Marie Anne Périchon de Vandeuil, “la Perichona”


(1895 – 1974)
Autor: Felipe Pigna, Mujeres tenían que ser. Historia de nuestras desobedientes, incorrectas, rebeldes y luchadoras. Desde los orígenes hasta 1930, Buenos Aires, Planeta, 2011, págs. 183-187.

Marie Anne Périchon de Vandeuil, más conocida como Anita Perichón o “la Perichona”, había nacido en 1775 en la isla de Reunión en el océano Índico. Pertenecía a una familia de la elite colonial francesa y muy joven se casó con un oficial irlandés al servicio de Francia, Thomas O’Gorman. En 1797, la familia se instaló en Buenos Aires, donde ya estaba establecido el tío de Thomas, el médico Miguel O’Gorman, creador del Protomedicato, la institución encargada de regular las prácticas de salud en la colonia. Llegaron con “gran boato”, como se decía entonces, y mientras el padre de Ana fracasaba en su intento de convertirse en fazendeiro en Brasil, O’Gorman castellanizó su nombre como Tomás y adquirió campos en los alrededores de Buenos Aires.

La vida de don Tomás se complicó a partir de las Invasiones Inglesas, ya que por colaborar con el enemigo fue encarcelado en Luján luego de la reconquista y, al insistir en ofrecer sus servicios al invasor en 1807, tuvo que buscar refugio en Río de Janeiro. Su mujer, Anita, se quedó en Buenos Aires, donde se convirtió en amante del “héroe de la jornada” y nuevo hombre fuerte en Buenos Aires, Santiago de Liniers, convertido en virrey por decisión de los “vecinos”. El historiador Vicente Fidel López señala que su amante anterior había sido nada menos que el general Beresford, jefe de la primera invasión inglesa. Allí nacieron las sospechas, que la acompañarán gran parte de su vida, sobre su espionaje a favor de los ingleses.

Según nos cuenta Paul Groussac, mientras avanzaba Liniers al frente de su columna, el 12 de agosto de 1806, cuando llegó a la calle de San Nicolás –la actual avenida Corrientes- alguien arrojó a sus pies un pañuelo bordado y perfumado como homenaje al vencedor. Liniers lo recogió con la punta de su espada, y al contestar el saludo con el pañuelo en alto pudo ver a la bella Anita y a partir de ese momento dio comienzo una relación muy fogosa y las relaciones de “Madama O’Gorman” y Liniers fueron el escándalo de la ciudad por esos días. En parte, porque a sus 31 años ya no era considerada una jovencita en esos tiempos y se suponía que una “señora” debía ser mucho más discreta. La informal “virreina” se instaló en la casa de Liniers y se movía con una escolta, y para horror de las damas porteñas llegó a usar uniforme militar y pasearse montada a caballo.

El apodo de Perichona referente obviamente a su apellido, se asociaba por entonces con María Michaela Villegas y Hurtado, notable actriz limeña que, además de por su gran talento, cobró celebridad por sus amores con el virrey del Perú, don Manuel de Amat y Juniet, Caballero de la Orden de San Juan. El calificativo era un tanto insultante porque derivaba de “perra” y “chola”.  Por su parte, Liniers, prefería llamarla “La Petaquita”.

Según un espía del gobierno portugués, la mujer “puede todo lo que quiera sobre su espíritu” y era el “canal adoptable para dirigir la voluntad” del virrey. El rumor a voces era que, a través suyo, se realizaban excelentes negocios, gracias al favor oficial; algo que no era ninguna novedad en la colonia, pero que en esos tiempos revueltos y con el tesoro exhausto se hacía más evidente.

La situación se volvió más que complicada cuando Napoleón decidió apoderarse de España y entronizar a su hermano José. La condición de franceses, tanto de Liniers como de “Madama Perichón”, los puso en la mira de los ataques. El rico comerciante español y jefe del Cabildo, Martín de Álzaga, vio llegada la oportunidad de deshacerse del “francés”, y en octubre de 1808 hizo redactar un oficio del Cabildo a la Junta Suprema Central en la que se leía: “Esa mujer con quien vive el virrey mantiene una amistad que es escándalo del pueblo, que no sale sin escolta, que tiene guardia en casa de día y de noche, que emplea las tropas del servicio en los trabajos de su hacienda de campo, donde pasa los días el virrey, cuya comunicación no han podido cortar ni las insinuaciones ni los consejos de las autoridades, ni el susurro ni los gritos del pueblo, esa mujer, en fin, despreciada y criminal por todas sus circunstancias es la árbitra del gobierno y aun de nuestra suerte. No hay cosa, por injusta que sea, que no se le alcance y consiga por su conducto. El empeño y el dinero son agentes muy poderosos con ella. En nada trepida, y así se ven monstruosidades en el mando, desórdenes sobre desórdenes trascendentales al mismo pueblo, en quien los magistrados no pueden administrar justicia porque se excusa su conducta”.

La gota que colmó el vaso bastante chiquito de la pacata sociedad porteña de la época fue la intención de la hija de Liniers de casarse con el hermano menor de Anita, Juan Bautista Perichón. El virrey, dejando de lado sus pasiones amorosas y tratando de defender su “buen nombre y honor”  acusó a su amante de reunir a conspiradores en las tertulias de su casa, la hizo embarcar y la expulsó con destino a Río de Janeiro, a reunirse con su marido. Para entonces, la corte portuguesa había sido instalada por sus aliados británicos en Brasil, huyendo de la invasión napoleónica, y era el centro de las intrigas que protagonizaba la princesa Carlota Joaquina de Borbón, hermana del rey Fernando VII y mujer del príncipe regente de Portugal. Recordemos que Carlota aspiraba a gobernar las colonias americanas como regente mientras durase el “cautiverio” de su “real hermano”, preso VIP de Napoleón en el palacio francés de Valençay.

En su casa de Río de Janeiro, Anita Perichón de O’Gorman prosiguió con sus tertulias, donde se reunían distintos conspiradores rioplatenses, británicos y portugueses. La leyenda quiere que su nuevo protector y amante fuese nada menos que lord Strangford, el representante británico ante la corte portuguesa en Río; como se diría en tiempos más recientes, uno de los principales “operadores políticos” de todo el proceso en marcha en Sudamérica y, ante todo, el más firme opositor a los planes de la princesa Carlota de verse dueña de la situación. Así las cosas, doña Carlota decidió que para “intrigante” en las playas cariocas con ella misma era más que suficiente, y en 1809 decidió expulsar a doña Anita.

Presas, el secretario de Carlota, cuenta en sus “Memorias secretas” que en un principio la princesa le pidió que hiciera una lista de conspiradores en la que no podía faltar Madame Perichón. Este se compadeció de Anita y relata: “Formé al momento con las señas y circunstancias que pedía la princesa; más omití poner en ella a la Périchon, porque no hay cosa peor para toda persona que se empiece a escribir de ella en semejantes materias. Al tiempo de leer S. A. la lista notó que faltaba el nombre de la que ella quería que se buscase con particularidad. -¿Y por qué –me dijo- no está aquí la Périchon? –Porque esta mujer no se mezcla en semejantes negocios, y su situación es tan desgraciada en el día, que es más digna que V. A. R se compadezca de ella, que no de que la aumentemos su aflicción. -¡Hola! –me replicó-, parece que eres protector de las buenas mozas. –Señora, soy hombre; pero a esta en la vida la he hablado, y si el ser buena moza en esta ocasión no la favorece, tampoco debe perjudicarle, no existiendo causa cierta para proceder contra ella, y sobre todo V. A. podrá hacer lo que guste”1 . Concluye Presas: “No es fácil explicar el odio y ojeriza con que las mujeres feas miran a las hermosas, defecto de que no están exentas ni las mismas princesas”. 2

Finalmente Anita fue deportada y embarcada en un buque inglés, pero las autoridades españolas de Montevideo y de Buenos Aires con el virrey Cisneros a la cabeza, le negaron el permiso para desembarcar. Recién después de la Revolución de Mayo, la Junta decretó que “madame O’Gorman podría bajar a tierra con la condición de que no se estableciera en el centro de la ciudad, sino en la chacra de La Matanza, donde debía guardar circunspección y retiro”.

Desde entonces, permaneció encerrada en la estancia familiar donde se enteró que su virrey había sido fusilado en Córdoba por contrarrevolucionario. Allí vivió sus últimos treinta años entre sus recuerdos de amores, intrigas, viajes, cortes y despedidas, mientras se casaban sus hijos y nacían sus numerosos nietos. Entre ellos, Camila O ‘Gorman, la del pensamiento libre y el destino trágico.

Referencias:

1 Citado por Uzal, Francisco Hipólito, “Anita Périchon. La Mata Hari colonial”, en TeH Nº 10, p. 84-91
2 Idem