Los maestros de las doctrinas y del engaño

Universidad FORJA

Fuente: Revista Crisis, Nº 11, marzo de 1975, págs. 50-53.

F.O.R.J.A. —Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina—, grupo radical yrigoyenista fundado en 1935, separado del radicalismo en 1940 y disuelto al día si­guiente del 17 de octubre de 1945, por considerar que la constitución de un movimiento nacional y popular de masas daba por cumplidos sus objetivos, desarrolló tam­bién una importante labor en el seno de la Universidad. Prueba de ello es el documento destinado «a los estu­diantes de la Universidad de Buenos Aires», cuya ver­sión completa transcribimos a continuación y que fuera publicado en 1943 con el título de “F.O.R.J.A. y el proble­ma universitario” como número dos de la Colección Fo­lletos de F.O.R.J.A.

El 4 de junio de 1943, ha comenzado la crisis del sistema que F.O.R.J.A. procesó desde su iniciación en 1935, como la ex­presión contemporánea del régimen anti­nacional, y por consecuencia antipopular, fundado hace más de medio siglo para impedir la libre y espontánea formación de la personalidad argentina.

No es dable a F.O.R.J.A. prever ni di­rigir las realizaciones materiales que re­sulten de esa liquidación, desde que es tarea de gobierno, a cuya creación y man­tenimiento es ajena. Pero es de su deber señalar rumbos y orientaciones que tien­dan al cumplimiento de la misión que F.O.R.J.A. se ha impuesto como formadora de una conciencia, sobre cuya base se asentarán las concreciones de la voluntad nacional.

Hecho este enunciado, concorde con la declaración de la Junta Nacional de F.O.R.J.A. del 29 de junio de 1943, la Or­ganización Universitaria de la misma se dirige a los estudiantes de la Universidad de Buenos Aires, para plantearles los pro­blemas específicos del cuerpo de que for­ma parte.

Creemos imperioso advertir que el pro­blema universitario no constituye para no­sotros una parcialidad que pueda enfocar­se puramente como cuestión pedagógica, sino como elemento histórico, sin duda substancial, en la elaboración del destino argentino.

Entendemos urgente la remoción total de las actuales estructuras de la Univer­sidad, como medio para su identificación con el país y su integración con el pue­blo; lo cual ha de lograrse, no tanto por las normas  jurídicas que organicen la nue­va Universidad, como por el elemento humano que la integre, y por los frutos de originalidad que rindan en común quie­nes actúen en su seno. Dejamos también señalado que la Universidad al servicio de la República que venimos a proponer, quedará sin asentamiento si la transformación a operarse en ella, no abarca to­dos los grados de la educación puesta al servicio del mismo espíritu.

Colocados en punto de vista tan am­plio, no podemos coincidir con quienes han parcializado el problema de la Uni­versidad de Buenos Aires a una o dos Facultades, o a determinados profesores, en quienes se ha hecho más evidente la inexistencia de valores éticos y nacio­nales, y menos con los que esperan la solución de una burocracia universitaria afectada de los mismos males. Demasia­do sabemos en qué medida es esta Uni­versidad, madre de las corrupciones, adoc­trinamientos y complicidades que han lle­vado al país a la situación presente de colonialismo económico y cultural. De ahí que no aceptemos una indemnidad que sería sangrienta burla cuando se renuevan todos los poderes de Estado y hasta las mismas instituciones del derecho privado.

Bien se nos alcanza que las soluciones de gobierno pueden no coincidir ulterior­mente con nuestras aspiraciones. Pero aunque ello nos haya de llevar mañana a enfrentar lo que consideramos equivo­cado, nada será tan grave como esa in­demnidad consagratoria que dejaría mon­tada la máquina elaboradora de la con­ciencia entreguista. Los estudiantes uni­versitarios de F.O.R.J.A. nos sentiríamos culpables, y en traición a nuestra juven­tud si el riesgo posible nos impulsase a tamaña complicidad.

Traición de la inteligencia

En la deliberada desviación de la inte­ligencia argentina y en la frustración de sus mejores intentos, la Universidad ha tenido parte principal. Se ha desenvuelto de espaldas al país, ajena a su drama y a la gestación de su destino. Costeada y mantenida por el esfuerzo de todos los argentinos, movió a las sucesivas promo­ciones a buscar en el título profesional la satisfacción —cada día más problemáti­ca— de la propia comodidad.

Destinado el estudiante a vivir en un medio colonizado, donde el monopolio y el trust organizaron en su favor la ma­yoría de las posibilidades de la aplicación técnica, no supo la Universidad preparar­lo para resistir, en nombre del interés nacional, la solicitación de los mercade­res extranjeros. Por el contrario, dirigida por maestros que se distinguen en la ser­vidumbre de los intereses contrarios al país, sirvió de ejemplo malsano entre las nuevas generaciones.

Organizada con espíritu de privilegio, no se preocupó por encontrar en los grados anteriores de la educación, los valores se­lectos que debieron ingresar en ella. Fue en cambio instrumento de selección al servicio de lo antinacional, y es así cómo se encargó de preparar los expertos de la entrega, elaborando una mentalidad dó­cil a las desviaciones jurídicas en que se sustenta la modalidad depredatoria de las leyes y contratos que enajenaron la so­beranía económica de la Nación, poniendo a disposición de monopolios y trusts los alumnos que se destacaban en aptitudes técnicas para que fueran utilizados en contra del pueblo argentino, y haciendo de su cátedra el puntal doctrinario de to­das las tesis del entreguismo. Y en tal manera lo hizo, que donde las Facultades no eran aptas para la formación de agen­tes o servidores del interés financiero e internacional, se preocupó de que el téc­nico fuera un ejecutor ajeno por completo a la finalidad social de su ejercicio.

Es así como las consagraciones de la Universidad eran el camino cierto hacia las direcciones de las empresas, o de las posiciones políticas desde las cuales se las servía. Universidad, Empresas y Polí­tica, se complementaban en una misma obra antinacional, a la que la primera do­taba de los maestros y las doctrinas del engaño; las segundas, de los medios del soborno; y la tercera, de los medios de ejecución.

La enseñanza magistral, prestada de paso y sin vocación alguna, convirtió la Universidad en un enseñadero sin alma, informada por doctrinas de encargo o de técnicas cuya aplicación no se condicio­naba a ninguna finalidad social. Ese mis­mo tipo de enseñanza era inhábil para es­timular la búsqueda de la verdad en el propio medio. Como consecuencia de ello concurrió en grado máximo a la formación de la mentalidad colonial y a la división de la inteligencia argentina, en las distin­tas parcialidades de la extranjería ideo­lógica. Sus escasos intentos de otros ti­pos de enseñanza, no pasaron nunca del trasplante de técnicas experimentales ca­rentes de soluciones auténticas en las cuales los problemas del país fueran cau­sa a estudiar y solución a proponer.

Su máxima aspiración ha sido el cum­plimiento de una vida burocrática, cuando no deleznable remedo de las universida­des europeas y norteamericanas, cuyas técnicas intentaban aplicar sin compren­der jamás, en qué medida los valores universales de la técnica se asentaban allá sobre finalidades y modos espiritua­les, propios de cada país.

Es así como en lugar de cumplir la función de captar la técnica de los otros para ponerla al servicio de lo nuestro, contribuyó a hacer de lo nuestro el cam­po de aprovechamiento de quienes, con­juntamente con la importación de la téc­nica, traían la influencia extranjera que la había elaborado. 

La reforma universitaria

Frente a este estado de cosas, se im­pone señalar que el estudiante intentó siempre la reacción salvadora en una ac­titud que, más que de elaboración racio­nal, era producto del descubrimiento sen­timental de lo argentino. Es que el estu­diante de la Universidad es transfusión del pueblo en las aulas, y éste ha con­servado siempre, aun en los momentos de mayor confusión, el rumbo intuitivo del interés nacional y de lo que mejor con­viene a la realización de su destino.

La Reforma concretó en su hora tales inquietudes y aspiraciones. Plano paralelo al movimiento popular del radicalismo —cosa que no comprendieron gran parte de los directores ocasionales, perturba­dos por el prestigio de doctrinas tan ex­trañas como las que combatían— tradujo en lo didáctico la misma exigencia de ver­dad y pureza que animaba a lo político.

Más que una construcción orgánica de­finitiva, aportó los primeros basamentos de una demanda substancial, que por su­cesivas integraciones debía unificar la Universidad, con lo nacional y difundir el ideario típico de la Nación en el mundo.

Contemplada a través del tiempo trans­currido, es fácil advertir que la Reforma se fue malogrando en la medida en que permaneció en sus planteos iniciales. Su falta de continuidad para arquitecturar las construcciones profundas que la sacaran de lo meramente universitario y la pusie­ran en el rumbo de lo nacional, determina que sus consecuencias hayan sido es­casas.

Pero nadie podrá negar la fecundidad de su principio rector. La participación estudiantil —conquista básica de aquella etapa de la Reforma— señaló al estudian­te un tipo de actividad en que se advertía el signo de su deber político. De aquí su actitud crítica frente a la Cátedra que desvirtuaba el sentido propio de la cul­tura argentina y la denuncia persistente que hizo de quienes ponían su inteligencia al servicio de lo foráneo.

Es así como del seno de ese vivir polí­tico del estudiante en la Universidad, han salido todas las inquietudes que movili­zaron la actual conciencia nacional de re­cuperación. Los que se alarman por unos cuantos vidrios rotos, o los que confun­diendo la Universidad con un simple en­señadero, añoran la vieja disciplina, ol­vidan que la preocupación política del estudiante, que trajo la Reforma, ha salvado a las nuevas promociones universitarias de haberse conformado a imagen y seme­janza de los falsos maestros. En igual medida se alarman porque alguna vez esta actividad ha puesto en evidencia corrup­ciones que antes se deslizaban subterráneamente en el seno de las camarillas académicas, sin percibir que jamás en la vida de la Universidad fue eliminado de la Cátedra, por la acción estudiantil, un solo profesor digno de su jerarquía, por le­jos que estuviera de la simpatía de los jó­venes. En cambio, la lucha entre las camarillas de la Cátedra ha costado a la Universidad la pérdida de numerosos va­lores técnicos, ya que no de otra índole.

Lo poco que se ha hecho en el sentido de darle a la enseñanza un carácter ver­daderamente universitario, orientándola ha­cia la investigación, el trabajo por equi­pos, y el contacto con la realidad, es obra casi exclusiva de los Estudiantes y de los jóvenes Profesores formados en el nuevo espíritu. Bueno es tener presente que esa tarea ha contado siempre con la hostili­dad abierta u oculta de la cátedra magis­tral y de los cuerpos directivos. La con­vivencia del profesor y del estudiante para la obra común de superación y para la creación original, repugna a quienes sólo pueden mantener su jerarquía establecien­do distancias que impidan el cotejo de los méritos reales. Impone por lo demás un método de trabajo insoportable para los que han visto en la cátedra «una ayu­da de costas» o un peldaño para la ob­tención de otros fines. Escasos los se­minarios e institutos de investigación, en ellos se halla sin embargo toda posibili­dad de un profesorado a la altura de lo que la Universidad requiere.

La oposición a la inquietud política del estudiante responde, pues, a dos razones inconfesadas: una de subsistencia, de quienes quieren eliminar el espíritu crítico de los que juzgan la calidad de la ense­ñanza y los valores morales. Otra, de más vastos alcances, pretende restaurar la in­diferencia política y social del claustro, para privar al país del foco desde el cual se han irradiado las corrientes moralizadoras y patrióticas que constituyen todas las posibilidades de salvación argentina.

Aportó también la Reforma el sentido de la comunidad de destino de los ame­ricanos de un mismo origen, y cualquiera acción futura destinada a restablecer el equilibrio de esa comunidad frente a las falsificaciones imperialistas, tendrá que volver a su punto de partida. Desviación deliberada del rumbo de Mayo era la que primaba en la Cátedra y en nuestra diplo­macia —con la excepción de la política yrigoyeniana— tendiente a alejarnos de la comunidad histórica de naciones a que pertenecemos; y el no haber entendido nuestros gobiernos el meridiano que los estudiantes señalaban, es hoy causa de males de todo orden. Gobiernos, pueblo y ejército pueden buscar en aquel mo­vimiento la fuente inspiradora, que reinte­grándonos a nuestra función histórica, per­mitan establecer las bases de una políti­ca internacional, de comprensión y defen­sa mutua, de colaboración y grandeza co­mún, en la que la realización nacional se integre en la realización de América nues­tra, para que Argentina y sus hermanas de tierra y tradición, cumplan su misión en el mundo.

¡Porque tenemos una misión que cum­plir! ¡En nuestra tierra, en nuestra Amé­rica, en el mundo!

Misión argentina de la inteligencia

Los estudiantes que hacemos la fuerte militancia de F.O.R.J.A. no nos hemos reunido alrededor de un programa de rea­lizaciones limitadas en el tiempo. Cuando hemos levantado el reclamo de la eman­cipación nacional, denunciando el colo­nialismo que padecíamos, como cuando hemos elevado nuestra protesta contra la iniquidad social que ha hecho parias a los dueños nominales de la tierra argen­tina, no hemos pensado detenernos en una recuperación que constituyera una na­ción a imagen y semejanza de las que nos hicieron daño, ni tampoco en satis­facer sólo las necesidades apremiantes de nuestros paisanos. Esas demandas sólo fueron concebidas como pasos primeros, supuestos exigidos de una demanda por el estilo original y creador de la Nación y sus nacionales y de las naciones y sus nacionales que con igual signo surgieron contemporáneamente en esta parte del continente, y en cuyos pasos iniciales se pensó y se habló siempre del «Nuevo Mundo», creador del «Mundo Nuevo».

Así, al lado de los más maduros que nosotros en la misma militancia, hemos necesitado remontar el curso de la anti­historia para encontrar el de la verdadera historia y extraer de su enseñanza los elementos de tradición que están en nues­tra realidad y los recientes, pero incorpo­rados, que contribuyen a formarla. Y no nos ha movido ansia de revanchas ni afán de restaurar formas abolidas, sino avidez de verdad que sirviera en la proyección hacia el futuro. Por eso la alta pasión de Patria que, nos hizo enfrentar a las fuer­zas extranjeras que medraron en nuestra indefensión, no degeneró en chauvinismo, ni engendró odios contra determinadas potencias, sabedores como somos, de que obedecían a un determinismo histórico, cuya superación es deber americano.

Creemos en la misión de nuestro Pue­blo, de nuestra Patria, de nuestra Amé­rica. Así eran los primeros días argenti­nos, y por eso fue posible a un puñado de hombres, un puñado de jóvenes, casi niños, envejecerse a caballo peleando por la libertad de América, conmover un con­tinente y poner de pie su humanidad para la empresa. El lenguaje que hablamos, como entonces, corresponde al sentido de una misión trascendente. No cabría, si achicáramos la esperanza a la altura de un nacionalismo de imitación, o a una reconquista de mostrador, o a un remedo imperial que trueque la conquista del alma por el alma de la conquista.

Buenos Aires era una aldea cuando ha­blaba en el tono que lo hacemos nosotros, y era metrópoli de almas; ahora que ha crecido perdió su arrogancia y no se sabe conductora de un destino.

¿Y dónde, más que en su Universidad está substancialmente la culpa? Ya lo hemos dicho. No sirve su Universidad para la empresa; no sirven sus viejas je­rarquías. Afirmamos que en cambio sirve el estudiante. Para que la remoción que reclamamos asuma la trascendencia que le asigna este momento, deberá actuar en unidad de pensamiento con esa juven­tud que ha ido elaborando, a pesar de la cátedra antinacional, ideales con que la Universidad debe reconstituirse y ex­presarse.

La presencia del estudiante como parte viva y directora de la Universidad, no es mera cuestión adjetiva. Es principio sus­tantivo en que radica toda posibilidad de comunicar la fragmentación universitaria con el estilo auténtico de la Nación, y el medio de proyectarla continentalmente para la realización de la comunidad es­piritual, sobre la que se construirá una auténtica política internacional Argentina.

Las pequeñas incidencias de un vivir universitario en que todo sueño de gran­deza había sido proscripto, no pueden utilizarse para favorecer planes de recu­peración oligárquica, en los que se aspire a someter la Universidad a métodos y disciplinas dogmáticas que preparen la conciencia pública para su implantación posterior en la vida misma del estado. Toda tentativa de eliminación del estu­diante en la dirección de la Universidad favorecería la contrarrevolución que viene sustentando, desde lo más antiguo de nuestra historia, la fuerza de oposición al pueblo, que son, en el gobierno de la Universidad como en el país, los dóciles mandatarios del interés extranjero.

No vale invocar la autonomía de la Uni­versidad para salvar su dependencia de los extranjeros, es traición al país. Se trata precisamente de echar las bases de una autonomía que permita a la Univer­sidad expresarse en función de la nacio­nalidad y como síntesis del pensamiento argentino.

En el plan de remoción total que pre­conizamos, solamente una tradición uni­versitaria debe salvarse: la de la juven­tud que levantó bandera insurreccional frente a las  desviaciones de una docencia que no supo canalizar el genio del país.

La nueva universidad, su orientación

Todo el sentido de la Nueva Universi­dad debe ser dado por el signo de la misión. Misión para con el país y misión de Argentina en América y en el mundo. Servicio.

Servicio supone desterrar «la innoble estrategia del lucro personal de aprove­chamiento de la Nación como empresa». Supone dotarla de una finalidad ética que discipline la técnica. Y aquí interesa mar­car la actitud de esa ética, que debe ser dinámica; de ninguna manera la ética pa­siva que señala simplemente lo que el individuo no debe hacer porque lo pro­híbe la ley moral. Se trata de lo que de­ben hacer el individuo y la colectividad universitaria para que la Universidad cum­pla sus objetivos como el más eficaz ins­trumento de creación argentina.

La Universidad no es en sí un fin, no lo es la preparación de sus alumnos, la perfección de sus profesores, la excelen­cia de sus gabinetes; es sólo un medio cuya perfección se realiza cuando la per­fección de sus elementos se ha ordenado para la de la colectividad, cuya síntesis es la Nación. La Nación cuya presentación interna es lo social; el hombre, y cuya presentación externa, en lo internacional, es también el hombre considerado dentro de sus propias formaciones nacionales y en el orden de aproximación que se ex­presa: Argentina, América, el mundo.

Entendemos que «la técnica es instru­mental y que cuando el espíritu no es due­ño de sí, se le sobrepone», y que «los elementos mecánicos, todas las fuerzas dimanantes de la ciencia y de la técnica, deben conceptuarse como medios que, con propia decisión, el espíritu americano re­clama para su desarrollo. No se trata de que nuestra cultura tenga poco o nada que oponer, dado su carácter naciente, a lo que un mundo ya evolucionado puede ofre­cer. Se trata de la creación de un mundo propio, de cultivar la propia estirpe en servicio humano, situándose en el linaje de la historia; de movilizar los posibles universales aquí; de ser lo que somos; de cumplir la pedagogía esencial por la cual la Reforma combatió cuando reclamaba para el estudiante las condiciones de su libertad».

La Universidad debe dejar de ser una simple agrupación de escuelas, ajenas entre sí y ajenas a la Nación. Se enlazan por «un pensamiento del mundo en fun­ción de los valores propios del país que sitúa el hombre sobre el saber: «apren­dizaje del dominio físico para libertarse y libertar; para que se cumpla la ley moral sobre el destino de la riqueza».

De lo dicho surge la orientación huma­nista de la Nueva Universidad. Pero en­tiéndase bien: «humanismo no es abstrac­ción, ni muertas figuras espirituales que pretendan a pesar de su categoría sobre­ponerse como un vestido o como una co­yunda, sin la encarnación en hombres de carne y hueso». «Humanismo no es entelequia o abalorio mental; es aquí, que lo argentino, lo americano, en cuerpo y es­píritu, no siga pereciendo o padezca des­tierro de sí o de lo suyo. Humanismo es saber de hombres; poner aliento y sim­patías por lo que de nuestras gentes naz­ca o crezca; definiendo nuestra autonomía en lo político y educativo, adecuando las instituciones sin emigración o traición de la inteligencia»; «ni el bárbaro puro ni el saber aséptico».

El profesor y el estudiante

El estudiante de tal universidad está ya instituido. Su lucha por la propia creación no tuvo escenario propicio y lo que se ha llamado su indisciplina ha sido la nece­sidad de defender su personalidad argen­tina. En marchas y contramarchas su creación, que es la nueva conciencia nacional, revela que sus errores no fueron nunca substantivos. Sin su actitud cada egresado habría sido un remache más en la ca­dena del enfeudamiento.

Puede ser que aún no se le reconozca al estudiante su obra si no se cotizan los imponderables, pero es seguro que si de­ veras se intenta una creación nacional, y no una simple remoción transitoria, nada se hará sin su fuerza, para promover en lo interno y en lo externo la acción profun­da que no está en las posibilidades pura­mente mecánicas del estado. Algo nos está enseñando esta guerra del mundo, y es que lo único fuerte, lo único que se defiende, es aquello que es creación au­téntica «cualquiera sea el régimen» de los imponderables que constituyen el alma de los pueblos.

Temer al estudiante es temer al país; es convocar a la juventud, reclamándole que primero se haya envejecido como en el risueño mensaje del presidente caído. Es querer el cambio sin desear la transi­ción, desear el hijo rehusando los dolores del parto.

Existe también el profesor.

Contra los consejos directivos que siem­pre la hostilizaron, se ha constituido en seminarios, laboratorios e institutos de fundamental creación estudiantil, una jo­ven promoción que hace vida de trabajo, de estudio y construcción al margen de las consagraciones oficiales. Maestros hay, de 30 años, de los que se echa mano cuando se quiere, en alguna actividad téc­nica, contar con hombres idóneos y de se­gura lealtad al país. También existen en la cátedra actual, aptitudes desaprovecha­das por una Universidad que no ha sabido encontrar en sus técnicos las reservas morales que necesitan estímulo para orien­tarse.

 

Hay además una poderosa fuerza argen­tina constituida por quienes hasta ahora no fueron oídos en su empeño de servir al país. Geólogos que han recorrido una por una las montañas para arrancarles sus secretos tapados por los falsos maestros; técnicos arrinconados en obscuras ofici­nas y condenados a la estéril labor de in­formar expedientes de destino trunco o torcido; especialistas en todos los ór­denes, en los cuales la común pasión de Patria ha constituido la unidad espiritual que la Universidad reclama.

Muchos hay también que no se gradua­ron porque los arrastró a mitad de camino una búsqueda más apasionante que la re­petición de los textos necesarios a la pro­moción. Y no estamos hablando de los fra­casados; hablamos de los que suelen con­fundirse con ellos porque triunfaron de una Universidad cuyas consagraciones pre­ferían premiar el fracaso de lo argentino. Y sino, mírese en qué proporción los estu­dios económicos, sociales y políticos de los no graduados, han contribuido a des­cubrir la verdad argentina a los ojos del país engañado.

El método

De la conjunción de la orientación se­ñalada y de tales estudiantes y profesores surge el método de la Nueva Universidad, que vendrá a substituir a la enseñanza verbalista, reservada sólo para la síntesis para el desarrollo de las generalizaciones y para integrar conocimientos necesarios a la mecánica de las promociones.

El trabajo por equipos debe ser la base de la nueva enseñanza, la que permitirá la selección natural de los valores verda­deramente universitarios de entre la mul­titud, también universitaria pero desti­nada por su menor vocación a los ejerci­cios profesionales.

La república entera es un campo inex­plorado donde la universidad debe colo­carse para hallar su laboratorio. Lo que la Universidad individualista no puede pe­dir puede exigirlo la Universidad al ser­vicio del país. Desde las reparticiones del estado hasta los establecimientos indus­triales y rurales, deben estar sometidos a servidumbre de la enseñanza experimen­tal, servidumbre que será ampliamente re­tribuida por el fruto de las labores que se cumplan.

Comisiones de estudio, ensayos de ga­binete —que ya se practican con todo éxito en algunas universidades— ante-pro­yectos, análisis, estadísticas, controles, investigaciones agronómicas y mineras, censos, pericias, lucha contra las plagas, asistencia social, consejo y asesoramiento técnico, recolección de material folklórico, preparación especial de artesanos y obre­ros, enseñanza de adultos, y mejoramiento sanitario de medios en atraso, creación de grupos artísticos y musicales, racionalización del deporte, organización de vaca­ciones y turismo escolar y obrero, estudio sobre el terreno de las formas jurídicas y su aplicación, difusión cultural, fichaje y clasificación de bibliotecas y archivos, ordenamiento de materiales históricos, etc., etc.

La Universidad proyectada hacia todas las actividades, —se acaban de señalar sólo algunas—, viviendo en el medio ar­gentino, recibiendo la influencia de su es­píritu e infundiéndole el suyo, proporcio­naría por otra parte al país, con sus equi­pos de estudio y trabajo, un medio de movilización de eficacia muy superior al que puede darle una burocracia papelera y sin fe.

Con recursos en mucho inferiores a los que ésta consume, en la parte de labor que se trasladará, la Universidad podrá te­ner el profesorado y los ayudantes que necesita: hombres de vocación y de ser­vicio sin otra preocupación que su tarea, una vez arbitrados los medios de un vivir decoroso. Los gastos ocasionados por la ocupación de los estudiantes en tareas concretas serán los imprescindibles para solventar el cumplimiento de ellas y el trabajo así establecido, a la vez que elimi­nará del claustro al que ha hecho del estudio el pretexto de sus ocios, permitirá su acceso a aquellos que teniendo las ap­titudes necesarias no pueden hoy llegar por razones económicas.

La anhelada extensión universitaria cum­plirá así también sus fines y será prove­chosa para el pueblo en cuanto le permi­tirá recoger de manera inmediata y direc­ta los frutos de la labor universitaria, y para la Universidad, cuyos componentes obligados a vivir en contacto con todos los medios sociales estructurarán su espí­ritu en función de una auténtica modalidad democrática.

En un momento que consideramos deci­sivo nos sentimos iluminados por las po­sibilidades de creación que se abren ante nosotros.

La Nación frustrada constantemente pue­de hoy lanzarse hacia su conformación definitiva en la que es parte fundamental la tarea que corresponde a la Universidad.

Los forjistas entramos en la acción para cumplir hasta el fin y sabemos que si no es hoy será mañana. En esa fe y esa vo­luntad actuamos en todos los campos de lo argentino.

Con ese espíritu y esa fe concitamos los compatriotas estudiantes para una ac­ción en la Universidad, cuyos lineamientos generales quedan expuestos.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar