Entrevista de Felipe Pigna a Alejandro Dolina


Autor: Felipe Pigna

¿Cuándo empezaste a escuchar radio?
Yo escuchaba radio desde chico en mi casa de un modo más caótico y sin que mediara ningún tipo de decisión. Alguien prendía la radio y yo escuchaba lo que viniese. Calculo yo que cuando era chico me gustarían personajes como “Tatín”, el personaje de Tato Cifuentes, que a lo mejor me gustaba simplemente porque el personaje era un chico y era más funcional a mis gustos infantiles. De lo que yo recuerdo que creo que hoy volvería a escuchar están “Los grandes del buen humor”, que me parece que eran estupendos, desde luego Niní Marshall, desde luego Sandrini, pero también Carlos Ginés, o Mareco que hicieron programas muy interesantes, muy llenos de gracia y de creatividad.

¿Y se te daba por pensar, alguna vez, que podías estar ahí?
Sí, pero en realidad a mí me daba por pensar en todo. Pensaba que podía estar ahí como también pensaba que podía ser pirata en la Malasia. No puede ser tomado, desde el punto de vista de la biografía, como una de esas señales que tanto adoran los biógrafos, que buscan víboras en la cuna de Heracles.

Y entre tantas cosas, ¿jugabas a la radio?
Sí, jugaba. Jugaba a que transmitía partidos o ya de más grande jugaba a una radio llena de malas palabras y de despropósitos, que fue la que finalmente vino a hacerse en la Argentina en forma oficial.

Pero vos te cuidás mucho del uso de malas palabras.
No es que me cuido. Posiblemente no las necesite. Me parece que no son funcionales al tipo de radio que yo hago.

¿Cómo fuiste encontrando la forma del actual programa?
Yo creo que por casualidad. También por casualidad. Y me parece que en cierto sentido este es un programa romántico, no porque sea un programa de boleros, sino porque la obra, que sería el programa está muy vecina al artista. Y entonces cuando uno lee la obra de un poeta romántico tiene la sensación de que eso le pasó al tipo. Y en este programa hay algo parecido a eso. Las cosas que informa el programa son las cosas que me obsesionan a mí, que me divierten a mí, o que forman parte de mi historia. Es decir, estoy yo ahí, por más que esté representando un personaje. De manera que el programa ha sido un espejo de mis evoluciones y si el programa ha cambiado es porque yo también he cambiado. No porque hemos tomado una decisión en una reunión de producción de cambiar la cortina, cambiar el título, que eso no es más que repintar el programa. Me parece que sin ninguna decisión el programa ha ido cambiando y ha venido a dar en este programa que hacemos hoy que no es parecido al que hacíamos con Adolfo Castello hace veintitantos años.

¿Y de qué te vengás cada día?
La venganza tiene su origen en una indignación impotente. Alguien recibe un agravio, o un rechazo, y no tiene poder para vengarse. Entonces pasa el tiempo maquinando una construcción de poder que le permita escarmentar al que lo ha agraviado. Pero cuando ese poder es construido, el deseo de venganza desaparece. Porque ese deseo es alimentado únicamente por la imposibilidad de ejercerlo, por la impotencia. Cuando uno puede vengarse, ya no lo desea tanto. Pero me parece también, que en una vida exenta de épica, como la de muchos de nosotros, la mía por lo menos, la mayoría de nuestros deseos de venganza tienen que ver con rechazos amorosos, o con desprecios, alguien que no nos quiso. Yo creo que eso es un error.

Entonces, “La venganza será terrible”, puede ser interpretado como que la venganza en sí misma es terrible.
Sí, la venganza es una institución terrible y hace más daño al que quiere vengarse que al objeto de esa venganza. Porque eso de ir alimentando odio y rencores es “malo pa’ la salú”. En las revistas de autoayuda, en los libros de autoayuda, debería figurar esto: un deseo de venganza es malo para la economía, para el cutis. Pero también en lo que se refiere al amor yo, en mi propio y modesto ser, he tratado de comprender y de aceptar que no todas las mujeres se van a enamorar de uno. En realidad, casi ninguna. Pero, ¿por qué digo esto? Porque es algo que los hombres suelen no aceptar con facilidad. Yo conozco muchas personas, incluso muchas personas inteligentes, que cuando reciben un rechazo amoroso o cuando ven que no se les da juego en algún foro se ponen odiosos, se ofenden y buscan vengarse de algún modo. Y eso está mal, es canallesco, uno no debe permitir que suceda.

Lo que uno no debe ser es mezquino en el amor, ¿no?
Sí. Eso de andar haciendo unas cuentas casi bancarias para ver si uno da o no da es objeto de mezquindad. Sin embargo, a veces uno se arrepiente de algunos episodios en que uno ha dado más, no por arrepentirse de haber sido generoso, sino porque a veces dando demasiado uno incomoda al otro y porque la mala lectura de un amor, de una situación amorosa es humillante y creo que es lo peor que le puede pasar a un enamorado, no leer correctamente la situación. Si yo me arrepiento de algo en algún caso, en algún episodio amoroso, es de haber leído mal, de haber creído que me amaban mucho cuando no era así. Y de haber generado una respuesta desmesura que incluso pudo ser incómoda para el otro, para el que no me amaba tanto. Pero además, menoscabante de mi propia dignidad. Y yo me arrepiento en algún caso, no de haber amado más de lo que me amaron, si no de no haber leído bien. El enamorado, el buen enamorado, sabe exactamente, o debe saber exactamente, hasta dónde debe llegar, cuánto es que le están abriendo la puerta. Y debe saber también cuando sobra, cuando debe marcharse. Así que yo, en algunos amores, más que el dolor del amor contrariado, siento la humillación de no haber sabido leer. Y hasta pido perdón por eso.

Y otra pasión de tu vida es el fútbol, ¿no?
Sí, una cosa menor, ciertamente. Yo no lloro por fútbol, al menos desde que tenía once años. Pero sí, me gusta mucho jugar, me gusta bastante menos verlo.

¿No vas mucho a la cancha, no?
No. No voy mucho. No me debe gustar. Igual disfruto viendo los partidos en la cancha porque se ven mejor que por televisión.

¿Te gusta más el fútbol de ahora o el de antes?
No sé. Me parece que ahora se juega un poco mejor, que hay más velocidad y es necesaria. El fútbol argentino tiene unas dificultades locales, que los jugadores se van muy jóvenes, etc. Pero, en general, el fútbol del mundo de ahora, me parece que es superior.

Hablemos de literatura argentina…
No hay un escritor en el mundo que me cause a mí el placer, el halago intelectual que me causa Borges. Opino con una carga relativa de subjetividad que es el mejor de todos.

Y vos sos muy borgeano, tus programas son muy borgeanos.
Ojalá. Bueno, no hay más remedio que serlo, todos nosotros somos un poco borgeanos.

Pero en los elementos de los que vos hablás en los programas, las cuestiones orientales, el esoterismo…
Sí, sí. En la temática y también en la estructura. Lo que parece que es pero no es. Un señor que puede ser uno o varios y la inseguridad de no saber, finalmente, cuál es nuestra identidad y nuestro propósito, toda esa propensión a la paradoja forma parte del repertorio borgeano.

¿Qué otros autores argentinos te cautivaron?
Marechal, seguramente. Yo creo que el otro gran autor argentino es Cortázar. Pero yo he tenido un romance desde muy chico con Marechal, he leído todas sus obras con desesperación. Tuve incluso la suerte de que Elbia Marechal me regalara algunos manuscritos de don Leopoldo. Y ella me dijo que me los daba porque pensaba que yo era un buen alumno de él, yo soy un mal alumno de cualquiera, en realidad. Pero en un tiempo me pasaba buscando cualquier cosa que hubiera escrito Marechal y que no estuviera ahí en las cuarenta del mazo para comérmela desesperado.

¿Y cuál es tu libro preferido? ¿El Adán Buenosayres?
En realidad, seguramente el Adán Buenosayres es el mejor pero yo disfruté mucho el Megafón o la guerra.

¿Y el Banquete de Severo Arcángelo también, no? Es una cosa muy loca.
Sí, claro. Y después hay autores argentinos que a lo mejor no están en las cuarenta del mazo, pero yo creo que convendría leer. Yo creo que todo escritor argentino, todo aficionado a las letras argentinas debe detenerse en Lugones y no considerarlo como un capítulo de la historia de la literatura. También hay cosas interesantes, autores que por ahí no han trascendido tanto, estoy pensando en Roberto Mariani, en esos Cuentos de oficina… Las novelas históricas de Manuel Gálvez no estaban mal.

¿Cómo llega el peronismo a tu vida?
Llega tardíamente. Yo provengo de una familia radical. Cierto es que radical yrigoyenista. Mi abuelo había participado en alguna de aquellas periódicas revoluciones que se hacían contra los conservadores y era un radical de Yrigoyen, quiere decir que ahí había alguna cosa. Pero en general en casa eran anti-peronistas en la época de los primeros gobiernos de Perón. Cuando sobreviene la Revolución Libertadora, sin embargo, en general fueron también opositores a esa revolución. Fueron un poco frondizistas, estoy hablando de mi casa, y yo empiezo a leer libros y empiezo a hacerme un poco marxista pero había algo que no terminaba de entusiasmarme con aquel pensamiento. Y es allí donde yo empiezo a leer a Jauretche y a Scalabrini, pero especialmente a Jauretche, y entonces me hice peronista. Me hice peronista también a favor de algunos amigos que por casualidad empezaron a influir en mi vida y que eran peronistas o filoperonistas. Así que yo me hice peronista allá por mis veinte o veintipico de años.

¿Qué era lo que te atraía del peronismo?
En principio una elasticidad mayor. El marxista tiene muchas dificultades para ser cínico. Está siguiendo una estrella y es una estrella fija. Una estrella que no modifica su posición y no permite el cinismo, que quiere decir que no permite rastrear el desatino. Cuando uno encuentra el desatino en la teoría marxista, o lo que a uno le parece el desatino, no puede reírse, no puede señalarlo, porque parece como un acto de traición y las utopías suelen tener este desagradable inconveniente: todos los que no participan de ellas son nuestros enemigos y deben ser aniquilados más tarde o más temprano. Y la otra cosa es que, esa estrella que nos guía no se mueve jamás. Y a veces uno empieza a sospechar mientras la sigue que lo que está siguiendo es la luz de una estrella que ya se apagó. Entonces, me sedujo en el peronismo la posibilidad de detenerse a pensar en cada esquina y la sensación de que esas estrellas que seguíamos eran estrellas que a veces cambiaban de rumbo. Y había una alegría en el peronismo, y había hasta un cinismo en el peronismo. Era posible rastrear el propio desatino y el líder del peronismo era un señor que era muy amistoso con las paradojas. Eso me sedujo mucho más que la austeridad del marxismo.

Y con Evita, ¿Cómo fue tu relación?
Con Evita es posterior. Primero yo creo que me intereso en el pueblo peronista mucho más que en el peronismo. Y creo que ahora también es así.

A nuestra generación le pasó un poco así, ¿no?
Me interesaban los que menos tienen. Yo no sé si me afiliaría al PJ, o si me interesa la interna del partido, que es casi una contradicción. Que el peronismo sea un partido es casi como que no sea el peronismo. De manera que primero me enamoré del pueblo y después de sus figuras. Con Evita luego aparecen algunos elementos que son, evidentemente, sentimentales y sin embargo muy eficaces. Creo que a la hora de elegir uno su rumbo político el sentimiento debe estar muy presente. (…) Creo que el voto es una cosa mucho más comprometida y, tal vez, menos racional. (…) Hay que buscar un parentesco, un candidato o partido que está emparentado con nosotros, que se nos parece, que reacciona en forma parecida a nosotros, que viene del mismo lugar y que tiene unos rasgos como de familia. (…) Así es como yo me acerqué al peronismo. No por un estudio comparado de la visión del mundo. Yo no estoy seguro de que el peronismo tenga una visión del mundo. Para ser marxista hay que tener una visión del mundo y entonces uno está en riesgo de dejar de ser marxista a cada rato, viendo una película, enamorándose, adquiriendo un departamento, a cada rato está en riesgo la ortodoxia.

Y quizá también te atrajo la incorrección.
Desde luego. Posiblemente es lo que más me atrajo. Es decir, los enemigos del peronismo son los que me han hecho peronista.

En un reportaje a Leonardo Favio, yo le preguntaba qué es lo que sentía que más le molestaba a la oligarquía del peronismo, y me dijo que era la alegría, que es justo lo que vos mencionaste.
Sí, claro. Es que yo no la encontré en otro lugar.

¿De dónde sale tu admiración por Napoleón?
Por Napoleón, no. No es una admiración al personaje histórico, pero sí, por casualidad me debo haber encontrado con Emil Ludwig, y el personaje me resultó fascinante. Fascinante y odioso, por supuesto. Pero me resultó muy divertido. Siempre me resultó muy rico, muy entretenido. Muy distinto a otros personajes más lineales de la historia. Pero no está solo. Yo tengo un interés y hasta una especie de pequeña erudición acerca de personajes bastante siniestros.

Pero hay como una predilección por la historia de Francia, ¿no?
No, no siempre. Por ejemplo, conozco mucho acerca de José Stalin. También un personaje siniestro, y sin embargo yo en un momento de mi vida me di cuenta de que había leído muchos libros sobre él, y me di cuenta, también, de que había perseguido esos libros. No era verdad que todos hubieran llegado a mis manos por casualidad. Era como si su malevolencia y el proceso interesantísimo y apasionante de la revolución soviética, fueran un cóctel de gran atractivo para mí. Pero todas estas predilecciones no están contaminadas de opinión política, casi me parece que leo literatura de ficción. No soy bonapartista, ni stalinista, y ni siquiera anti-stalinista.

Quería hablar un poco del tango, hablar un poco de esta filosofía extraordinaria que es el tango, que vos rescatás tanto. Creo que es una de las músicas populares más cultas.
Sí, yo creo que sí. Yo creo que en dos sentidos: en el sentido musical y en el sentido poético. Ya que casi todos los músicos de tango, los compositores y los orquestadores, provienen o tienen una sólida formación clásica. Ya desde el comienzo, incluso los músicos primitivos del tango, especialmente desde que aparece el piano como una costumbre tanguera, eran tipos que tenían una formación académica bastante sólida. Por eso creo que su música alcanza grados de complejidad muy altos, que están en la cúspide de la pirámide de lo que es la música popular. Las buenas orquestas tienen una dotación muy importante.

Y las letras también, Musetta y Mimí…
Claro, claro. Todos habían leído mucho. Y cuando se pusieron a hacer sus cosas, utilizaron la complejidad de los grandes poetas que ellos habían conocido. O trataron de utilizarla, y entonces el resultado es que aparece en las letras de tango una temática y una estructura de pensamiento que en mi modesto juicio no aparece en ninguna otra música popular. Cosas tales como “¿Quién se robó mi niñez?”, son preguntas que están formuladas ya en un lenguaje, y con una complejidad que es propia del gran poeta, no es “¿Por qué me dejaste?”.  “¿Dónde estaba Dios cuando te fuiste?” no es “Estoy triste porque te has ido”.

“Un pájaro sin luz”…
Claro. Eso revela un trato que los tipos tenían con la gran poesía. Pero ahí no termina la cosa, porque si no el tango sería una mera degradación de los grandes poetas… Ellos utilizaron esas formas poéticas para aplicarlas a sus ojos. No hablaron –salvo en tangos que son referenciales– solamente de personajes de París, trajeron eso aquí. Y aplicaron esas normas de la poética al arrabal, al pobre tipo, al pobre de espíritu, al hombre que traía consigo además unas mitologías de las que la poesía francesa estaba absolutamente ayuna. Le incorporaron esa épica del arrabal, ese culto del coraje, esos códigos, a veces un poco primitivos, del pobre de la Argentina. Y consiguieron una cosa enteramente nueva. Y así, el tango “Qué vachaché” es algo que nunca pudo haber sido escrito en París.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar