sus esfuerzos al fortalecimiento interno y al propio progreso.

Rivadavia había regresado de Inglaterra muy entusiasmado por las doctrinas económicas y políticas vigentes en la capital de la Revolución Industrial. Allí había conocido al ensayista político Jeremy Bentham y a través de él apreció las obras de Adam Smith, David Ricardo, Bacon, Locke y Newton. Dirá en carta a Bentham: “¡Qué grande y gloriosa es vuestra patria!, mi querido amigo. Cuando considero la marcha que ella sola ha hecho seguir al pensamiento humano, descubro un admirable acuerdo con la naturaleza que parece haberla destacado del resto del mundo a propósito”. 3

En ese momento la influencia británica en Buenos Aires era notable. En la nueva universidad, fundada por Rivadavia, se creó la cátedra de economía política, siendo su texto principal el libro de James Mill Elements of Political Economy.

En las escuelas primarias de todo el país se estableció el sistema lancasteriano y los libros de texto se obtenían de la firma R. Ackermann de Londres, que contrataba a españoles para traducir los libros ingleses para el mercado latinoamericano. Las reformas de Rivadavia incluían modificaciones radicales en el sistema económico tendientes a atraer inversores extranjeros, sobre todo británicos. En 1822 se estableció una bolsa de comercio y más de 200 comerciantes extranjeros asistieron a su inauguración. Ese mismo año se fundó el Banco de la Provincia de Buenos Aires. Tres de sus ocho directores eran ingleses al igual que el tenedor de libros de la entidad bancaria. Los billetes del banco y sus monedas se hacían en Londres.

Un comerciante inglés escribía entonces: “Los precios módicos de las mercancías inglesas, especialmente las adecuadas al consumo de las masas les aseguraron una general demanda en el momento de abrirse el comercio. Ellas se han hecho hoy artículos de primera necesidad en las clases bajas de Sudamérica: el gaucho se viste en todas partes con ellas. Tómense todas las piezas de su ropa, examínese todo lo que lo rodea y exceptuando lo que sea de cuero, ¿qué cosa habrá que no sea inglesa? Si su mujer tiene una pollera, hay diez probabilidades contra una de que sea manufacturada de Manchester. La caldera u olla en que cocina su comida, la taza de loza ordinaria en que la come, su cuchillo, sus espuelas, el freno, el poncho que lo cubre, todos son efectos llevados de Inglaterra. Cuanto más barato podamos producir estos artículos, tanto más consumo tendrá. Cada adelanto de nuestra maquinaria contribuye a la comodidad y bienestar de las clases más pobres de aquellos remotos países, al mismo tiempo que perpetúa nuestro predominio en sus mercados”. 4

Pero la situación de las Provincias ¿Unidas? difería enormemente de la europea. Aquí no había industrias, ni una burguesía con ganas de aplicar las nuevas técnicas del progreso y mucho menos de arriesgar sus seguras ganancias ganaderas en “aventuras industriales”. En definitiva las ideas de Rivadavia, que eran las del liberalismo progresista de principios de siglo, no tenían por estas tierras base de sustentación en una clase dirigente muy conservadora y desconfiada de las novedades. De todas maneras el ministro Rivadavia llevó adelante una serie de reformas que intentaron modificar la estructura del estado bonaerense y hasta la relación de éste con el poder eclesiástico.

Referencias:

1 Manifiesto de Juan Manuel de Rosas, en Ibarguren, Carlos, “Juan Manuel de Rosas”, Bs. As. , 1930
2 Mensaje de Rivadavia a la Legislatura porteña en 1821, en Mabragaña, Héctor, Los mensajes, T. II, pág. 189
3 Carta de Rivadavia a J. Bentham fechada el 25 de agosto de 1818, en Street John, Buenos Aires, Paidós, 1972.
4 Woodbine Parish, “Buenos Aires y las Provincias del Río de la Plata”, Bs. As. 1853.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar