Cuando Buenos Aires tuvo tres gobernadores y ninguno


Autor: Felipe Pigna

El rechazo a la  Constitución unitaria de 1819, la búsqueda de un monarca para el Río de la Plata y la excesiva concentración de poder que Buenos Aires le había impreso a la etapa post-revolucionaria, ayudaron al surgimiento de un grupo de caudillos que expresaron un sentimiento republicano y federal, contrario a los intereses porteños, aunque no formaron un movimiento homogéneo. Estos caudillos aparecen  como representantes de una forma de autoridad  más  cercana y con características comunes  con el pueblo que los seguía. Algunos se habían destacado en la defensa de las fronteras contra los aborígenes o participando en las luchas por la independencia.

No negaron la necesidad de unión entre todas las provincias, pero consideraban que esta unión debía respetar la autonomía  política y económica de cada una de sus respectivas regiones.

La crisis no se hizo esperar. Las tropas entrerrianas y santafecinas se dirigieron hacia Buenos Aires en octubre de 1819 y el Directorio no vaciló en solicitar la ayuda del general Lecor,  jefe de las tropas portuguesas que ocupaban Montevideo. Esta actitud porteña agravó la situación.

Tras la rotunda negativa de San Martín a desenvainar su espada para combatir a sus paisanos, el Directorio le ordenó a la comandancia del ejército del Norte, bajar apresuradamente hacia el sur. Pero al llegar a la posta de Arequito se sublevó a instancias del general Bustos, que se preparaba para apartar a la provincia de Córdoba de la obediencia de Buenos Aires.

El director Rondeau recurrió a la movilización de las milicias y se enfrentó en la cañada de Cepeda con las tropas del litoral en  febrero de 1820: su derrota fue definitiva.

Los vencedores de Cepeda, López y Ramirez, exigieron la desaparición del poder central, la disolución del congreso y la plena autonomía de las provincias. Bustos acababa de asegurársela a Córdoba, Ibarra lo imitó en Santiago del Estero, Aráoz en Tucumán,  y entre tanto se desintegró la intendencia de Cuyo dando origen a tres provincias Mendoza, San Juan y San Luis.

Ante los hechos consumados, el director Rondeau renunció.

También Buenos Aires se constituyó como provincia independiente, y su primer gobernador, Sarratea, firmó el 23 de febrero de 1820 con los jefes triunfantes, López y Ramírez, el tratado del Pilar, en el que se admitía la necesidad de organizar un nuevo gobierno central, caducando el que hasta  entonces existía en Buenos Aires. También se comprometían los caudillos a consultar con Artigas los términos del Tratado. Esto era una verdadera formalidad porque se lo estaba consultando sobre un hecho consumado y dejándolo definitivamente afuera de toda negociación o decisión. La liga de los Pueblos Libres quedó liquidada con la firma del Tratado del Pilar. Tras derrotar a Artigas en Rincón de Abalos (29-7-1820), Ramírez ocupó Corrientes y Misiones y creó la República Federal Entrerriana el 29 de Septiembre de 1820, día de San Miguel, patrono del “continente de Entre Ríos”. Pese a su denominación de “federal”, le república era muy centralizada. Sería dirigida por un “Jefe Supremo” elegido por el pueblo. Como era de esperarse fue electo Ramírez que disfrutaría por muy poco tiempo de su “república federal”.

Los sectores económicamente dominantes estaban en favor de una pacificación que no entorpeciera las actividades ganaderas y comerciales. Con el apoyo del hacendado Juan Manuel de Rosas y sus Colorados del Monte, eligen al antiguo directorial  Martín Rodríguez como gobernador provisorio en setiembre de 1820.

Entretanto el gobernador de Santa Fe, Estanislao López le escribía al Cabildo de Buenos Aires:

“La provincia de Santa Fe ya no tiene qué perder, desde que tuvo la desgracia de ser invadida por unos ejércitos que parecía que venían de los mismos infiernos. Nos han privado de nuestras casas, porque las han quemado; de nuestras propiedades porque las han robado; de nuestras familias porque las han muerto por furor o por hambre. Existen sólo campos solitarios por donde transitan los vengadores de tales agravios para renovar diariamente sus juramentos de sacrificar mil veces sus vidas por limpiar la tierra de unos monstruos incomparables. (…) No es para mí ningún inconveniente destruir los ejércitos” (Gazeta de Buenos Ayres).

Tras los primeros años revolucionarios, había surgido una élite, capaz de organizar fuerzas armadas y decidir cómo emplearlas, que se transformaba en un factor social semiautónomo. Los ejércitos profesionales requerían abastecimientos y sueldos, o sea un aparato estatal capaz de recaudar impuestos y reclutar hombres.

Por otra parte surgían las milicias irregulares reclutadas entre los gauchos. Este “ejército” no tenía problemas de abastecimiento, “vivía del país”, como se decía entonces. Estas tropas podían sobrevivir a la disolución del Estado y de hecho la sobrevivieron.

Los ejércitos gauchos no eran hordas predatorias como las de Atila. Estaban estrechamente vinculados a la institución que les había dado origen y que se fortalecía cada vez más: la estancia.

La estancia bonaerense era una institución social y económica. Reunía al estanciero, en general culto y hábil para los negocios, con los gauchos, iletrados que se vinculaban al mundo exterior a través de la visión y las opiniones del patrón.

Económicamente era una unidad de producción tan importante como una hilandería de algodón de Lancashire o una mina de carbón de Bélgica, vinculada de la misma forma a la economía mundial.

El estanciero era mucho más que el empleador del gaucho, era su patrón. Su autoridad no estaba solamente basada en ser el dueño de la tierra sino también en compartir con el gaucho sus gustos y la identificación con la vida rural.

Mientras el Estado se fue debilitando, la estancia se fortaleció hasta que los estancieros no sólo controlaron al Estado: se convirtieron en el Estado.

El otro sector que salió fortalecido de la crisis fue el de los comerciantes ingleses. La Revolución amplió notablemente la actividad mercantil extranjera. Aunque los buques norteamericanos eran tan frecuentes en el puerto de Buenos Aires  como los ingleses, es evidente que éstos últimos coparon el tráfico comercial en la región.

El comercio británico se extendió con notable rapidez aunque no en todas las zonas del ex virreinato. El Paraguay, por ejemplo, cerró sus fronteras y aplicó un rígido proteccionismo. Corrientes impuso barreras aduaneras a los productos ingleses, al igual que Entre Ríos, aunque en menor medida.

La experiencia unitaria intentará extender el control de Buenos Aires sobre todo el país y, por ende extender el mercado para las mercaderías británicas.

Éste era el clima que se vivía cuando se produjeron los sucesos del 20 de junio de 1820. Se ha llamado a esta jornada el día de los tres gobernadores. Pero en realidad Buenos Aires no tuvo tres gobernadores sino ninguno.

Ese día, el gobernador “propietario” Ildefonso Ramos Mejía presentó su renuncia ante la Junta de Representantes. La junta depositó el bastón de mando en el Cabildo y le ordenó a sus miembros que avisaran al General Soler –que acababa de ser nombrado gobernador en el Cabildo de Luján- que ya podía entrar en Buenos Aires. Este fue el último acto de la Junta que resolvió disolverse. Pero Soler se negó a entrar a Buenos Aires y sólo lo hizo el 22 de Junio para asumir el cargo. La capital estuvo sin gobernador durante casi tres días.

Pocos días después el nuevo gobernador salió a combatir a López, pero fue totalmente derrotado en Cañada de la Cruz (28-6-20).

“A las cuatro de la tarde del día de hoy, se completó la obra de destrucción del tirano Soler (…). En no muchos instantes vi cubrirse los campos con mil ochocientos enemigos dispersos y aterrados por el coraje de nuestras tropas” 1, afirmaba López.

Soler huyó a Colonia y en Buenos Aires surgió un  nuevo militar con ambiciones de poder: el Coronel Pagola, que había logrado salvar parte de las tropas del desastre de la Cañada, entró en la ciudad y exigió ser nombrado jefe de las tropas de la defensa por el Cabildo. Lo que ocurrió fue que Pagola ejerció de hecho la gobernación de Buenos Aires hasta que el Coronel Dorrego, designado por Soler comandante de la ciudad, logró ganarse el favor de las tropas y convencer a Pagola de que deponga su actitud.

Dorrego fue nombrado gobernador el 5 de julio de 1820.

Como en una comedia de enredos, López hacía nombrar gobernador en el Cabildo de Luján, a su aliado Carlos María de Alvear.

La situación era insostenible y Dorrego decidió reunir a las tropas de línea a las que se sumaron las milicias rurales comandadas por Martín Rodríguez y Juan Manuel de Rosas. Cayeron sobre Carreras y  Alvear el 2 de agosto derrotándolos fácilmente. Alvear logró huir pero fue expulsado del ejército por el propio López.

Al fracasar las negociaciones entre ellos, Dorrego y López se enfrentaron cerca de Pavón. El triunfo fue para los porteños. En vez de negociar con López, como sugerían Rodríguez y Rosas, Dorrego continuó la guerra en el territorio de Santa Fe, donde fue derrotado por López en los pastizales de Gamonal el 2 de septiembre de 1820.

La derrota de Gamonal puso fin al breve gobierno de Dorrego. La junta eligió a Martín Rodríguez como nuevo gobernador de Buenos Aires el 26 de septiembre. Se iniciaba una nueva etapa.

Referencias:
1 Parte de guerra de Estanislao López, en Busaniche, “Estanislao López y el federalismo del Litoral”, Bs As,  Cervantes, 1927.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar