Hacia 1814, en sus escasos cuatro meses en los ejércitos del norte, José de San Martín comprendió que el escenario salteño era donde debía establecerse una infranqueable muralla defensiva, mientras la campaña libertadora ofensiva tomaría un camino alternativo. La guerra planteada para Salta sería una “guerra gaucha” o “guerra de recursos” y quien mejor se presentaba para encabezar dicha campaña no era otro que Martín Miguel Juan de Mata Güemes Montero.
Mejor conocido como Martín Miguel de Güemes, era éste un hombre de la aristocracia norteña, que había participado en la defensa de Buenos Aires frente a los ingleses, había adherido rápidamente a la revolución de Mayo y cooperado con las campañas de Suipacha y Huaqui. Con grado de teniente, sorteó las iniciales reservas de Belgrano hacia su persona para volver a ser destinado a la lucha en el norte.
Primero como comandante general, organizó las audaces milicias que atacaban de improviso y se movían con extrema rapidez. Estas guerrillas desbarataron la confianza del ejército enemigo, capturaron a muchos de sus hombres y los hicieron retroceder, cuando éstas avanzaban con destacamentos sorpresa sobre Tucumán, donde se encontraban guarnecidas y a la espera de refuerzos las tropas dirigidas por San Martín.
Pero la labor más duradera e importante sobrevendría luego, cuando decidiera volver a Salta con el cuerpo de “dragones infernales”. Entonces caía el director Carlos María de Alvear y, ante la ausencia del gobernador Hilarión de la Quintana, el Cabildo salteño -por primera vez desde 1810- elegía a su autoridad y hacía entrega a Güemes de la gobernación provincial (que incluía a Jujuy), lo que no impediría que mantuviera tensas relaciones tanto con la intendencia jujeña como con la dirección porteña, al menos hasta la declaración de la Independencia y la designación de Juan Martín de Pueyrredón como Director Supremo y de Belgrano -ya sin suspicacias hacia Güemes- como jefe del Ejército del Norte.
Desde allí y por varios años, “los gauchos de Güemes” sostuvieron la defensa de la frontera norte, ante las seis invasiones realistas. Pero con los años, la larga guerra a cuestas y la necesidad de mantener bien armado y alimentado al ejército de gauchos, Güemes fue ganando enemigos entre la aristocracia de su provincia, en muchos casos proclive a terminar como fuera con dicha situación que les obligaba a numerosas contribuciones. En una de sus incursiones fuera de la ciudad, a comienzos de 1821, la oposición interna se agrupó e intentó deponerlo, pero su regreso normalizó el intento golpista. Güemes moriría pocos meses después, el 17 de junio, tras ser herido en una de las numerosas batallas que lo tuvieron como protagonista.
En el día de su muerte, recordamos las elogiosas palabras con que Bartolomé Mitre lo recordara, en su biografía sobre San Martín.
Fuente: Bartolomé Mitre, San Martín y la emancipación Sudamericana, citado en Solá G., El gran Bastión de la patria, Buenos Aires, Editorial Maktub, 2004.
«Así terminó esta famosa campaña, la más extraordinaria como guerra defensiva, ofensiva, la más completa como resultado militar, la más original por su estrategia, su táctica y sus medios de acción, y la más hermosa como movimiento de opinión patriótica y desenvolvimiento viril de fuerzas, de cuantas en su género puede presentar la historia del nuevo mundo. Salta correspondió a las esperanzas que en ella había depositado la república entera, y el caudillo que la dirigió en esta desigual y gloriosa lucha se hizo acreedor a la corona cívica y a la gratitud de sus conciudadanos. Los honores que en vida se tributaron a Güemes fueron merecidos… realza la gloria de la provincia de Salta, hace honor al desinterés de su caudillo, que a pesar del poder despótico de que podía usar y abusar, y en medio de los vicios que deslustraban sus grandes calidades, poseyó esa virtud en alto grado, sin lucrar con el gobierno, y aplicó todos los recursos públicos privados al servicio de la causa de la independencia argentina.»
Bartolomé Mitre