El almirante Bochard tuvo que negociar con el rey hawaiano la devolución de la corbeta Chacabuco, cuyos tripulantes se habían sublevado y se habían dedicado a la piratería
El 17 de agosto de 1818, la fragata La Argentina llegó a las islas de Hawai, que el marino inglés John Cook bautizó, en 1775, como Sándwich, en honor al conde inventor del famoso emparedado que por aquel entonces era el primer lord del Almirantazgo. Así describía Cook al lugar y sus habitantes: “No vimos más animales salvajes que las ratas, pequeños lagartos y pájaros; pero como no nos adentramos en el país, no sabemos ni qué abundancia ni qué diversidad puede haber de esos últimos. […] Pocos son los hombres que visten algo más que el maro [taparrabo de hierbas], pero las mujeres llevan un trozo de tela enrollado a las cinturas que les llega, a modo de falda, hasta las rodillas; el resto del cuerpo está desnudo. Sus adornos son brazaletes, collares o amuletos hechos a base de conchas, hueso o piedra. […]. ”Practican el tatuaje o teñido de la piel. Las figuras son líneas rectas, estrellas y muchos llevan la imagen de Taame o peto de Otaheite, aunque no lo vimos entre ellos. Son gente abierta, sincera, vigorosa, y los más experimentados nadadores que hemos conocido.”
A poco de llegar, el capitán de La Argentina, Hipólito Bouchard se entrevistó con Kameha-meha, el rey hawaiano. Hacía 30 años que gobernaba las islas y los viajeros lo llamaban el Napoleón de la Polinesia. Había formado una confederación de islas con capital en Karakakowa.
En esos días Bouchard pudo saber que la corbeta argentina Chacabuco estaba anclada en las islas. La Chacabuco había zarpado de Buenos Aires el 24 de mayo de 1817 y a poco de comenzar su viaje, la tripulación se sublevó y se dedicó a la piratería. El Soberano Congreso de las Provincias Unidas del Río de la Plata le había encargado a Bouchard que recuperase la embarcación e hiciera justicia con la tripulación. La orden decía: “Habiendo llegado noticias de esta soberanía el escandaloso exceso de la tripulación, se ha expedido poder al comandante de la fragata Argentina de guerra, don Hipólito Bouchard, para que corra por donde dicha corbeta cruzaba, y para que en cualesquiera destino que sea hallado este buque pueda apresarlo o reclamarlo de cualquier gobierno”.
Mediaron minutos entre que el marino francés se enteró del hecho y abordó la nave. Gentil, pero firmemente pidió al capitán que formara en cubierta a toda la tripulación. Bouchard, advirtiendo que eran pocos, mandó a inspeccionar el barco y allí había nueve piratas escondidos que confesaron que el resto de sus compañeros se encontraban ocultos en una de las islas del archipiélago. Bouchard le narró el episodio a Kameha-meha y le solicitó la entrega de la Chacabuco y su tripulación. El rey le explicó que había pagado por ella 600 quintales de madera de sándalo. Las discusiones duraron varios días, hasta que el capitán de La Argentina reintegró la suma al soberano y la Chacabuco pudo ser reincorporada a la flota nacional. Las dos naves levaron anclas en dirección de la isla de Molokai, en busca del resto de la gente de la Chacabuco. Así lo cuenta José María Piriz, compañero de Bouchard: “Con la licencia para sacar el buque, con la entrega de sesenta y tantos piratas que allí se hallaban y con algunos de sus naturales, que nos dio para que lo tripulásemos, celebramos un tratado de unión para paz, guerra y comercio, quedando obligado el rey con esto a remitir a disposición de nuestro supremo gobierno todos los buques que arribaran a aquellas costas. El señor comandante le dio al rey un título de teniente coronel de los ejércitos de las Provincias Unidas del Río de la Plata”.