Autor: Felipe Pigna
El gordito de la risa navideña que hoy todos conocemos como Santa Claus, se llamaba Nicolás y no nació en ninguna aldea nórdica en medio de un bosque con hongos rojos, sino muy lejos de allí, en Patara, un pueblo del sudoeste de la actual Turquía –por aquel entonces el distrito romano de Licia en Asia Menor- allá por el 305, aunque hay quienes sostiene que lo hizo a finales del siglo III. Su familia tenía un buen pasar y Nicolás creció entre lujos y riquezas hasta que a la muerte de sus padres, tras una grave epidemia que asoló la región, decidió repartir todos sus bienes entre los pobres e ingresar en el monasterio de Sión para ordenarse sacerdote. Fue su propio tío el Obispo de Myra quien lo ungió y sería el propio Nicolás quien heredaría el sitial obispal a la muerte de éste. Su vida comienza a mezclarse con la leyenda con historias que hablan de resurrecciones, como la de tres muchachos asesinados por un posadero. Nicolás que pasó una noche en aquella posada tuvo un sueño en el que le fue revelado el crimen. Al levantarse descubrió que los cuerpos estaban siendo preparados para salarlos y servirlos como fiambre. Hizo detener al asesino y les devolvió la vida a los jóvenes.
También se contaba que tres hermanas casaderas, que estaban a punto de ser vendidas por su padre por carecer de dinero para sus dotes, iban a ser compradas por un mercader que las iba a prostituir. Al enterarse, Nicolás entró en acción. Las muchachas habían dejado sus medias secándose en la chimenea y una a una fue recibiendo las monedas de oro necesarias para seguir siendo libres y casarse. Cuando Nicolás estaba arrojando la última de las monedas fue sorprendido por el padre de las muchachas, quien, a pesar de la súplica del obispo, difundió el episodio acrecentando la fama de caritativo del personaje. Nicolás también se ganó fama de justo interviniendo en contra de ejecuciones ordenadas por las autoridades romanas y enfrentó al propio gobernador Eustacio de Antioquía reprochándole su injusto proceder. Por estas actitudes sufrió la persecución y fue encarcelado.
Hay versiones contradictorias sobre su participación en el Concilio de Nicea y su defensa de la santísima trinidad en una época de intensas discusiones enmarcadas por la prédica de la herejía arriana que planteaba que Jesús no tenía el mismo carácter divino del padre sino que se trataba de una divinidad subordinada a él. Lo cierto es que Nicolás combatió al arrianismo y defendió el principio de la santísima trinidad.
La fama de Nicolás se fue extendiendo por el mundo romano y se cuenta que tres sentenciados a muerte por el emperador Constantino pidieron que el obispo Nicolás los salvara y que la noche anterior a la ejecución, el emperador soñó con Nicolás que pedía por los condenados. Al otro día fueron liberados.
Nicolás murió el 6 de diciembre del año 327 pocos años después de que el cristianismo se convirtiera en la religión oficial del Imperio Romano. Su recuerdo e imagen mítica fue creciendo hasta convertirse en santo y los relatos sobre sus milagros comenzaron a recorrer Europa. En el año 1087 marinos italianos exhumaron sus restos para salvarlos de los piratas sarracenos y llevarlos a la ciudad de Bari donde descansan en el templo de San Esteban. A partir de entonces San Nicolás de Bari fue uno de los santos más venerados de Italia y de Europa, transformándose en patrono de ciudades como Moscú, Berlín, Nápoles y Venecia y con mucho predicamento en los Países Bajos y Alemania. A partir del siglo XIII se difundió la tradición de San Nicolás repartiendo regalos a los niños en cada aniversario de su fallecimiento. Durante la Reforma protestante lanzada por Martín Lutero a comienzos del siglo XVI, cobró fuerza la tradición del Christkind, nada menos que el propio niño Jesús obsequiando juguetes el mismo día de Navidad. Pero la costumbre que tenía como protagonista a San Nicolás siguió vigente y superó el embate aunque la fecha de entrega de regalos terminó pasando al 24 por la noche.
En Holanda ya en el siglo XVII San Nicolás aparece en las tradiciones vestido de obispo, con barba blanca montando un burrito blanco y acompañado de su ayudante Zwarte Piet (Pedro el Negro), que portaba una bolsa llena de golosinas para los niños que se hayan portado bien durante el año y que al vaciarse servía para cargar a los niños malos que eran llevados a España, el peor lugar del mundo según los holandeses que llevaban años guerreando con los reyes ibéricos.
Cuando se produce la colonización holandesa de América del Norte y los pueblos pobladores fundan Nueva Ámsterdam –actual Nueva York- llevan consigo la tradición de San Nicolás aunque Pedro el Negro no logra cruzar el Atlántico y se queda en Holanda. La nueva tradición que se va haciendo fuerte en lo que serían los Estados Unidos celebra un San Nicolás, al que llaman Sinterklass y por deformación terminan nombrando Santa Claus, y con ese nombre logra una enorme popularidad en toda Norteamérica.
En 1809 el escritor Washington Irving publica su “Historias de Nueva YorK”. Allí describe a San Nicolás llegando en un caballo volador con su bolsa de regalos dispuesto a repartirlos por las chimeneas de las casas de los niños buenos. El 23 de diciembre de 1823 el profesor de estudios bíblicos y pastor protestante Clement C. Moore publicó un artículo titulado “Un relato sobre la visita de San Nicolás”, en el que comenzó a darle a San Nicolás-Santa Claus su imagen actual. Su medio de locomoción era ahora un trineo conducido por los renos Bailarín, Saltador, Zalamero, Bromista, Alegre y Veloz. Pasó de flaco, alto y enjuto a gordo, bajo y de cara colorada, con reminiscencias a los gnomos de las tradiciones europeas. Pero estos eran relatos descriptivos a los que les faltaba la ilustración, un buen dibujo de Santa Claus, o Santa como lo empezaron a llamar por entonces. Allí entró en escena Thomas Nast, el dibujante oficial de las famosas tiendas Harper’s, quien publicó entre 1860 y 1880 los dibujos que se harían famosos en todo el mundo donde podía verse al Santa de Moore, con su trineo, su gordura, su cara bonachona y bolsa de juguetes, obviamente juguetes de Harper’s. En Inglaterra Santa comenzó a ser llamado Father Christmas, es decir Padre Navidad, y en Francia Père Noël y de allí pasará a España curiosamente conservando el vocablo francés para llamarse, como con el nombre que lo conocemos nosotros, Papá Noel.
En 1931 los Estados Unidos se preparaban a pasar una de las peores navidades de su historia. La crisis desatada en octubre de 1929 estaba haciendo estragos y millones de norteamericanos estaban sumidos en la miseria. Para levantar el ánimo nacional e incrementar sus alicaídas ventas, la empresa Coca Cola le pidió a Haddon Sundblom, un dibujante de Chicago de origen sueco que recreara la imagen de Santa sin alejarse demasiado del clásico de Nast. La Coca lo quería alegre, simpático, con un traje vistoso entrador, esperanzador y, sobre todo con los colores de la bebida Cola, rojo y blanco. Sundblom recorrió la ciudad en busca de un modelo, un viejecito que diera el aspecto del Santa de Harper’s. Cuando ya perdía las esperanzas, se topó en una taberna con Lou Prentice, un jubilado que era un calco del reciclado Nicolás y que le dio su imagen al Santa que todos conocemos y de quien los islandeses afirman que vive en el pueblo de Hveragerdi, los noruegos lo hacen vecino de Drammen y los finlandeses de Rovaniemi. Se disputan la vecindad pero todos coinciden que tiene un taller de juguetes en el que trabaja todo el año. Aquel Nicolás de Patara y del siglo IV nunca se imaginó que terminaría siendo la imagen más popular de la Coca Cola.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar