Primeras bombas en la Plaza de Mayo – 15 de abril de 1953


El año 1953 no sería auspicioso para el gobierno de Juan Domingo Perón. La crisis económica desatada en 1952 y la muerte de Evita debilitaron al gobierno. La constante suba de precios y el desabastecimiento local se acentuaban, y la carestía se hacía sentir especialmente en el rubro de la carne, ya que los ganaderos destinaban una porción cada vez mayor de ese alimento para la exportación. La súbita muerte de Juan Duarte, complicado en manejos especulativos en torno al precio de la carne, contribuyó a restarle apoyo al gobierno peronista. Fue entonces, cuando grupos opositores a Perón cobraron bríos y, en medio de una manifestación de apoyo al gobierno en Plaza de Mayo, hicieron estallar bombas contra los civiles allí reunidos y desataron una ola de violencia. Era el 15 de abril de 1953. A continuación transcribimos un fragmento del libro Los mitos de la historia argentina 4, de Felipe Pigna.

Fuente: Felipe Pigna, Los Mitos de la Historia Argentina 4, Buenos Aires, Editorial Planeta. 2008.

Para contrarrestar la ofensiva opositora, que encontraba en la carestía, el desabastecimiento y el caso Juan Duarte un interesante caldo de cultivo, la CGT convocó para el 15 de abril a una movilización. La Plaza de Mayo volvió a llenarse y estaba todo listo para otro “día peronista”. El General dedicó su discurso a vincular la complicada situación económica con el accionar de la oposición:
He repetido hasta el cansancio que en esta etapa de la economía argentina es indispensable que establezcamos un control de los precios, no sólo por el gobierno y los inspectores, sino por cada uno de los que compran, que es el mejor inspector que defiende su bolsillo. Y para los comerciantes que quieren precios libres, he explicado hasta el cansancio que tal libertad de precios por el momento no puede establecerse.

No había terminado aquella frase cuando una ensordecedora explosión hizo volar a todas las palomas de la Plaza. Estaba claro que no era un petardo, sino una bomba de alto poder. Perón intentó continuar:
Compañeros, éstos, los mismos que hacen circular los rumores todos los días, parece que hoy se han sentido más rumorosos, queriéndonos colocar una bomba.

Otro explosivo estalló en ese momento y el General, con el rostro severo, continuó:
Ustedes ven que cuando yo, desde aquí, anuncié que se trataba de un plan preparado, no me faltaban razones para anunciarlo. Compañeros: podrán tirar muchas bombas y hacer circular muchos rumores pero lo que nos interesa a nosotros es que no se salgan con la suya, y de esto, compañeros, yo les aseguro que no se saldrán con la suya.

La multitud lo interrumpió y se oyeron repetidas claramente dos palabras: “¡Perón! ¡Perón!” y “¡Leña! ¡Leña!”. El líder no dejó pasar la oportunidad y sin medir demasiado sus palabras dijo:
Eso de leña que ustedes me reclaman, ¿por qué no empiezan ustedes a darla? Compañeros: estamos en un momento en que todos debemos de preocuparnos seriamente, porque la canalla no descansa porque están apoyados desde el exterior. […] Decía que es menester velar en cada puesto con el fusil al brazo. Es menester que cada ciudadano se convierta en un observador minucioso y permanente, porque hoy la lucha es subrepticia. Todo esto nos está demostrando que se trata de una guerra psicológica organizada y dirigida desde el exterior, con agentes en lo interno. Hay que buscar a esos agentes, que se pueden encontrar si uno está atento, y donde se los encuentre, colgarlos en un árbol. […] Con referencia a los especuladores, ellos son elementos coadyuvantes y cooperantes en esta acción. El gobierno está decidido a hacer cumplir los precios aunque tenga que colgarlos a todos. Y ustedes ven que tan pronto se ha comenzado, y el pueblo ha comenzado a cooperar, los precios han bajado un 25 por ciento. Eso quiere decir que, por lo menos, estaban robando el 25 por ciento. Han de bajar al precio oficial calculado, porque eso les da los beneficios que ellos merecen por su trabajo. No queremos nosotros ser injustos con nadie. Ellos tienen derecho a ganar pero no tienen derecho a robar. […] Si para terminar con los malos de adentro y con los malos de afuera, si para terminar con los deshonestos y con los malvados, es menester que cargue ante la historia con el título de tirano, lo haré con mucho gusto. Hasta ahora he empleado la persuasión; en adelante emplearé la represión. Y quiera Dios que las circunstancias no me lleven a tener que emplear las penas más terribles.1

En la Plaza quedó el saldo humano de las explosiones: cinco muertos y más de cien heridos de consideración.

Perón no había terminado su discurso como solía hacerlo, con pedidos de tranquilidad y la tradicional invitación de ir de casa al trabajo y del trabajo a casa. Los había convocado, en cambio, a hacer justicia por mano propia. Algunos grupos, sintiéndose intérpretes de aquellas palabras, se dirigieron a distintos lugares de la ciudad para destruir sedes partidarias y locales sociales. Así cayó bajo las llamas la “Casa del Pueblo”, la histórica sede del socialismo ubicada en Rivadavia 2150. Entre las brasas quedó hecha cenizas la Biblioteca Obrera Juan B. Justo, uno de los archivos más completos de la historia del movimiento obrero argentino, que se perdió para siempre. También fueron quemadas la Casa Radical, de Tucumán 1660; el comité central del Partido Demócrata, en Rodríguez Peña 525, y la sede social del Jockey Club, de Florida 559. Los bomberos llegaron sospechosamente tarde y con sus autobombas sin agua.

Todo parece indicar que los autores de los incendios pertenecían a las huestes de la Alianza Libertadora Nacionalista lideradas por Juan Queraltó, juntamente con hombres que operaban al mando de Tessaire y el por entonces mayor Jorge Osinde. El futuro le tenía reservado a Osinde el triste privilegio de pasar a la historia como uno de los responsables de la masacre de Ezeiza aquel inolvidable 20 de junio de 1973.2

En cuanto a los autores de los atentados con bombas en la Plaza de Mayo, señalar Félix Luna:los hermanos Alberto y Ernesto Lanusse y Roque Carranza eran algo así como coordinadores del grupo. Tenían un feble contacto con militares de baja graduación, el capitán Eduardo Thölke el más importante, que a veces les proveían de explosivos y los alentaban a continuar creándole dificultades a Perón.3

Los hermanos Alberto y Ernesto Lanusse eran miembros de una familia vinculada a la oligarquía ganadera, a la que también pertenecía Alejandro Agustín, entonces preso en el Sur por participar del intento golpista de Menéndez. Roque Carranza llegaría a ser un destacado dirigente radical. Fue ministro de Obras y Servicios Públicos durante la presidencia del doctor Arturo Illia y de Defensa en la administración de Alfonsín. Una estación de subte de la línea D lleva su nombre.

No es bueno que el hombre esté solo
El General haría una autocrítica de estos gravísimos e injustificables hechos años más tarde, en Madrid:
Mi gobierno no mandó a realizar estas acciones imprudentes, pero es indudable que se realizaron a favor del gobierno y como respuesta a la acción canallesca de la oligarquía. Pero yo no quise que eso pasara, por la sencilla razón de que con eso contribuíamos a echar más leña al fuego. Después de todo había un dato que era indiscutible, los funcionarios públicos dejaban bastante que desear, la corrupción fue una realidad que nosotros debimos atacar antes que nada, para después sí llenarnos la boca contra nuestros detractores. Pero con que una sola de sus críticas fuese verdadera, nosotros no teníamos argumentación moral para discutir.4

El texto deja entrever algunos de los problemas más graves que se planteaban en el movimiento en aquellos momentos cruciales.

Referencias:

1 El Líder, jueves 16 de abril de 1953.
2 Luna, Perón y su tiempo, cit.
3 Luna, “Bombas e incendios en 1953”, cit.
4 En Pavón Pereyra, Yo, Perón cit.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar