Fuente: Tiempos del Mundo, N° 48, 2 de diciembre de 1999, pág. 45.
Enfermo de una neumonía contraída en Nueva York, durante la última gira por estados unidos, Rubén Darío retornó a Nicaragua. Allí pasó sus últimos días junto a su segunda esposa, Rosario Murillo, y falleció el 16 de febrero de 1916[1]. En Madrid quedaron su amante, Francisca, y su hijo, en una situación económica penosa. Tal el contexto en el que nació la saga de cuarenta libros que pertenecieron al escritor y cuyo destino se desconoció durante ochenta años.
Hace unos meses uno de aquellos volúmenes dio el rastro que permitió reconstruir la historia. En la Biblioteca Widener de la universidad de Harvard se detectó un libro en cuyas páginas en blanco Darío escribió dos poemas nunca editados y dos bosquejos de poemas incluidos más tarde en Cantos de vida y esperanza. Este hallazgo fue la clave: los bibliotecarios comenzaron una investigación que permitió ubicar otros 39 libros en el enorme inventario, todos adquiridos a un librero madrileño en la segunda década de este siglo. La conclusión de la pesquisa fue fantástica: los cuarenta libros formaban parte de la biblioteca íntima del autor de Azul. Además de aquellos poemas desconocidos, los volúmenes atesoran notas manuscritas de Rubén Darío y dedicatorias de importantes escritores que fueron sus contemporáneos: los argentinos Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas, el boliviano Ricardo Jaime Freyre, la italouruguaya Delfina Agustini y el cubano Regino Boti.
Aunque no existe una certeza absoluta, los bibliotecarios de Boston arriesgaron una teoría sobre el camino que siguieron los libros. Se sabe que francisca Sánchez –la campesina analfabeta de origen español por quien Darío abandonó a Rosario Murillo– durante muchos años se resistió a deshacer la colección de libros de su amante, que donó al gobierno español en 1955. Pero, aparentemente, obligada a paliar la extrema pobreza la agobiaba en tiempos de la muerte de Darío, decidió vender sólo una minúscula porción de aquel tesoro literario. Serían esos los libros que cruzaron el Atlántico y permanecieron en Harvard, donde fueron consultados por miles de estudiantes, sin que nadie se diera cuenta de su origen.
Rubén Darío fue el gran renovador de las letras en lengua castellana de fines del siglo XIX. Encabezó el movimiento modernista que acabó con el romanticismo reinante e influyó en toda la literatura hispanoamericana. “No sólo desarrolló todas las posibilidades musicales de la palabra, sino que para cada estado de ánimo usó el instrumento adecuado”, escribió el crítico Enrique Anderson Imbert.
Nació en Metapa el 18 de enero de 1867 con el nombre de Félix Rubén García Sarmiento. A pesar del enorme valor literario de sus obras, se ganó la vida como periodista y diplomático. Fue corresponsal del diario argentino La Nación y director de la revista literaria París Mundial. Cumpliendo funciones consulares residió en varios países latinoamericanos y declaró a la Argentina su “segunda patria”. La prematura muerte de su primera esposa, Rafaela Contreras, con quien compartía la afición literaria, lo sumió en una gran depresión. Darío nunca superó aquel mal trance: se convirtió en un bebedor empedernido y sus relaciones amorosas fueron siempre inestables. Derrochaba el dinero que ganaba, razón por la cual atravesó innumerables dificultades que muchas veces fueron sorteadas por la llegada del giro salvador enviado desde La Nación de Buenos Aires.
1 Rubén Darío murió en realidad el 6 de febrero de aquel año, según consta en el Registro Civil de las Personas de la Alcaldía de León, tomo 0014, año 1915-17, folio 116, partida 232.
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