A cien años del triunfo de Yrigoyen, por Felipe Pigna


Autor: Felipe Pigna, 2 de abril de 2016.

Las elecciones nacionales del 2 de abril de 1916 fueron las primeras presidenciales en las que se aplicó la Ley Sáenz Peña a nivel nacional. Aquel histórico día los argentinos pudieron votar por primera vez sin fraude y secretamente. Sobre una población de siete millones y medio de habitantes, concurrieron a las urnas 745 mil votantes. Unos cuatrocientos mil, a pesar de que el voto era obligatorio, se abstuvieron y quedaron excluidos los habitantes de los territorios nacionales de La Pampa, Chaco, Formosa, Río Negro, Neuquén, Santa Cruz, Chubut, Tierra del Fuego y Los Andes (que abarcaba parte de las actuales Jujuy, Salta y Catamarca). La fórmula Yrigoyen-Pelagio Luna obtuvo 339.332 votos, contra 153.406 de los conservadores Rojas-Serú; 123.637, los demócratas progresistas De la Torre-Carbó, y 52.895, los socialistas Justo-Repetto.

Yrigoyen obtuvo el 45 por ciento de los votos, lo que lo dejaba en una situación de debilidad política, sin mayoría en el parlamento y con muchas provincias en manos de la oposición conservadora que controlaba también la Corte Suprema de Justicia y los grandes diarios.

Aquel 12 de octubre de 1916 Buenos Aires era una fiesta. El pueblo festejando la asunción del primer gobierno elegido legítimamente, sin trampas, daba un espectáculo novedoso.

Cuenta Manuel Gálvez: “¡Nunca se ha visto un entusiasmo igual en Buenos Aires! La multitud parece enloquecida; y cuando el Presidente llega a la acera y sube a la carroza de gala, arrolla al cordón de agentes de policía que la ha contenido y rodea al carruaje. Yrigoyen, en pie dentro del coche, con el vicepresidente y los dos más altos jefes del Ejército y la Marina, saluda con la cabeza y con el brazo. Pero hay que partir, y la policía se dispone a abrir calle. Yrigoyen hace un gesto con la mano y da orden de que dejen libre a la multitud. El coche está rodeado por el gentío clamoroso. De pronto. Un grupo de entusiastas desengancha los caballos y comienza a arrastrarlo. En las cejas de Yrigoyen se marca una contracción de desagrado. Quiere bajar de la carroza, pero la multitud no lo consiente. El pueblo aprueba el acto fanático y todos los que están cerca quieren tener la gloria de tirar del coche”.

El radicalismo no prometía medidas revolucionarias. Por eso su política puede ser definida por un reformismo que propuso, básicamente, terminar con la inmoralidad administrativa, la insensibilidad social y distribuir de modo más equitativo la riqueza proveniente del exitoso modelo agroexportador. Yrigoyen eligió una palabra muy significativa para definir las intenciones de su gobierno: “reparación”. La reparación implicaba poner fin a las arbitrariedades electorales del régimen conservador y a las prácticas administrativas corruptas. Reparar el sistema, no cambiarlo.

A pesar de la manifiesta intención del nuevo gobierno de mantener las grandes líneas de la política y la economía, sin demasiadas alteraciones, los sectores conservadores estaban francamente horrorizados por la llegada de Yrigoyen y “su gente” al gobierno.

Decía el conservador Matías Sánchez Sorondo: “A partir de la Organización Nacional, la era del caudillo, en su noble acepción de conductor, se prolongó en la era de los notables: Mitre, Alsina, Sarmiento, Avellaneda, Roca, Pellegrini. En 1916, todo cambió. Por primera vez la aritmética electoral, maniobrada por un nuevo sentido colectivo se impuso, secamente, sobre los valores consagrados por un largo examen de capacidad ante la opinión. El imperio de la mitad más uno gravitó en la balanza de nuestros destinos. Extrajo de la oscuridad o del misterio en que vivían a los nuevos rectores de la Nación”. 1

Su compañero de ideas, Mariano Bosch, iba un poquito más lejos en su descripción asqueada del nuevo Congreso, aquel ámbito que supo ser exclusivo, exclusivamente de ellos: “Ya por entonces el Congreso estaba lleno de chusma y guarangos inauditos. Se había cambiado el lenguaje parlamentario usual por el habla soez de los suburbios y de los comités radicales. Las palabras que soltaban de sus bocas esos animales no habrían podido ser dichas nunca ni en una asamblea salvaje del África. En el Congreso ya no se pronunciaban solamente discursos, sino que se rebuznaba”. 2

En cambio para el radical Manuel Gálvez el nuevo aspecto de la Rosada era claramente positivo: “La Casa de Gobierno ha cambiado de aspecto. Ya no es el lugar frío, casi abandonado, que ha sido hasta ayer. No se veía antes, en los corredores, ni un alma, fuera de los empleados. Era un templo sin fieles. Ahora es como una mezquita marroquí, hormigueante de devotos, oliente a multitudes, llena de rumores, de pasiones y de esperanzas. El gobierno de Hipólito Yrigoyen, lo mismo que el Partido Radical, es muy viviente. Tiene color y acento populares”.

El radicalismo en el gobierno emprendió una política democratizadora que se manifestó en diferentes proyectos de ley, que en su mayoría fueron bloqueados o rechazados en el Congreso Nacional por la oposición conservadora.

El parlamento ni siquiera consideró proyectos tan importantes como la creación de un Banco Agrícola, destinado a fomentar a través de préstamos la expansión de la zona sembrada, la formación de una flota mercante nacional y la creación del Banco de la República, que cumpliría las funciones del actual Banco Central (emisión monetaria y regulación del crédito y de la tasa de interés). El parlamento también se opuso a la creación del impuesto a los réditos y a la sanción de una ley de enseñanza. De los ochenta proyectos de ley enviados por el gobierno, sólo fueron aprobados veintiséis.

En su primer mensaje al parlamento Yrigoyen ya se quejaba de la política obstruccionista de los conservadores: “No obstante los vitales intereses que estos proyectos consultaban, a pesar de los notorios apremios del crédito externo de la República, el Honorable Congreso no los sancionó ni ofreció otros en sustitución, malogrando así las iniciativas del P.E.”. 3

En los salones oligárquicos se burlaban de los ministros de Yrigoyen que no venían de las familias que solían frecuentar aquellos ámbitos. El de educación, José Salinas, era acusado de “bruto” y contaban anécdotas para acreditar sus acusaciones. Una de ellas relataba que cierta vez el presidente Yrigoyen le preguntó al ministro qué quería decir la inscripción del frontispicio de la catedral que reza en latín “Salvum fac populum tuum” (“haz la salvación de tu pueblo”) y Salinas le habría contestado: “Salvo los de frac, el pueblo es tuyo”.

Referencias:

1 Sánchez Sorondo, Matías, La revolución de 1930, en revista Historia, Buenos Aires, 1958.
2 Bosch, Mariano G., Historia del Partido Radical, Buenos Aires, Rueda 1931.
3 Discurso de Hipólito Yrigoyen ante el Parlamento, 8 de julio de 1917, en Roberto Etechepareborda, Yrigoyen/1, Buenos Aires, CEAL, 1984.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar