Tras la sublevación de Juan Lavalle, el 1º de diciembre de 1828, el entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, militar independentista de la primera hora y partidario del federalismo, Manuel Dorrego, se refugió en las afueras de la ciudad, más precisamente en Cañuelas. Allí, apenas tuvo tiempo de pensar lo que había ocurrido en los últimos tiempos: la disolución del gobierno nacional de Rivadavia, su asunción como gobernador, el arreglo del fin de la guerra con el Brasil y la independencia de la Banda Oriental, la crisis de recursos, los enemigos de la causa federal que reagrupaban sus fuerzas.
La rebelión inspirada por Lavalle, José María Paz y Salvador María del Carril, entre otros, había logrado rápidamente hacerse del gobierno porteño. No eran pocos los que seguían a Dorrego y buscarían recuperar el poder. El 9 de diciembre, se encontraron las tropas de Dorrego y las de Lavalle en Navarro, 100 kilómetros al sudoeste de la capital.
Las tropas de Dorrego eran tres veces superiores, pero las de Lavalle traían la amargura de la derrota con el Imperio de Brasil convertida en fuerza. Fueron, de hecho, las propias fuerzas del depuesto gobernador las que se rebelaron ante la derrota, tomando prisionero a su jefe.
En esas circunstancias, Dorrego solicitó el destierro a los Estados Unidos, propuesta que no desagradaba a muchos de los líderes rebeldes y que reclamaron diplomáticos ingleses y franceses. El mismo general y terrateniente Díaz Vélez había considerado en carta a Lavalle: “…estoy persuadido de que Dorrego no debe morir. Los males que ha causado son grandes, pero la dignidad del país, a mi ver, así lo exige”.
Pero hombres como Juan Cruz Varela y Salvador María del Carril empujaban en otra dirección, y Lavalle se encontraba entre ellos. El nuevo gobernador bonaerense ordenó la ejecución del líder federal al llegar al campamento, el 13 de diciembre de 1828. El mismo día, Lavalle informó a Buenos Aires: “Participo al gobierno delegado que el coronel don Manuel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división. La historia, señor ministro, juzgará imparcialmente si el coronel Dorrego ha debido o no morir… Quisiera persuadirse el pueblo de Buenos Aires que la muerte del coronel Dorrego es el sacrificio mayor que puede hacer en su obsequio”.
En recuerdo de la muerte del líder federal, reproducimos la breve carta que Dorrego envió, antes de ser fusilado, a su amigo y gobernador federal de la provincia de Santa Fe, Estanislao López.
Fuente: José Arturo Scotto, Notas biográficas, tomo. III, Buenos Aires, Rosso, 1910, pág. 13.
«Navarro, diciembre de 1828. Señor gobernador de Santa Fe, don Estanislao López. Mi apreciable amigo: En este momento me intiman morir dentro de una hora. Ignoro la causa de mi muerte; pero de todos modos perdono a mis perseguidores. Cese usted por mi parte todo preparativo, y que mi muerte no sea causa de derramamiento de sangre. Soy su afectísimo amigo.»
Manuel Dorrego
Fuente: www.elhistoriador.com.ar