Napoleón Bonaparte y los métodos del poder


Al hacerse Napoleón Bonaparte del gobierno francés, en noviembre de 1799, hizo promulgar una nueva constitución, basada en esta oportunidad –según declaró- “sobre los verdaderos principios del gobierno representativo, sobre los sagrados derechos de propiedad, la igualdad y la libertad”, para anunciar enseguida que “la revolución ha terminado”.

El ciclo revolucionario iniciado en 1789 había enseñado una organización monárquica reformada, una radical constitución jacobina, un conservador gobierno termidoriano, hasta la llegada del Consulado en 1899. Este último cuerpo de gobierno, del que participaba Napoleón, había heredado una importante tradición republicana, incluso democrática, pero también un legado conservador, propias del caído régimen monárquico.

Con Napoleón, la nueva constitución convalidó el sufragio universal para los hombres, pero sólo en los eslabones más bajos de un proceso electoral indirecto, que culminaba con la elección de miembros para el parlamento, y pronto apareció un criterio censitario, es decir, de mayores derechos para quienes pagaran más impuestos.

Esto no invalidó que Napoleón apelara a las masas electorales a través de diferentes plebiscitos, no exentas de la manipulación oficial. No obstante, todo llevaba gradualmente a un gobierno cada vez menos republicano y cada vez más jerárquico y ambicioso, que encontraron asiento en dos despachos especiales: el del Ministerio del Interior y el del Ministerio General de Policía.

En poco tiempo, Napoleón logró que el Consulado de tres miembros quedara enteramente en sus manos y, con posterioridad, que la Constitución del Año XII inaugurara el Imperio hereditario. Esto último sucedió en mayo de 1804, ante la amenaza de la restauración monárquica, impulsada por Gran Bretaña. Desde entonces, se desataron las guerras napoleónicas, que permitieron la expansión del imperio francés, con el código napoleónico bajo el brazo, a gran parte de Europa.

En esta ocasión, recordamos la fecha en que Napoleón fue coronado como emperador, el 2 de diciembre de 1804, con la inestimable –en virtud de sus ambiciones imperiales- presencia del Papa Pio VII.

La frase elegida para la ocasión revela la fórmula general que explica la ascendencia de Napoleón sobre el pueblo. El período de gobierno napoleónico –que duró hasta 1815- supuso un férreo disciplinamiento social y político. Sin embargo, ello no fue un exclusivo legado suyo. Tanto es así que se ha dicho que si Bonaparte fue el sepulturero de la libertad política, el Directorio ya le había facilitado el cadáver.

Fuente: Octave Aubry, El Pensamiento vivo de Napoleón, Buenos Aires, Editorial Losada, 1951.

“¡Yo, un mascarón real! ¿Puedo ser comparado con un Luis XVI? Escucho a todo el mundo, pero mi cabeza es mi única consejera. Hay una clase de hombres que ha hecho a Francia más daño que los revolucionarios más furiosos: los frasistas e ideólogos. Espíritus vagos y falsos, habría sido mejor que hubieran recibido algunas lecciones de geometría. Mi política consiste en gobernar a los hombres como quiere ser la mayoría de ellos. Ésa es, según creo, la manera de reconocer la soberanía del pueblo. Haciéndome católico terminó la guerra de Vendée, haciéndome musulmán me establecí en Egipto, haciéndome ultramontano conquisté los ánimos en Italia. Si gobernase a un pueblo de judíos restauraría el templo de Salomón.”

 

Napoleón Bonaparte

Fuente: www.elhistoriador.com.ar