Reportaje a Catherine Camus, la hija del escritor francés Albert Camus


Catherine Camus cuenta la intimidad de uno de los pensadores fundamentales de la posguerra, autor de las novelas La peste y El extranjero. También se anticipa un fragmento de la primera parte de la biografía Albert Camus de Herbert R. Lottman, que Taurus publica el mes próximo, donde se narra el misterio de un manuscrito casi destruido en el accidente automovilístico que le costó la vida a Camus, en enero de 1960, y que en marzo edita Tusquets en la Argentina.

El primer hombre de Catherine

El pasado año, el mundo editorial francés se conmovió con la publicación de Le premier homme, novela póstuma de Albert Camus, encontrada en forma de manuscrito casi ilegible, dentro del coche en el que el gran pensador encontró su muerte un 4 de enero de 1960.

Con ella se truncaba la vida de uno de los escritores más luminosos, inteligentes y honestos del siglo XX, al que dos años antes le habían concedido el Premio Nobel de Literatura.

Preparada por su viuda Francine Camus y por su hija Catherine, y publicada por su habitual editor Gallimard, la novela se encaramó a los primeros puestos de ventas durante todo el otoño del ’93 y la primavera y el verano del ’94, con formidable fulgor de éxito y crítica. Ahora Tusquets la publica en castellano, mientras Alianza anuncia la preparación de las Obras completas de Albert Camus.

Su hija, Catherine Camus, recuerda la figura íntima de su padre.

Catherine vive habitualmente en Lourmarin, bello y apacible pueblo del Vaucluse, en el sur de Francia, donde su padre había comprado una casa de campo con el dinero recibido por el Premio Nobel.

Sus ocupaciones la obligan, sin embargo, a subir a París, de vez en cuando. Allí, y en la sede de la editorial Gallimard, se desarrolló este encuentro, previo a su llegada oficial a Barcelona, el 12 de diciembre, para la presentación de la edición castellana de Tusquets, a cargo del escritor Jorge Semprún.

Su voz es suave. Su acogida, tan vibrante como sencilla. Es una mujer con la que se está inmediatamente a gusto.

Cuando su padre murió, él tenía 47 años. ¿Y usted?

Catorce. Como mi hermano gemelo Jean.

¿Cómo se enteraron?

Nos llamaron por teléfono. Tardé muchísimo tiempo en recuperarme. A veces me pregunto si un accidente así, en la plenitud de la vida de una persona, llega uno a aceptarlo alguna vez.

La imagen que rodea a su padre es la de un hombre librecomprometido con las causas que él elegía voluntariamente. Combativo. Luchador. ¿Era la lucha para él una manera de vivir?

Digamos que no tuvo mucha elección. Desde pequeño tuvo que luchar. Desde los 11 años trabajó porque tenía que aportar dinero a la casa. Entonces ya estaba tuberculoso. Enfermedad que lo acompañó toda la vida.

Sin embargo, toda su obra proyecta una extraña luz, una formidable luz sobre las cuestiones eternas de los seres humanos.

Sí. Lo favorecía ser un hombre del sur. De sol, de baños en el mar, de naturaleza. Disfrutaba enormemente con estos placeres inocentes.

Y luego, la intensidad, la densidad de su mirada…

Su talento es la forma en que se expresa. Todo lo ha vivido antes. Lo ha sentido hasta el fondo, el ciclo de la vida… El absurdo, la rebelión y luego la solidaridad en la revuelta. El nacimiento de la amistad. Del amor. Del sentido de la medida. Ese es el tema, por ejemplo, de Estado de sitio, que se desarrolla en Cádiz. Y donde se palpa ya su lucidez en captar las paradojas de la vida. De hecho, él decía que la vida es sus contradicciones. Que cada día que pasa significa un intento de conciliar las pulsiones opuestas.

Esfuerzo de Sísifo, que nunca ve coronados sus esfuerzos.

Sí. Pero su grandeza es intentarlo. En El mito de Sísifo mi padre defiende la idea de un Sísifo feliz, a pesar de todo.

Ese es uno de los encantos de la obra de Albert Camus. Su confianza desesperada en la vida…

Mi padre adoraba la vida, la vida al aire libre. Cuando se compró la Casa en Lourmarin vivió los dos mejores años de su vida. Hablaba de “la eternidad en Lourmarin”. Le encantaban también las mujeres.

Sí. Hay algo en su apariencia que recuerda al Humphrey Bogart de Casablanca, y qué resulta fascinante para una mujer…

Y de hecho lo era. Malgré lui. Y no puede imaginarse las bromas que le hacían por eso. Desde la derecha, desde la izquierda; desde todas partes. A veces con muy mala fe.

Que no impedían una simpatía internacional hacia su persona. Su padre escribió, con mucha gracia que “el encanto es esa forma de escuchar el ‘sí’ antes de haber pedido nada”. ¿Era consciente de su encanto?

No creo. Aunque sus amigos, como Robert Gallimard, decían que era un fastidio ir con él a una reunión o una fiesta. Tenía un magnetismo especial con las mujeres. Enseguida se acercaban a él.

Eso es más bien una buena señal…

Pero le planteaba problemas con mi madre.

Aunque da la impresión de que se sabía mover en el mundo de los sentimientos y valorar una relación. Su idea de que “darse sólo tiene sentido cuando uno se posee a sí mismo” resume, claramente, su capacidad de amar.

¡Demasiada! Era uno de los grandes valores en la vida de mi padre. Su fidelidad a las personas que habían atravesado su vida. Su lealtad.

Él mismo escribió que “para las pequeñas cosas de la vida basta con la misericordia, que sólo hay que poner lospropios principios en las grandes». ¿Cuáles eran para él las grandes cosas de la vida?

La libertad, la libertad, la libertad… Siempre nos educó en la idea de que la libertad es el máximo valor de la vida.

Los anarquistas españoles cantaban que hay que defenderla con fe y valor.

Él lo hizo toda su vida. Lo que lo llevó a ser mal visto en los cenáculos literarios y hasta políticos. Su célebre polémica con Sartre le viene de haber rechazado al marxismo como panacea de todos los males. Camus no podía soportar los tanques rusos en el Budapest de 1956, ni las componendas de la Izquierda francesa ante la guerra de Argelia. Y lo decía. Y lo escribía. Y se rebelaba. Y se quedaba solo.

El amor a la libertad y a la verdad…

Él nos educó en estos principios. Nos machacaba que no hay libertad sin responsabilidad. En este sentido era muy severo con nosotros. En cuanto a la verdad, no podía soportar las mentiras, las medias verdades. Verá: su madre, Catalina Sintes, era española. Una mujer muy íntegra. Mi padre siempre decía que lo que había de español en sus venas era el amor a la verdad.

Se sabe también de su defensa apasionada de la República española.

Que lo llevó a dimitir de la UNESCO, cuando empezó a reconocerse políticamente al régimen de Franco. Al dimitir pronunció algunas palabras en español, entonces su voz se quebró…

En aquel año de 1957 le concedían el Premio Nobel ¿Cómo lo vivió?

Me gustaría recordar que mi padre nunca se sintió a gusto en su imagen de hombre célebre. En casa nunca se hablaba de eso. Pero recuerdo que se lo veía incómodo. Decía que era un honor excesivo para él.

¿Recuerda las fotos de la entrega?

Recuerdo que de pronto en el colegio me miraban de otra forma. Porque mi padre había salido en toda la prensa, en la televisión, como un héroe nacional. Yo trataba de vivirlo como él. Con naturalidad. Verá: él ni siquiera tenía un traje de ceremonias. Así que lo tuvo que alquilar.

¡Pero eso es genial!

Y mi madre, igual. Sus amigas se precipitaron a dejarle ropa buena. Se fue con todo prestado. En la entrega del Premio se lo ve molesto. Luego, en el baile ya es otra cosa. Tiene un aire mucho más relajado, casi dichoso.

¿Y con el dinero del Premio se compró el “retiro” de Lourmarin?

Sí. Lo hizo muy feliz. Le encantaba compartir la felicidad. Y en ese sentido siempre nos pedía que nos rodeáramos de las personas que sabían alegrarse con nosotros. Siempre nos decía que es más fácil compartir el dolor que el placer. Que los verdaderos amigos son los que disfrutan con tu dicha.

¿Cómo escribía? ¿Lo vio escribir alguna vez?

Muchas veces. Escribía a mano. De pie y sobre un gran atril Se paseaba por la habitación. Y volvía a las hojas. Luego lo pasaba a máquina. En verano se levantaba muy temprano para escribir. Lo hacía en el suelo de la terraza, con el primer sol del día.

¿Y qué otras cosas lo conmovían?

La defensa de los que no tienen la palabra, de los que no la han tenido nunca. Su madre, Catalina Sintes, era analfabeta. Y sorda. Con ella desarrolló una comunicación especial. También con su tío, que era sordomudo. Camus siempre sintió una debilidad especial por los que no pueden defenderse por sí mismos.

El respeto a sí mismo, a los demás: el sentido de la justicia, de la confianza en el hombre; el sentido de la amistad…, todo ello hace de su padre no solo un gran pensador del siglo XX sino también alguien que ha hecho suyas todas las grandes preguntas de la existencia, que las ha vivido íntimamente.

Y con angustia. Mi padre tenía propensión al insomnio. Dormía mal. Se sen­tía solo. Nunca olvidaré una vez en que lo vi abatido, hundido en el sofá del comedor. “Estoy tan solo”, me dijo. Y yo, que tenía ya diez años y lo adoraba, me quedé quieta, mirándolo, ¡y no supe decirle nada!

Como buen visionario se adelantó a su tiempo.

Sí. Claude Roy escribió que el error de Camus fue el adelantarse a su tiempo. El intuir el fracaso de las ideologías totalitarias le valió la polémica con Sartre. El ser mal visto por la izquierda oficial… El quedarse solo.

Pero el tiempo trabaja en su favor. La obra de su padre sigue viva.

Es lo más emocionante. Hay pensadores japoneses, norteamericanos, indios… que hacen estudios sobre él. A veces se dirigen a mí. Con Camus pasa algo parecido a lo que ocurre con las religiones; que las respuestas difieren, pero las preguntas son las mismas. Su mérito es que hizo suyas todas las preguntas.