Jacqueline Kennedy en carta a Kruschev poco después del asesinato de John Kennedy


Los primeros años ‘60 fueron notablemente optimistas para los norteamericanos. En pleno furor consumista, el 8 de noviembre de 1960, un nuevo presidente, joven y prometedor, autoproclamado “tribuno de la nueva generación”, sellaba desde la política ese círculo radiante. John Fitzgerald Kennedy derrotaba por apenas 120 mil votos al republicano Richard Nixon, esto es, por apenas dos votos en cada urna del país. Se convertía así, a los 43 años, en el 35º presidente de los Estados Unidos, siendo además el presidente electo más joven y el primero de religión católica.

Segundo entre nueve hermanos, JFK nació el 29 de mayo de 1917, en Brookline, Massachusetts. Considerado un joven brillante, se graduó en Relaciones Internacionales en Harvard, a los 23 años. Pero sus intenciones de hacer carrera política se vieron interrumpidas al ser solicitado para participar de la guerra mundial en curso. Al finalizar ésta, entonces sí, comenzó un vertiginoso camino que lo llevó directamente a la presidencia. Primero diputado con 29 años, luego senador con 35, joven, atractivo, rico, era la imagen misma del american way of life.

Los pocos años que lo tuvieron como primer mandatario estadounidense y líder del mundo occidental fueron quizás los más complejos de toda la historia contemporánea, tanto que, amenazados por una posible guerra nuclear, su par soviético, Nikita Kruschev, aseguró que en una próxima contienda bélica, los sobreviviente envidiarían a los muertos.

Apenas asumido, Kennedy tomó una de las decisiones más lamentadas de su vida: la invasión a Cuba, que decidió en gran manera el rumbo del gobierno de la isla hacia la influencia soviética. Al poco tiempo, intervendría en Vietnam, se desataría la crisis de Berlín -que daría origen a la construcción del fatídico muro- y, meses más tarde, debería hacer frente a la “crisis de los misiles”. Era octubre de 1962 cuando cobró forma, como nunca antes, la posibilidad de una inminente guerra atómica. Tras varios días de máxima tensión, Kennedy y Kruschev sellaron una necesaria tregua, se instaló una línea telefónica “caliente” entre Washington y Moscú y se reanudaron las conversaciones sobre reducción de armamentos.

En el plano local, Kennedy y un joven equipo de asesores habían intentado, sin muchos frutos, poner en marcha un ambicioso plan de reformas denominado “Nueva frontera”, que incluía desde beneficios sociales hasta mayores derechos civiles para los negros. En América Latina, la otra cara de la invasión a Cuba y de la instrucción de los ejércitos latinoamericanos en la guerra contrainsurgente era el programa de ayuda financiera denominado“Alianza para el Progreso”, que se planificó a través de la Organización de Estados Americanos, y que obtuvo el rechazo cubano, por desconocer la necesidad de la industrialización de los países, entre otros temas. Estas políticas le ocasionaron no pocos enemigos internos.

El 22 de noviembre de 1963, durante una visita oficial en Dallas, estado de Texas, la carrocería presidencial, en la que viajaba JFK, su esposa y otros allegados, fue alcanzada por una balacera. Media hora más tarde, se anunciaba la muerte del joven presidente. Quién lo asesinó, todavía es un misterio. La Comisión Warren, encargada de la investigación oficial, determinó que Lee Harvey Oswald –capturado de inmediato y asesinado dos días más tarde- fue el único matador. Sin embargo, años más tarde, algunas hipótesis, surgidas de la forma en que se sacudió la cabeza de Kennedy tras los impactos de bala, sugieren la participación de tres francotiradores más, que habrían disparado en la espalda, cabeza y cuello del presidente. Su breve y trágica presidencia despertó expectativas que no pudieron satisfacerse.

En esta ocasión, recordamos la fecha de su asesinato con una carta enviada por su esposa, Jacqueline Lee Bouvier, al líder soviético Kruschev, agradeciendo sus condolencias.

Fuente: William Manchester, La muerte de un presidente, Tomo II, Madrid, Globus, 1994, págs. 369-370.

Carta de Jacqueline Kennedy a Nikita Kruschev

Casa Blanca, Washington, 1º de diciembre de 1963

Estimado Sr. Presidente del Consejo:

Desearía agradecerle su gesto de enviar al señor Mikoyan en representación suya, al entierro de mi marido.

Cuando me expresó su pésame parecía muy afectado y me sentí hondamente conmovida.

Aquel día traté de darle un mensaje para usted, pero fue un día tan terrible para mí que no supe si mis palabras hubiesen salido como yo quería.

Así, ahora, en una de las últimas noches que pasaré en la Casa Blanca, en una de las últimas cartas que escribiré utilizando el papel de la Casa Blanca , me gustaría escribirle mi mensaje.

Lo envío únicamente porque sé cuánto le preocupaba a mi marido la paz y hasta qué punto, en su mente, la relación entre usted y él ocupaba un lugar principal en este cuidado. Solía citar palabras de usted en algunos de sus discursos: “En la guerra próxima, los supervivientes envidiarán a los muertos”.

Usted y él eran adversarios, pero eran aliados en la decisión de evitar la destrucción del mundo. Sentían ustedes un mutuo respeto y eran capaces de tratar el uno con el otro. Sé que el presidente Johnson no escatimará esfuerzo para establecer con usted una relación análoga.

El peligro que inquietaba a mi marido era que la guerra fuese iniciada no tanto por los hombres importantes como por los que ocupan puestos secundarios.

Mientras que los hombres que llevan las grandes responsabilidades conocen la necesidad de dominarse y contenerse, los que ocupan los pequeños cargos ceden a veces al impulso del miedo o del orgullo. Ojalá en el futuro puedan los hombres prominentes seguir haciendo que los pequeños se sienten y dialoguen antes de enzarzarse en la lucha.

Me consta que el presidente Johnson continuará la política en la que mi marido tenía profunda fe: una política de autodominio y moderación. Pero necesitará que usted le ayude.

Le envío esta carta porque tengo honda conciencia de la importancia de la relación que existió entre usted y mi marido, y también para agradecer la amabilidad de que tanto usted como la señora Kruschev dieron muestra en Viena.

He leído que tenía lágrimas en los ojos cuando salió de la embajada norteamericana en Moscú después de firmar en el libro de los testimonios de condolencia. Le ruego acepte mi gratitud más sincera.

Afectuosamente,

Jacqueline Kennedy.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar