Papillón (Henri Charriere)


Autor: Ubaldo Nicchi, Clarín literario, jueves 13 de abril de 1972

“La bofetada fue tan fuerte que necesité trece años para sobreponerme. No fue un sopapo corriente, y para dármelo se esmeraron al máximo.” Con estas palabras abre Henri Charriere, conocido en el ambiente delictivo por Papillón, su autobiografía de 500 páginas. Alto, macizo, de rostro trabajado, mirada firme, voz espesa y gestos mesurados, es un auténtico francés. Estuvo en Buenos Aires, y su gente y sus calles le hicieron acordar de su querido París. Ayer un paria abandonado a su suerte, hoy se ha convertido en un “best-seller” que cautiva a millones de lectores. Una profunda ansiedad de vivir es su rasgo más notable. Este reportaje exclusivo refleja las inquietudes y preocupaciones de un hombre que escapó del horror.

Charriere, usted vive actualmente en América latina desde hace algún tiempo. ¿Cuál es su visión de nuestros problemas?
América latina se encuentra llena de materia prima maravillosa: petróleo, cobre, manganeso, hierro, toda la materia prima que necesita el mundo está en América latina. Pero toda esa cantidad prodigiosa de materia prima no está industrializada. Entonces vende a países que la industrializan, especialmente a Norteamérica, que le paga lo menos posible y que le vuelve a vender esa materia prima manufacturada y convertida en productos de consumo indispensable. Latinoamérica se encuentra en estos momentos con más dictadura que democracia. Volvió al cuartel y los militares han vuelto a dirigir la mayoría de eso que se llama “república Sudamericanas”. Ese régimen, al margen de que sus resultados sean positivos a corto o largo plazo, está montado sobre una filosofía política desastrosa, puesto que también a corto o largo plazo despierta el extremismo. América latina va a soportar, de aquí a veinte o treinta años, una explosión demográfica considerable, particularmente Brasil, que tiene noventa millones de habitantes y que el año 2000 va a ser un bosque de 180 millones de habitantes. Además Brasil está industrializándose con pujanza, con técnica, y eso va a hacer de ella una nación muy poderosa en el equilibrio de Sudamérica.

¿Qué es para usted la democracia?
La democracia es el peor sistema, pero también es el mejor. El peor sistema porque se basa en la cantidad y sufre de numerosos errores y defectos. Pero pese a eso, no existe una política más aceptable para los hombres libres.

¿Usted opina entonces que los movimientos revolucionarios en América latina tienden al socialismo?
¡Seguro! La situación actual de todos estos países va a reventar un buen día…

¿Esa tendencia es general en el mundo o solamente característica de los países subdesarrollados?
En el mundo es diferente, porque la situación de los países industrializados es diferente. Norteamérica entra ahora en China, que tiene 720 millones de habitantes. Entra allí para industrializar como ayudó a industrializar en su momento a Rusia. ¿Usted se imagina que esos 720 millones de personas van a ser en el año 2000 más de mil millones? ¡Más de mil millones de personas de un país industrializado! Además la posición de China es muy distinta que la del Japón. Japón conserva su tradición cultural pero no exporta filosofía. China exporta filosofía, ideas nuevas, una gran cantidad de ideas positivas.

¿Cuáles son esas ideas nuevas, ese aporte filosófico que hace o haría China actualmente?
China va a sustituir la filosofía marxista del comunismo como existe actualmente en Rusia; es decir, convertido en un imperialismo. Liberar al hombre es completamente diferente que manejarlo. Esa distinción del pensamiento maoísta atrae muchos alumnos, especialmente entre la juventud, puesto que la juventud se está desperdiciando en razón de que se enfrenta o pertenece a partidos políticos más viejos que Matusalén.

¿Cómo juzgaría el sistema en que vivimos? Usted está autorizado a juzgarlo puesto que lo ha padecido hasta en sus aspectos más brutales…
Bueno, que hay que rectificar nuestra forma de vivir. Si somos un pueblo subdesarrollado somos una rueda de una inmensa máquina. Vivimos con dos medidas: distancia y tiempo. Nuestro propio sistema de vida ha destruido la familia, porque la madre y el padre trabajan afuera y entonces se pierde esa cosa tan importante que es la unión familiar, la comunión familiar, la dulzura, la ternura, una cantidad de cosas…

¿Cree usted que los sistemas políticos actuales son inspirados por filosofías humanistas?
No, de ninguna manera. De ninguna manera desde el momento en que existen miles y miles de personas que son marginadas o que deben soportar condiciones infrahumanas de existencia. Entonces ocurre que cuando sucede un acto de violencia política todo el mundo, es decir, la clase media y la clase privilegiada grita y condena. Pero si se muestra llorando a la familia de un raptado, entonces todo el mundo llora por la familia. Entonces, ¿por qué no se muestran las miles de familias que viven de manera infrahumana, enfermos, sin trabajo, analfabetos, en América latina…? ¡Ese es el caso! Muy bien, todo el mundo llora por la situación de un hombre, pero todo el mundo está indiferente por esos millones de personas, esas miles de familias que no soportan una temporada breve de desesperación sino que consumen su vida, desde que nacen hasta que mueren, en la desesperación… Yo no soy juez ni partido; yo solamente expongo. Porque quizá tales actos quieren hacer despertar a quienes se despreocupan de cierta clase social y obligarlos así a rectificar una forma de vida y una forma de dirigir el mundo y la sociedad.

¿Entonces Usted admite acción directa como acto político?
¡Es que se justifica! ¡No la admito, se justifica! Es una respuesta a la injusticia cotidiana. Es como en la revuelta estudiantil de mayo de 1968 en París. Piden diálogo con los profesores pero los profesores se encierran en una torre de marfil y no quieren dialogar con los estudiantes. No podemos descender a discutir con los alumnos, alegan. Pero cuando los alumnos han quemado cuatrocientos coches, entonces sí admite y aceptan dialogar y discutir…

¿Qué opina del régimen económico-social en la Argentina?
Hay propiedad positiva y negativa. El industrial que no es cobarde y que pone su genio, su trabajo y su capital para producir, empleando miles de personas o aunque sea en una pequeña industria, merece respeto. Pero si es un capitalista cobarde, no hace otra cosa que prestar su dinero a los bancos y enriquecerse mediante una gran cantidad de combinaciones y maquinaciones bancarias, donde en un momento dado su dinero le rinde más que si lo hubiera invertido en una industria y no tiene los problemas laborales. Pero también hay industriales voraces que, yo creo, ganan demasiado. Creo en la supervisión por los sindicatos de la contabilidad de las industrias en donde ellas despliegan su labor. El socialismo en sí no es tampoco, si no está aceptado por todo el mundo, la conclusión perfecta; pero por lo menos tiene una necesidad acuciante de justicia social. Actualmente, en la Argentina, la masa más importante es la clase media. Aquí hay más clase media que en cualquier parte del mundo. Pero hay una clase media en corbata, elegante, que vive en una “miseria dorada” porque tiene una cantidad de problemas para poder sufragar sus gastos de familia, de vivienda y de vivir de alguna forma un poco elevada, que la obliga a tener dos empleos o más. ¿Qué vida, entonces, es ésa?

¿Ve usted alguna solución inmediata?
No conozco muy bien a la Argentina y sus problemas como para hacer previsiones. Lo que yo sé es que en la Argentina, como en casi todos los países latinoamericanos, hay una clase marginada; esa clase marginada, en un pueblo grande y civilizado, no puede existir. Vosotros tenéis en el porvenir una aventura brillante, por la inmensidad del territorio como por la minúscula población, por las enormes riquezas inexploradas y por la capacidad técnica de vuestro pueblo.

¿Cuál es su opinión sobre los movimientos de izquierda de Latinoamérica?
Hay muchas izquierdas. Hay una izquierda condicionada a las órdenes de Moscú; hay otra influenciada por la filosofía maoísta; y hay otra que se identifica con el nacionalismo y que es la más interesante, puesto que sacan de ellos mismos la solución de su país sin recibir órdenes del exterior, y como conocen mejor que cualquiera los problemas de su país y como les gusta vivir al pueblo, son los más autorizados para intentarlo.

¿Qué veredicto pronunciaría sobre este siglo, que es también su siglo?
Este siglo tiene solamente una cosa importante: la evolución técnica, en donde se han hecho maravillas. Pero ha resultado un fracaso total por la paz, por el respeto del individuo y por la repartición de la riqueza. Y es un fracaso total porque los trusts y los monopolios son más poderosos que nunca y no abandonan esa guerra de veinticuatro horas sobre veinticuatro por la posesión de más riquezas, por más expansión y más beneficios económicos. Nos encontramos además demasiado condicionados por la sociedad de consumo, ya que estamos provocados por todos los medios de difusión a consumir y consumir. Entonces, este hombre que está “supervisado”, siempre está insatisfecho y motivado constantemente a comprar más cosas inútiles. Por el sistema de venta a crédito, el hombre está empeñado para toda su vida, desde el momento que nace hasta que muere, porque deberá comprar hasta el pedazo de tierra para su entierro a crédito. La sociedad de consumo en un país superdesarrollazo convirtió al hombre en una molécula de un átomo. La gente vive frustrada y disminuida porque no hay tiempo, en ese tiempo que uno vive, de vivir.

¿Cómo explica usted que la misma sociedad que una vez lo condenó ahora lo ha convertido en una vedette?
Francia, no en vano, es la cuna de los derechos del hombre. Francia puso a mi disposición todos los medios de difusión oral, escrita y visual para que yo hiciera un cara a cara con el sistema jurídico-policial francés. Eso fue extraordinario. Yo soy ahora ciudadano del mundo, pero quien me hizo ciudadano del mundo fue el mismo pueblo francés que me sentenció brutalmente y me trató como una inmundicia de la sociedad. El tratamiento bárbaro y medieval de su policía pesó sobre algunas conciencias.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar