Entrevista a Carlos Ulanovsky


Carlos Ulanovsky es escritor y periodista. Publicó más de 20 investigaciones históricas sobre los medios de comunicación de la Argentina, entre las que se destacan Días de radio, Paren las rotativas, Estamos en el aire, Tato. Memorias inéditas y biografía del actor cómico de la nación, Radio Nacional. Voces de la historia (1937-2010), Radio Belgrano. 1983-1989. El aire que la democracia nos legó, Vivir entre butacas, y Carlos Rottemberg. De la vocación a la profesión. En esta entrevista recorre algunos de los más destacados temas de esos libros.

Autor: Felipe Pigna.

¿Cómo era Radio Belgrano bajo la dirección de Daniel Divinsky, tras el regreso de la democracia? Tenía una programación extraordinaria, exquisita…

Daniel Divinsky estuvo dos años y medio, en medio de los típicos problemas económicos que afrontó el alfonsinismo. Luego la dirigió Josefina Chiquita Constenla, y después en la última etapa, antes de Frega, la dirigió un señor que tenía que ver con el Hogar Obrero, porque existía el rumor, bastante cierto de que, vía Simón Lázara, Alfonsín tenía el propósito de cederle la radio al hogar obrero.

Vos le dedicaste un libro a este período de Radio Belgrano.

Sí, el libro se llama Radio Belgrano 1983-1989. El aire que la democracia nos legó. Tiene alrededor de 60 entrevistados. Uno de ellos es Daniel Divinsky, que cuenta que cuando lo llamaron de la presidencia –él había colaborado en la campaña de Alfonsín como independiente– pensó que le iban a ofrecer EUDEBA, pero le terminaron ofreciendo Radio Belgrano. Y él cuenta que hizo radio Belgrano como si dirigiera su editorial, que ya era una editorial muy conocida, con más de 300 libros editados a esa altura.

Otro entrevistado es Emilio Gibaja, el primer secretario de Información Pública de Alfonsín, que era el responsable del manejo de la radio. Y él cuenta que todos los días recibía terribles quejas por el funcionamiento de la radio. Vía Tróccoli personalmente, le llegaban las quejas de la Iglesia, de los militares, y fundamentalmente, del Partido Radical.

Antonio Tróccoli era el ministro del Interior, un hombre de la derecha del radicalismo, el responsable de aquel informe, que se pasó antes de la emisión del programa del Nunca Más, donde él quiso balancear aquel programa, hablando de los dos demonios, explícitamente.

Bueno, mucha gente le atribuye a Emilio Gibaja la gran defensa de esa radio desde lo político. Él tuvo que afrontar todas esas tormentas que incluso fueron muy disimuladas. La radio se desarrolló y tuvo una programación muy interesante. Hay muestras de esa programación en el CD que trae el libro. Más tarde, en el 85, hubo un atentado contra la planta transmisora, hecho por gente de la ultraderecha, que le provocó daños muy serios a la planta de transmisión; ahí ya estaba al frente Chiquita Constenla, que tuvo la tarea de recuperar ese transmisor.

Me acuerdo de que hubo una marcha a la que yo concurrí como oyente absoluto de Radio Belgrano en la calle Uruguay en defensa de la radio después del atentado. Había programas maravillosos, como Sueños de una noche de Belgrano, que hacían Jorge Dorio y Martín Caparrós, estaba también Aliverti…

También estaban los programas de Arturo Cavallo, los sábados, Historias en estudio y los domingos, Mañana, tarde y noche. Hacían una cosa muy linda en Historias en estudio. Por ejemplo, si era el 9 de julio, recreaban el día como si fuera hoy, con móviles. También formaron parte de la programación el pájaro García Lupo, Ariel Delgado, el negro Pasquini Durán; yo también estuve en esa radio.

Una de las cosas cómicas que comenta Gibaja es que cuando Raúl Alfonsín escuchaba en Olivos las cosas que se decían en Radio Belgrano y que él en fondo las aprobaba, se cortaba al afeitarse de la impresión…

¿Cómo fue el traspaso de la radio del gobierno dictatorial a las autoridades democráticas?

La persona que le entrega el mando a Daniel Divinsky era un coronel de artillería. Divinsky cuenta que estaba muy ordenado, muy bien pintadito, pero que el hombre le confesó que tenía vendidas, loteadas, 23 horas y media de programación. El coronel de artillería era el papá del ex fiscal Stornelli.

Otro libro sobre el que queríamos hablar es el de Tato Bores, un personaje a quien queremos muchísimo. ¿Cómo llegaste a este libro?

Fue una decisión de Planeta en combinación con Alejandro Borensztein, que tuvo la iniciativa. Yo conocía a Tato Bores por la tarea periodística pero no éramos amigos. Creo que lo más interesante de esa experiencia es que cuando a él le descubren el cáncer, en 1995, alguien le sugiere que escriba un libro. Y él era un huraño, un malhumorado tremendo, todo lo contrario al cómico extraordinario que era en lo personal, y entonces finalmente contrata a un profe de computación, aprende las nociones elementales para escribir y empieza a escribir, pero lamentablemente llega la muerte. Esas 60 páginas de las memorias de Tato están en el libro, exactamente como él las dejó. Esa fue la condición que puso la familia y a mí me pareció respetable.

¿Cómo arranca Tato en el mundo del espectáculo?

Tato era de una familia de clase media de inmigrantes, que estaba creciendo. El padre era peletero; estaba en Libertad y Av. Córdoba. El primer gran negocio que tienen los Borensztein, después de la peletería, es un negocio que se llamaba Discando, para la venta de discos y de los primeros televisores que llegan a Buenos Aires. Estaba en av. Córdoba entre Libertad y la 9 de Julio.

¿Cómo era Tato?

Era un muchacho de barrio. Le costó mucho terminar la secundaria en el Otto Krause. Muy rápidamente se empezó a vincular con la gente de la farándula porque ese era su sueño, esa era su vocación. Entonces de chico iba a abrirle la puerta a los famosos en el Teatro Cervantes. Estaba ahí en frente. Y creo que en 1943 se enganchó con una orquesta característica de jazz, que tenía mucha presencia en radio, en las boîtes, en las confiterías del centro, en donde por las tardes había varietés, números vivos, Y uno de los números vivos era la orquesta de jazz, la típica, y empezó ahí tocando el bongó y las maracas, que era lo más fácil…

Y pronto llegó al teatro de revistas. Lo primero que hizo fue teatro de revistas. Trabajó mucho en el Maipo de aquella época.

¿Cómo siguió su carrera?

En el año 1945 tiene su primer exitazo en radio. Hizo un personaje dentro de un programa que se llamaba La escuelita humorística. Era un programa de humor en donde había personajes prototípicos, y él hacía de un chico judío, el niño Igor, que hablaba mal, hablaba con acento. Finalmente tuvo tanto éxito que le dieron programa propio. Pero en esos años algún funcionario entendió –igual que le pasó a Niní Marshall con su personaje Catita– que esos personajes lesionaban el habla de la gente, y en especial de los chicos…

Era la época en que se prohibían las letras de los tangos…

Exactamente. Después tuvo una época importante de cine. Llegó a filmar 11 películas. Sin embargo, terminó sus años lamentando no haber tenido la posibilidad de haber hecho un par de grandes comedias, como él había soñado. Y ya en 1951, con la llegada de la televisión a la Argentina, empezó a integrarse a programas televisivos. Estuvo en un programa que se llamaba Caras y morisquetas. Y después estuvo en otro programa que fue muy famoso en los comienzos de la televisión que se llamaba La familia GESA. En ese programa hacía un micro y de ese micro nace el personaje definitivo, el monologuista de comentarios de actualidad. Empezó en Canal 7 alrededor de 1960, pero el gran espaldarazo lo tuvo en Tele 11, Canal 11 en ese momento, en 1963 o 1964. Y a partir de ahí tuvo una carrera con muchos vaivenes, porque estuvo prohibido; no solo durante algunos gobiernos militares; también durante ciertos períodos democráticos.

¿Cuáles fueron sus guionistas?

Tato empezó trabajando con Landrú y luego de Landrú lo tuvo a Jordán de la Cazuela, que se murió en un accidente de aviación en París, y después lo tuvo a Aldo Camarota durante muchos años. Camarota en 1974 se exilia; se va a vivir a Los Ángeles. Y entonces Tato le mandaba por gentileza de Aerolíneas Argentinas, los martes o miércoles, todos los diarios de una semana; Camarota se nutría de esos diarios y le devolvía el material, también por gentileza de Aerolíneas, y así trabajaron años. Y también tuvo como guionistas a Juan Carlos Mesa, a Jorge Ginzburg y Carlos Abrevaya, a Geno Díaz, Santiago Varela, Pedro Saborido, Omar Quiroga y los últimos fueron sus hijos, Alejandro y Sebastián.

Contame un poco sobre las prohibiciones, los problemas que tuvo Tato con el poder.

Tato tuvo problemas con todos los gobiernos. Con los de facto y con los democráticos, pero los políticos le tenían gran respeto y te diría que gran temor y le profesaban una suerte de extraña devoción. No faltaba quien en algún lugar público lo paraba y le decía: “Pero, Tato, ¿usted qué tiene conmigo que nunca me nombra?” Era extraordinario. Querían que los nombrara; si no, no existían… Les daba chapa de existencia…

Le tocó una época de la Argentina bastante complicada. Me acuerdo de sus famosos monólogos sobre azules y colorados. Era un tipo de una gran didáctica para explicar.

Él estaba haciendo con Carlos Perciavalle La Jaula de las Locas con mucho éxito, pero en un momento dado a Perciavalle lo contrataron para hacer otra cosa y no continuó, y Tato, para aprovechar el resto de ese año, intentó volver a hacer una temporada de televisión. Casi todos los canales estaban en manos del Estado en ese momento. Y empezó a ir a golpear puertas, pero le empezaron a poner excusas, hasta que se dio cuenta de que no lo iban a contratar. Entonces, escribió una famosa carta que se publicó en la sección opinión de Clarín en 1987, en su estilo paródico, satírico, que tuvo muchísima repercusión. De cualquier manera, no le dieron trabajo. Recién consiguió al año siguiente.

Incluso en el primer año de Menem, por una cuestión que tenía que ver con el caché de los artistas, tampoco trabajó en televisión, pero después sí.

Fue uno de los momentos más brillantes. Ese show en la época de Menem era extraordinario, con actores de primer nivel…

Hablemos del libro, Vivir entre butacas, sobre la vida de Carlos Rottemberg, un personaje muy importante del teatro argentino.

El libro lo hice con Hugo Paredero, y encontramos a un gran personaje. Es la prueba de que tener deseo y tener vocación sirve y que lo único que hay que hacer cuando se cree en algo es proponérselo.

¿Cómo fue su historia?

Él tiene una familia de gente de izquierda, afiliada al PC. El padre estaba en el negocio de cueros y fue muy importante el hecho de que el padre le permitió dar el salto a los 17 años. Él no quería seguir una carrera universitaria y le dijo a los padres: “Denme este año, probamos y si la cosa no funciona, yo voy a estudiar algo”. Y el padre tuvo que dar su aval porque era menor de edad. Y pasó una cosa muy curiosa, porque la primera obra que produjo fue Parra, de David Viñas en el Ateneo, y la segunda fue una con Susana Campos y su marido de entonces, y la tercera era Equus, de Peter Shaffer, con Miguel Ángel Solá y Duilio Marzio. Un thriller psicológico. Era una época embromada, 1975, y Miguel Ángel Solá aparecía desnudo. Y eso le permitió un despegue extraordinario y a partir de ese momento no paró más…

Con Equus le pasó una cosa graciosa, porque él tenía 17 años. Podía vender entradas, podía administrar, podía arreglar con los actores, pero no podía entrar a la sala porque la obra era prohibida para menores de 18 años.

Ahí empieza una carrera de un hombre que de alguna manera decide la cartelera porteña… También fue el productor histórico de Mirtha Legrand…

Estuvo casi 20 años con Mirtha Legrand, y dice en el libro que se separó por disidencias ideológicas. De cualquier manera, reconoce que tiene con Mirtha una relación muy cercana y que van al mismo médico y que ella le pide, cuando ella se hace análisis, que él lea primero el resultado de los análisis y él los lee. Tuvo una relación muy buena con Daniel Tinayre.

¿Cómo surgió su vocación de empresario teatral?

Él tenía esa obsesión desde los 4 años; iba a las salas de cine o de teatro acompañado por sus padres o sus hermanas, y no veía la película o la obra de teatro; se dedicaba a ver cuánta gente había en la sala. Y ya a los 10 o 12, cuando pudo viajar solo, todos los miércoles a las 7 de la tarde, se tomaba el subte A. Vivía en Acoyte y Rivadavia y, se bajaba en la estación Callao. En Callao 27 tenía el primer cine, que era el Callao, que ya no existe más. ¿A qué iba? A buscar los programas. Era coleccionista de programas de cine, en la época en que los programas eran como la gente, tenían información… Seguía por Corrientes, iba a todos los cines por Corrientes, después iba por Lavalle, donde había 19 cines, y se volvía a la casa y jugaba al empresario que es hoy. Jugaba a eso. Decía: “No. Esta película me parece que no va andar; esta sí, esta va a pasar a la otra semana…” Y una cosa curiosa es que la familia cuando llegaba a los 1000 programas lo festejaba como si fuera un cumpleaños.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar