Tres días antes de la histórica jornada del 17 de octubre de 1945, el coronel Juan Perón le escribía a Evita, su “adorable tesoro”, una carta desde la cárcel de la isla Martín García, con un singular tono escéptico y resignado. Entre palabras de amor, le prometía un futuro alejado del conflictivo mundo de la política: “…tan pronto salga de aquí, nos casaremos y nos iremos a vivir en paz a cualquier sitio (…) Díle, por favor, a Mercante que hable con Farrell para saber si autorizan que nos vayamos a Chubut (…) nos casaremos al día siguiente y si no, ya lo arreglaré todo de una manera u otra…”. Pocas cosas podrían hacerle creer a este hombre fuerte del golpe de estado de junio de 1943, que se desempeñaba como vicepresidente de la Nación, secretario de Guerra y de Trabajo, que sus días como político no habían acabado.
En los últimos dos años, Perón había intentado construir un proyecto político de conciliación entre los diferentes sectores de la sociedad, especialmente entre trabajadores y empresarios. Pero sus esfuerzos, particularmente entre los hombres de negocio y la clase política, no habían dado los resultados esperados. A comienzos de 1945, enfrentaba un notorio aislamiento político. Fue entonces cuando dio un brusco giro estratégico: dejó de lado la búsqueda de la conciliación social y convocó a los trabajadores a defender su gestión. Su detención el 10 de octubre de aquel año ponía un virtual fin a su proyecto. Sin embargo, en aquellos días se gestaría el trascendental acontecimiento de masas que lo devolvería al frente del gobierno y daría inicio al movimiento que lleva su nombre.
Reproducimos en esta ocasión un informe especial publicado en la revista Panorama sobre aquellas jornadas, escrito en el agitado contexto del definitivo regreso de Perón al país luego de 17 años de exilio. El informe pone de relieve el rol que le cupo a la clase obrera y a su dirigencia en la gestación del peronismo. Aquel 17 de octubre por la mañana comenzaron a confluir los trabajadores a la Plaza de Mayo, a pesar de que la CGT había convocado, luego de arduas discusiones, a la huelga general para el día 18. Los acontecimientos se precipitaron. Las vacilaciones de la oposición civil y de sus representantes militares se agrandaron ante la acción espontánea de miles de trabajadores y la convicción de numerosos dirigentes sindicales. Tras la multitudinaria manifestación, Perón no sólo logró ser liberado sino que cuatro meses más tarde ganaría las elecciones presidenciales que lo llevarían a ocupar la presidencia del país durante más de nueve años.
Fuente: Revista Panorama, 12 de octubre de 1972.
Informe especial
Ocurrió un 17 de octubre
En octubre de 1945 Juan Domingo Perón había cumplido 50 años y había llegado a posiciones de importancia en el gobierno militar surgido del golpe producido el 4 de junio de 1943. En aquel momento, Edelmiro Farrell era presidente de la República (el tercero en dos años, después de Rawson y Ramírez) y la creciente influencia de Perón lo había llevado a ocupar simultáneamente tres cargos: como vicepresidente de la Argentina, como subsecretario en el Ministerio de Guerra y como titular del Ministerio de Trabajo y Previsión, donde había manifestado un abierto acercamiento hacia la clase trabajadora.
De esos puestos se lo quiso desalojar con un golpe de fuerza atribuido por los historiadores a la Marina y a Campo de Mayo, representados por el contraalmirante Vernengo Lima y el general Avalos. En octubre de 1945 la caída de Perón parecía un hecho consumado cuando se consiguió recluirlo en la isla de Martín García. Pero de inmediato fue sacado de allí: primero al Hospital Militar y después a la misma Casa Rosada. Ese rescate, conseguido por un movimiento de obreros provenientes de Avellaneda, fue un acto masivo del que hay pocos similares en la historia nacional. Sobre ese acontecimiento del 17 de octubre de 1945 informa el texto siguiente, con una cronología de los sucesos previos y testimonios inéditos del dirigente gremial Enrique Della Busca y la escritora Blanca Luz Brum:
Cronología
Miércoles 10 de octubre de 1945: A la mañana se informa a los gremios que Perón hablaría esa tarde para despedirse del personal y de los obreros, desde la Secretaría de Trabajo. Poco antes, precisamente la noche del 8 de octubre –cuando el entonces coronel festejaba su cincuenta aniversario- el jefe de la guarnición de Campo de Mayo, general Eduardo J. Avalos, le exigió la renuncia a la vicepresidencia de la Nación y a los cargos de secretario de Trabajo y secretario de Guerra. La resolución de dirigirse a los trabajadores constituye su última alternativa política, un pretexto para congregar a los obreros adictos ante los ojos mismos de los militares.
Jueves 11 de octubre: Perón solicita licencia al ministro de Guerra a la espera de su retiro.
Viernes 12 de octubre: Por la mañana, los civiles antiperonistas se citan en la plaza San Martín y reclaman ante el Círculo Militar el reemplazo de Farrell. Cerca del mediodía, el contraalmirante Vernengo Lima, secretario de Marina, trata de calmar a la muchedumbre antiperonista que exigía el traslado del gobierno a la Corte de Justicia. Su arenga no es, sin embargo, demasiado feliz y no consigue su propósito: la multitud mantiene sus estribillos antimilitaristas. En ese mismo momento, el coronel Mercante, primer colaborador de Perón, congrega a una cincuentena de dirigentes gremiales a fin de que ordenen una huelga general. A las 9 de esa noche, la policía carga sobre el grupo de revoltosos instalado en plaza San Martín, y a golpe de sable trata de disolverlos. Poco después se generaliza un tiroteo y cae muerto el médico Eugenio Ottolenghi, de 40 años. Hay 34 heridos de bala.
Sábado 13 de octubre: El presidente Farrell encomienda al subjefe interino de policía, mayor Héctor D’Andrea, la detención de Perón en su casa de la calle Posadas 1567. D’Andrea cumple esa orden y Perón es trasladado a la isla Martín García. Las horas siguientes componen un difícil equilibrio de fuerzas: el gobierno propone un cambio de gabinete en tanto Perón duda, en la isla, respecto de los pasos a seguir. El hábeas corpus, alentado por Eva Perón, fracasa. Los acontecimientos, sin embargo, favorecen al coronel: la noticia de su confinamiento moviliza a los gremios. Los obreros de la carne, dirigidos por Cipriano Reyes, recorren las calles de Berisso y Ensenada con carteles y banderas argentinas. Según La Prensa esas manifestaciones reunieron a más de 700 personas.
Domingo 14 de octubre: Perón sigue preso en Martín García, supuestamente atacado de pleuresía. Se inician activas gestiones para internarlo en el Hospital Militar; ese trámite resulta exitoso, aunque su resolución se posterga hasta el mismo miércoles 17.
Lunes 15 de octubre: Se conoce la noticia del traslado de Perón al Hospital Militar. Cipriano Reyes organiza la movilización popular.
Martes 16 de octubre: A las 6 de la tarde, en Berisso, los obreros del Sindicato Autónomo de la Carne, presididos por Reyes, inician una marcha reclamando de viva voz la libertad de Perón. La policía provincial dispersa a los manifestantes a las pocas cuadras pero se reagrupan con la intención de cruzar el puente que une Berisso con Ensenada, para llegar hasta la destilería de YPF y levantar a sus obreros. Son de nuevo contenidos, esta vez por un piquete de marineros. Hechos similares se reproducen en Avellaneda, y, finalmente, algunos grupos de proletarios llegan a la capital: serán los madrugadores del 17.
Miércoles 17 de octubre: A las 2 de la madrugada, Perón es llevado al undécimo piso del Hospital Militar. Evita, con su hermano Juan Duarte, ingresa poco después; a partir de ese momento, el cuartel general de operaciones tendrá como sede ese sector del policlínico. Horas después, a las siete de la mañana, los obreros de la carne largan la huelga general y empiezan a recorrer las calles de la Capital. Con el correr de las horas se irán instalando en las proximidades de la plaza de Mayo, pero la espera será larga: Perón hablará por fin a medianoche.
Testimonio de Enrique Della Busca
“En 1943 trabajaba como inspector general en el Matadero Municipal Lisandro de la Torre cuando, en su carácter de Secretario de Trabajo y Previsión Social, Perón realizó una visita al establecimiento y yo fui designado para guiarlo en la recorrida por las instalaciones. Mientras caminábamos se interesó por la situación de los obreros, cuestión que a mí me preocupaba sobremanera. ‘Si nosotros, en la industria privada estamos estandarizados –recuerdo que le dije- los obreros de este establecimiento lo están mucho más’. Me contestó: ‘El Estado no puede ser el peor patrón sino el mejor o, por lo menos, debe estar a la misma altura que la industria privada’. El interés que manifestaba –y su respuesta- me pusieron de su lado; quise conocer su nombre (sabía que estaba hablando con un coronel del ejército, pero no de quién se trataba) y así lo expresé. ‘¡Cómo! ¿No me conoce? –exclamó-, soy el coronel Juan Domingo Perón.’ ‘Yo soy Enrique Della Busca –le respondí-, radical yrigoyenista, y pienso morir siéndolo.’ Entonces el futuro líder me dijo: ‘Pretendo continuar la obra que no pudo realizar Yrigoyen’. Y automáticamente me hice peronista.
“Por ese delito me echaron del Matadero Municipal en el 44: volví entonces a mi antiguo trabajo, como desollador, en el frigorífico Wilson. Allí la gente no creía en Perón, pensaban que era fascista y, como yo había adherido al movimiento, me adjudicaban el mismo rótulo. Por mi parte, defendía al único gobernante que había tendido una mano al pueblo; si el hombre cumplía lo apoyaría, de lo contrario sería el primero en combatirlo. Finalmente, los convencí.
“En 1945 se intensificó la campaña que la oligarquía lanzaba contra el gobierno y especialmente contra Perón. En los primeros días de octubre fui a la Secretaría de Trabajo a saludar a un viejo amigo mío, el mayor Fernando Estrada, subsecretario del organismo; nos habíamos conocido en 1930 cuando ambos éramos radicales y conspirábamos contra Uriburu. Mientras conversábamos Perón ingresó en el despacho, y la conversación giró en torno a la situación por la que estaba atravesando el país, que indudablemente era muy tensa. El coronel elogió muy expresamente al gremio de la carne, por ser el más aguerrido y organizado; fue en ese momento cuando comprometí la solidaridad del sector en caso de que estallara un golpe y estuviera en peligro su persona. Es que la oligarquía estaba acostumbrada a mandar y no se avenía a que se hiciera justicia con los obreros.
“El 10 de octubre detuvieron al líder. Sólo la agitación popular podía liberarlo y comencé a movilizarme rápidamente; hablé con mis compañeros y también con los cegetistas, pero estaban asustados. Me dirigí entonces a la casa del mayor Estrada para que organizáramos algo en conjunto. Discrepábamos: él pensaba que antes de lanzarnos a la calle debíamos esperar una resolución de la CGT. ‘Hemos conspirado 13 años juntos –le dije- y la CGT estuvo siempre al lado de todos los gobiernos; a Perón lo van a matar y el gremio de la carne está dispuesto a salir a la calle por él’. El 15 estaba en mi casa conversando con Quiroga –cuñado del mayor Estrada- y Rodolfo Gramajo –que durante el gobierno peronista fue diputado nacional-, cuando llegaron dos emisarios de Cipriano Reyes, secretario general de la Federación de la Carne; se trataba de su hermano, Tito Reyes, y de Vizcochea, delegado del Sindicato de Berisso. Discutimos acaloradamente y decidimos que el gremio de la carne saliera a la calle al día siguiente; Vizcochea y Reyes se encargarían de avisar a la gente de los frigoríficos Anglo, La Blanca y La Negra.
“El 16, a las tres de la madrugada, nos encontramos en la calle Membrillar con otros compañeros: Carlos Kin –peronista-, Juan Carlos Basán y Martín Pérez –obreros del Wilson-, Peralta –obrero de la Flota Pesquera-, y Vicente Sienra–secretario general del sindicato-. Partimos entonces hacia la puerta del Wilson a parar a la gente. Muchos se adhirieron rápidamente, otros no. La situación se complicaba porque algunos tipos comprometidos con la patronal querían evitar el paro a toda costa. El cordobés Basán quiso definir la cosa rápidamente y tiró algunos tiros al aire; un viejo se desmayó del susto. Sin embargo, la gente comprendió rápidamente la necesidad de liberar al hombre que por primera vez en la historia del país nos había tendido una mano; nos dividimos en grupos para visitar todas las fábricas de la zona (Valentín Alsina) llamando a la huelga. Pero la llegada de los obreros de Berisso y de los frigoríficos La Blanca y La Negra no se concretó: los emisarios no habían cumplido con su cometido. Aun así logramos formar una columna de 3000 personas (ocupábamos tres cuadras de la avenida Sáenz) que marchaba hacia la Capital. Llegamos hasta la intersección de San José y San Juan y allí nos dispersó la policía.
“El 17 a la tarde volvimos a concentrarnos en Puente Alsina y marchamos nuevamente hacia el centro, pero esta vez el jefe de Policía había dado órdenes de no reprimir y no tuvimos problemas. Plaza de Mayo era un hormiguero de gente; nuestra primera intención fue entrar en la Casa de Gobierno, pero nos cerraron las puertas en la cara. Nos confundimos entonces con el resto de los compañeros entonando estribillos y vivando a Perón. En el transcurso de la tarde el general Avalos y Vernengo Lima intentaron hablar desde el balcón de la Casa Rosada, pero la multitud no los dejó; sólo querían escuchar a Perón. Estábamos eufóricos y puedo afirmar, sin equivocarme, que las tres cosas más emocionantes que presencié en mi vida fueron: el entierro de Yrigoyen, el 17 de octubre y los funerales de Evita.
“Nuestra presión logró su objetivo: Perón fue liberado y, ya muy entrada la tarde, arengó al pueblo. Era noche cerrada cuando nos desconcentramos. Estábamos tranquilos, nuestro líder mandaba nuevamente.”
Testimonio de Blanca Luz Brum
“Estaba radicada en Buenos Aires, y como mujer latinoamericana de avanzada, situada al lado del peronismo, cuando, junto con mis amigos, nos enteramos que Perón había caído y que un grupo de oficiales subalternos se había apersonado en la casa de la calle Posadas para exigirle su rendición. Supimos también que el general se había negado y que esos oficiales tuvieron que retirarse. Todo eso lo conocíamos por fragmentos, a medias; hay que imaginar el momento de confusión revolucionaria que se vivía. Como yo trabajaba en Informaciones y Prensa de Casa de Gobierno, mis compañeros iban y venían con noticias y yo las recibía al instante. Me ocupaba de la parte latinoamericana, que a Perón siempre le interesó mucho porque la revolución peronista –justicialista para ser más exacta- era de una proyección continental que no tuvieron otros movimientos.
“A medida que caía la tarde las cosas se fueron aclarando y nos organizamos, aprestándonos como un ejército frente a otro ejército. Supimos que a Perón lo llevaban a Martín García; y corría la voz de que iba a ser fusilado. Informaciones de todo tipo llegaban, mientras tanto, a través del brigadier Nicolás Luis Ríos o del coronel Perrotta, y también de dirigentes gremiales como El Negro Montes de Oca (metalúrgico), Bianchi (del gremio de la carne), Andreotti, Cipriano Reyes (también del gremio de la carne) y de periodistas como Eduardo Pacheco y César Lomito. Comenzamos a planear la liberación de Perón.
“Yo había estado casada con David Alfaro Sequeiros, un pintor admirable y un revolucionario también admirable, y junto a él no sólo aprendí pintura sino también algunos manejos en cuanto a cuestiones revolucionarias, y sabía que existía para la clase obrera un arma poderosa: la huelga general. No fue difícil prepararla; empezaron a llegar emisarios del interior, hicimos contacto con ellos, tomamos algunos departamentos (el mío en Rodríguez Peña al 1500, era muy femenino, muy agradable, pero no obstante rebosaba de armas; el portero Marcelo, peronista como todos los porteros de Buenos Aires, vigilaba los movimientos del edificio). Los militares no veían muy bien estas cosas; inclusive nos mandaron decir casi en vísperas del 17 que al salir el pueblo a la calle sacara los pañuelos blancos en señal de rendición, porque no estaban seguros de la forma en que reaccionaría el Ejército. Y tuve el honor de ser yo la que transmitiera la contestación de los obreros a los militares: Fue: ‘que mañana abran los arsenales, porque nosotros tomaremos las armas’. Esa respuesta la entregué a los edecanes –Uriondo, Perrota, Palazuelo- que tenían contactos en las Fuerzas Armadas.
“Así las cosas, llegó el 17 de octubre. Manteníamos una clave para comunicarnos entre los departamentos; por ejemplo, llamábamos 4 veces y decíamos luego ‘Aquí el Museo de Bellas Artes’. A mí me asignaron la misión de integrar un comando que vigilaba el movimiento de barcos desde y hacia la isla Martín García. Teníamos también algunos compañeros marinos, al fin hijos del pueblo, que estaban en naves surtas en las proximidades de la costa y nos transmitían las novedades. Fue una sorpresa escalofriante cuando llegué a las inmediaciones del río y me topé con un escuadrón de la policía montada, integrado por tipos sumamente negros, con pelos negros, con uniformes negros y con los caballos relucientes; un espectáculo digno de Violeta Parra.
“Del otro lado del río, en el límite de Avellaneda, la muchedumbre peronista gritando que levantaran los puentes, componía un cuadro formidable. Hacia el mediodía se produjo un hecho inesperado y extraordinario que, tal vez, ni el mismo Perón conozca: esa muchedumbre, cansada de esperar, se tiró al riacho para cruzarlo a nado. Yo buscaba desesperadamente la cara del oficial que comandaba el pelotón porque, según informes, la policía debía estar al lado del pueblo; pero no pude ubicarlo. De repente, este hombre desenfundó el sable y gritó ‘¡Viva Perón!’; luego el escuadrón hizo lo mismo y sus hombres gritaron: ‘¡Viva Perón!’ Agregó el jefe del pelotón: ‘Bajen el puente para que pase el pueblo’. Así pasó la gente, y la policía del general Velazco entró en la ciudad escoltando a la masa peronista de Avellaneda y Berisso.
“Después me integré a la muchedumbre que avanzaba por la ciudad y, ya cerca del centro, entré en una librería abierta para comprar tizas. Entregué centenares de tizas al pueblo y empezamos a dar consignas que se escribían por todos lados. De pronto alguien dibujaba una caricatura de Perón y era tal la mística que ya no se pisaba ese pedazo de calle. ‘Por aquí pasó el pueblo’, se escribía, y no se rompió un vidrio; pedían permiso a los automovilistas para escribir el nombre de Perón en los cristales de los coches; los conductores accedían y se quedaban aplaudiendo. No hubo un solo acto de violencia. Se nos dijo que lo llevarían a un hospital militar y hacia allí nos dirigimos, pero a las tres de la tarde nos trasladamos a Plaza de Mayo. A las seis de la tarde la concentración era imponente. Al caer la noche empezaron a confeccionarse antorchas y, no puedo precisar la hora, hacia las siete u ocho apareció en el balcón de la Casa de Gobierno. Así volvió él al poder y yo a mi casa.”
Fuente: www.elhistoriador.com.ar