Colón zarpa del Puerto de Palos


Autor: Felipe Pigna, Los mitos de la historia argentina 1, Buenos Aires, Planeta, 2013, adaptado para El Historiador.

El joven comerciante Cristóbal Colón, obsesionado por incrementar su fortuna, se deleitaba en Génova con los libros de Marco Polo y mirando los mapas con que trabajaba. También leía con pasión la Historia rerum ubique gestarum del papa Pío II; la Imago Mundi del cardenal francés Pierre d’Ailly publicada en 1410; y la Correspondencia y Mapa que, en 1474, el sabio florentino Paolo del Pozzo Toscanelli había hecho llegar al rey de Portugal a través de su amigo, el canónigo lisboeta Fernando Martins.

Las dos primeras obras las estudió muy detenidamente, como demuestran las casi 1800 apostillas o anotaciones al margen. Extrajo referencias muy concretas sobre parajes bíblicos, situados en el fin del Oriente, como el Paraíso Terrenal, los Jardines del Edén, Tarsis y Ofir, el reino de Saba, los montes de Sophora, la isla de las Amazonas, que pronto situaría en distintas zonas de las Indias, porque para él allí estaba el extremo de Asia. De Toscanelli, que seguía a Marco Polo, recogió Colón todo lo relativo al Gran Kan, a la tierra firme asiática (Catay, Mangi y Ciamba) y sobre todo al Cipango, isla distante 1.500 millas del Continente y famosa por su riqueza.
Colón se había formado una idea bastante sensual sobre la forma de la tierra. Más que redonda, él la asimilaba a un turgente seno de mujer: “el mundo no es redondo, sino que tiene forma de teta de mujer y la parte del pezón es la más alta, cerca del cielo, y por debajo de él fuese la línea equinoccial y el fin del Oriente adonde acaban toda tierra e islas del mundo”1. Si esto era así, poniendo proa al Occidente se debía poder llegar al Oriente, que era lo que más les interesaba a todos los reyes y burgueses europeos.

La idea de Colón no era demasiado original. Ya la había enunciado Aristóteles (384-322 a.C) mencionando a la isla de Antilia ubicada entre Europa y Asia. San Agustín, en la Ciudad de Dios, aceptaba la división del Mundo en Europa, Asia y África y decía que sólo en el mundo compuesto por esas tres partes debía buscarse a los ciudadanos del cielo, que según el santo, pero que había otros mundos posibles alojados en la Tierra que quedaban excluidos por no ser escenario de la vida de los descendientes de Adán. San Isidoro de Sevilla en su Libro de los Números dice que el número 3 es perfecto, porque contiene el principio, el medio y el fin, es el número de los reyes magos, de los hijos de Noe, la parábola de la levadura de las tres porciones de harina. “El Mundo, decía el sevillano, como la trinidad, es uno, aunque consta de tres partes”. En otro libro, Etimologías, San Isidoro habla de una misteriosa tierra situada en el medio del océano y que podría ser una cuarta parte de la Tierra 2.

Colón se entrevistó con el Rey Juan II de Portugal en 1484. Don Juan lo escuchó con atención pero rechazó la propuesta por considerar excesivas las pretensiones económicas y honoríficas de Colón que pedía que lo nombraran Almirante Mayor del Mar Océano y un 10 por ciento de todo lo obtenido en la expedición. Ante el rechazo portugués Colón se dirigió a España, caminando, si le creemos a sus biógrafos. Llegó en 1486 y se hospedó en el Convento de La Rábida, cerca del Puerto de Palos. Allí conoció a fray Juan Pérez, confesor de la reina Isabel de Castilla. El cura le gestionó una entrevista con la reina católica que se encontraba en la ciudad de Córdoba.

Mientras esperaba la entrevista, Cristóbal no perdía el tiempo, conoció a Beatriz Enríquez de Arana, una joven “de humilde procedencia” que el 15 de agosto de 1488 le dio un hijo: Hernando Colón, futuro compañero de aventuras e historiador apologético de su padre. Hernando llegó a escribir cosas como la siguiente: “Columbus, quiere decir paloma, en señal de haber sido destinado a llevar el ramo de oliva y el óleo del bautismo a través del Océano, como la paloma de Noé, que denotaba la paz y unión del pueblo gentil con la Iglesia, después de haberse disipado las tinieblas y el error” 3. Colón abandonó a la mujer llevándose al niño.

Los reyes católicos estaban muy ocupados en hacer gala de lo que les daría la marca registrada de católicos: reconquistar todo el territorio ocupado por los musulmanes y expulsar a los judíos de sus dominios, y no se mostraban muy dispuestos a distraer recursos ni energía en otros asuntos. Será el Papa Alejandro VI Borgia quien les impondrá el nombre de católicos a fines de 1496 junto con el privilegio de recaudar para sí las tercias de los diezmos eclesiásticos correspondientes a todas las parroquias y obispados de Castilla y Aragón. Anteriormente se había distinguido con dicho título pontificio a Alonso I de Asturias, a mediados del siglo VIII y a Pedro II de Aragón a principios del siglo XIII

Finalmente, tras la toma de Granada concretada el 2 de enero de 1492, los reyes decidieron apoyar la empresa comercial de Colón. Todo se puso por escrito en un contrato comercial llamado la “Capitulación de Santa Fe” firmado el 17 de abril de 1492. En el documento la corona se comprometía a financiar la expedición y daba a Colón los siguientes  derechos:

  • Se le reconocía el título vitalicio y hereditario de almirante de las islas y tierras que descubriesen
  • Sería designado virrey y gobernador de los territorios que descubriese.
  • Recibiría el 10 % de todo el tráfico mercantil.

Los reyes encargaron la redacción del documento al hábil escribano real Juan de Coloma, quien introdujo una cláusula de reserva que dejaba a salvo los derechos reales y daría lugar a interminables pleitos entre Colón, sus descendientes y la Corona. En aquella reserva se decía que se concedían a Colón todos los derechos mencionados en la Capitulación “siempre que estuviera ello conforme con los precedentes y que los otros almirantes de Castilla hubieran gozado de los mismos derechos y privilegios”.

Colón tenía que buscar socios capitalistas e iniciar los preparativos para la expedición hacia el Oriente, hacia las tierras que Marco Polo llamó Catay (China) y Cipango (Japón).

Con tal de no aportar sus joyas para sponsorear la expedición, la reina recordó un viejo pleito con la ciudad de Palos. Sus habitantes habían sido multados por contrabando y piratería y les trocó -por una Real Cédula del 30 de abril de 1492- la multa en efectivo por la provisión y equipamiento a cargo de la comunidad de dos carabelas que se llamaron La Pinta y la Niña.

Colón marchó hacia Palos de Moguer, y armó una sociedad comercial con los hermanos Pinzón y el financista Luis de Santángel. Agregaron a las naves aportadas por los de Palos una carabela que sería la más grande de la expedición con 34 metros de eslora. La “Gallega”, a la que Colón bautizaría como la Santa María, sería la nave capitana. La Pinta, de 17 metros, estaría a cargo de Martín Alonso Pinzón y la Niña, de igual tamaño que la Pinta, al mando de Vicente Yánez Pinzón. Martín Alonso acababa de regresar de Roma donde tuvo largas charlas con un cosmógrafo del Vaticano acerca de las tierras no descubiertas situadas al Oeste, obteniendo copias de ciertas cartas marinas, donde figuraban dichas islas. En uno de esos mapas, dibujado en 1482 por un romano llamado Benincasa, pudo ver Pinzón unas islas enormes llamadas Antilia y Salvaga situadas al Oeste de África.

El 30 de abril se difundió el pregón invitando a los interesados a embarcarse y pronto se completó la lista con unos 85 navegantes de los cuales sólo 4 eran presos que cumplían condenas. Completaban la tripulación funcionarios judiciales, un escribano, un cirujano (“sangrador y barbero”), un físico, un boticario, un veedor para custodiar los intereses de los reyes. Para desgracia de los propagandistas de la “conquista espiritual”, no iba abordo ningún sacerdote.

Los maestros y pilotos cobrarían 2.000 maravedíes por mes, los marineros 1.000 y los grumetes y pajes 700. Por entonces una vaca costaba 2.000 maravedíes y una fanega de trigo 73.

No era fácil conseguir navíos. La mayoría estaban siendo fletados por los judíos que debían abandonar prestamente la península tras la expulsión.

El 2 de agosto de 1492 las tres naves estaban listas para zarpar, con toda la tripulación y provisiones para un largo viaje y al día siguiente
la expedición partió rumbo a las Islas Canarias a las que llegaron el 9. Allí repararon las embarcaciones, recargaron provisiones y 6 el de septiembre volvieron a zarpar poniendo proa hacia lo desconocido.

Colón calculaba que deberían navegar unas 700 leguas más (3.500 kmts) para llegar a las tierras del Gran Khan (la China).

A principios de octubre muchos comenzaron a impacientarse y algunos propusieron regresar. Colón consultó con sus capitanes y Martín Alonso Pinzón propone ahorcar a los que no quieran seguir, que si no se anima el Almirante lo hará él mismo con sus hermanos porque “no había de volver atrás sin buenas nuevas”. Pronto se verían recompensados.

Referencias:

1 Carta del Almirante a la Reina Isabel.
2 Edmundo  O’ Gorman, La Invención de América, México, FCE, 1958.
3 Hernando Colón, Historia del Almirante, Buenos Aires, el Ateneo, 1944.