Autor: Felipe Pigna
Dice con razón el historiador catalán Josep Fontana: «Todo trabajo de historiador es político. Nadie puede estudiar, por ejemplo, la Inquisición como si estuviera investigando la vida de los insectos, en la que no se involucra. Porque, o el trabajo del historiador tiene utilidad para la gente de afuera de las aulas, o no sirve para nada».
Siguiendo a Fontana podríamos decir que Tulio Halperín Donghi -seguramente el más destacado historiador argentino- tiene muy en claro la utilidad de su tarea. Su Revolución y Guerra, es ya un clásico ineludible para todo aquel que quiera adentrarse seriamente en la trama de las relaciones entre el poder político, económico y militar y la formación de la elite dirigente criolla entre 1810 y 1820.
Donghi no tiene ninguna duda de que la historia reciente es historia y trabaja históricamente los temas que para muchos son sólo patrimonio de la crónica y del periodismo. En su libro La lenta agonía de la Argentina peronista aborda reflexivamente el desarme del estado benefactor, las diferentes etapas del peronismo, la guerrilla, las dictaduras y las democracias que se sucedieron entre 1955 y 1983.
A lo largo del presente reportaje recorre con su tono desprejuiciado, polémico y muchas veces “políticamente incorrecto”, como gustan decir los dueños de la corrección, tres períodos claves de la historia contemporánea argentina: los años 70, la dictadura y la transición democrática.
Donghi llama la atención, entre otras cosas, sobre la actitud de la sociedad argentina frente a estos procesos históricos. A las sociedades se las suele demonizar o disculpar, amnistiar. Todos fuimos culpables o nadie lo fue. Generalizaciones de escaso valor histórico a la hora de ser útiles a la reflexión, al aprendizaje del pasado. Estas generalizaciones son funcionales al poder, porque no distinguen los distintos grados de responsabilidad y tienen por objetivo generalizar las culpas hasta licuarlas en el torrente de la sociedad en su conjunto. Donghi habla de responsabilidades compartidas, de visiones un tanto apresuradas y de enamoramientos impulsivos y efímeros que terminan en grandes desengaños, porque, según su diagnóstico, no se han averiguado bien los antecedentes y los vicios de la ocasional pareja.
¿Cuáles fueron las causas del golpe militar del 24 de marzo de 1976?
Creo que ese golpe tiene una causa profunda. De alguna manera los militares, desde que fueron apartados del poder de una manera tan poco cortés en 1973, habían aspirado a volver y ganar espacio político a través de una nueva experiencia de gobierno. Lo que hizo inevitable el golpe fue no tanto lo que se llamaba el problema de la subversión, que era invocado como el elemento principal para el golpe, sino la incapacidad del gobierno peronista, del gobierno de Isabel Perón, para darse una política viable.
El peronismo tenía una conducción vertical que era acatada según diferentes criterios por los diferentes sectores. ¿Cómo se daba esta dinámica en la práctica?
Si recordamos como funcionó el régimen peronista restaurado en el `73, veremos que estaba dividido desde el comienzo en tres: por una parte está la izquierda, por otra parte está la corriente tradicionalmente más influyente dentro del peronismo, que es la formada por el movimiento sindical, y por otro lado está lo que se llamaba el entorno. El entorno y el movimiento sindical evidentemente lograron eliminar la influencia de la izquierda y de la juventud y resolvieron ese problema a su manera, eliminando primero su influencia política, una tarea en la cual la actividad principal correspondía a Perón. Él intervino las provincias que le parecían poco seguras, hizo las purgas políticas necesarias y luego trasladó la lucha al terreno más militar, en el cual la izquierda realmente no tenía demasiadas chances. Era un problema que sin dudas seguía creando condiciones infernales de vida para quienes no estaban demasiado interesados en el conflicto, pero tenían que pagar sus consecuencias, pero esto de por sí, no hacía necesario un golpe militar. Es evidente que cuando se dio el golpe las tareas básicas –digamos así- de contener en el nivel militar la ofensiva de la izquierda ya habían sido logradas.
¿Podría decirse que Perón era el único garante del Pacto Social firmado entre la CGT y la CGE y que a su muerte la economía comienza a ocupar el lugar de la política?
El pacto social era una estabilidad de precios totalmente artificial porque se imponía por vía administrativa mientras se expandía enormemente la masa monetaria. Fue una solución que gracias al enorme peso político que había ganado Perón conservó su eficacia mucho más tiempo de lo que nadie creía posible, pero ya durante la última aparición de Perón, él tuvo que pedir que no se siguiera presionando por mejoras de salario y esa presión venía, de que ya la estabilidad estaba siendo desbordada por todos lados. Y luego lo que tenemos es una tentativa de Isabel Perón de cambiar su política económica que fracasa cuando el ejército declara que no está disponible para reprimir al movimiento obrero.
¿En qué momento se rompe la alianza táctica entre los sindicalistas y López Rega?
La alianza que ha llevado a la derrota de la izquierda se rompe con el Rodrigazo. Evidentemente en esa pulseada los sindicatos ganan. A partir de entonces el gobierno de Isabel es prisionero de los sindicatos. Existe una sucesión de ministros de Economía que proponen planes que no son ni siquiera aplicados porque son inmediatamente rechazados. Y realmente Lorenzo Miguel tiene poder de veto absoluto sobre los programas económicos; de manera que la situación que se produce es una situación de inflación creciente cuyas consecuencias negativas, incluso políticamente, todos advierten. Pero de la misma manera que la señora Isabel es prisionera de los sindicatos, la cúpula sindical es prisionera de sus bases, es decir, no tiene la autoridad para imponer una política de contención de salarios y tampoco trata de hacerlo. En el fondo hay una confesión de impotencia que hace que las tentativas de parar el golpe, tanto por vía de soluciones políticas intermedias como por vía de transformaciones del programa económico no vayan muy lejos.
¿La derecha peronista preparó el golpe, fue funcional a él?
El golpe ocurre cuando la gente -incluyendo la dirigencia peronista- considera que es una solución inevitable y quizás en vista de que todas las alternativas han desaparecido, no diría que una solución deseable, pero una solución a la cual no sólo no es posible oponerse, porque los militares son demasiado fuertes, sino que no tiene sentido oponerse porque no hay alternativas. Lo que ocurre, naturalmente, es que esa intervención militar es distinta de las otras. En buena medida esto es lo que la hace aceptable.
¿Cómo era visualizada la alternativa de golpe por la mayoría de la población?
Luego de un período en el cual la guerra civil peronista se cierne cada vez más como una campaña de venganza y de liquidación de la derecha sobre la izquierda que empieza a repercutir en sectores cada vez más amplios de la sociedad, el recuerdo de la experiencia de otros golpes militares hace que curiosamente el golpe militar sea visto no sólo como una solución para un problema de política económico social para el cual el peronismo no tiene respuesta, sino además -muy pronto se iba a advertir que no era así- como un medio de atenuar -diríamos así- la intensidad salvaje que estaba tomando el conflicto. Es decir, se creía que la represión militar iba a ser una represión mejor calibrada, más orientada frente a los peligros reales, desde el punto de vista de una acción militar y no simplemente de focos de posible influencia juzgada ideológicamente indeseable o algo por el estilo. Creo que eso también hizo que el golpe fuera uno de los golpes menos resistidos de la historia argentina.
¿Cómo evalúa la actuación de la guerrilla por aquellos años?
Yo creo que la guerrilla fue un movimiento deplorable desde muchos puntos de vista. Era deplorable porque introdujo una serie de costumbres políticas que son obviamente malas. Es muy peligroso crear la ilusión de que matar gente, si se la elige con cuidado, puede ser una solución rápida para problemas políticos. Efectivamente la guerrilla se manejó con eso. Diríamos sus primeros éxitos eran asesinatos de personas muy cuidadosamente elegidas porque tenían una posición estratégica en el juego político del momento, empezando por Aramburu.
Por otro lado la guerrilla tenía otro déficit muy importante, tenía una política que se reveló totalmente incompetente. No advertía en absoluto a qué debía su éxito. En el momento en que perdió el favor de la sociedad -hay que decir que la sociedad argentina en ese sentido es muy desconcertante porque pasa de una reacción positiva a una negativa en forma muy brusca- y esta gente que de pronto se descubre privada, diríamos así, del favor político naturalmente esta sorprendida, indignada, tiende a reacciones violentas. Pero, evidentemente, la guerrilla no se mostró totalmente capaz de funcionar sino en una situación en la cual había gozado de complicidades muy amplias.
¿Esa tendencia comenzó a revertirse a partir de los hechos del 20 de junio de 1973 en Ezeiza?
Efectivamente, a partir de Ezeiza se revierte la tendencia. La guerrilla es incapaz de hacer otra cosa que tratar de responder a iniciativas, lo que muestra que ha perdido la iniciativa. Creo que la guerrilla tiene, evidentemente, sus culpas. Culpas que se agravan cada vez más tanto desde el punto de vista moral como político a medida que se hace evidente que ha perdido la batalla y no quiere reconocer que la ha perdido. Entonces comienza a hacer cosas cada vez más locas y de una locura cada vez más sangrienta. Por otro lado, creo que la represión tiene otras culpas. En parte paralelas, en parte originales.
Paralelas, pero no iguales. No son dos demonios iguales como quiere la teoría…
Sí, hay una teoría de los dos demonios. Pero efectivamente son dos demonios muy diferentes y creo que la discusión sobre cuál es el peor es una discusión de tipo político. Yo diría, sin embargo, que hay un elemento diferenciador. Hay un episodio de la historia chilena que muestra esa dureza característica del perfil nacional chileno que es cuando los Carrera lanzaron una revolución y fueron capturados. Fueron ejecutados y luego el Director Supremo le pasó al padre una cuenta por el costo de la ejecución. Él decía que había un precio que tenían que pagar por las balas. Esto es una cosa muy dura pero me parece que alude a un elemento diferenciador entre la violencia de la guerrilla y una violencia que comienza con el secuestro del Estado y el uso de todos los recursos del Estado para ciertas funciones que los que lo han capturado deciden que son importantes y que imponen al resto de la sociedad. Creo que aquí hay una diferencia que es muy básica, que tiene una dimensión moral, y al mismo tiempo es más que moral y caracteriza muy bien la naturaleza muy diferente de los dos movimientos.
¿Cuál fue la actitud de la sociedad argentina frente a la dictadura?
Ya lo decía Valentín Alsina cuando partió al destierro… Desde el barco gritaba: “Adiós, pueblo italiano”, pero italiano quería decir pueblo cambiante, veleidoso, etc. Y es evidente que la sociedad argentina es una de las más cambiantes en ese sentido. Tiene -yo diría- metejones que terminan de golpe. Yo soy lo bastante viejo para recordar el período en que el Partido Comunista se transformó en una organización vista con enorme simpatía por las clases “respetables”. Si usted se molesta en ver la colección de La Nación el día en que el Partido Comunista surgió al fin de la clandestinidad en un acto en el Luna Park, la noticia ocupaba la primera página de La Nación con un título que era algo así como gran fiesta de la civilidad. Los comunistas durante un año vivieron en ese estado de felicidad inexplicable hasta que, de un día para el otro, descubrieron que había caído de nuevo en la total marginación. Experiencias de este tipo les han pasado a muchos, les pasaron desde luego a los guerrilleros.
Claro, la popularidad de la guerrilla a comienzos de los 70 era notable…
La popularidad del movimiento guerrillero, la popularidad de la izquierda peronista era muy considerable. En las elecciones que ganó Cámpora en 1973, prácticamente toda la campaña fue llevada con los organismos políticos que respondían a la guerrilla dando el tono. Fue una campaña que se caracterizó por la aceptación del resto del electorado y de la sociedad del resultado corno legítimo de una elección en que los vencedores se movilizaban al grito de “duro, duro, duro, estos son los montoneros que mataron a Aramburu”. Esto muestra hasta qué punto -yo no quiero defender a los montoneros-, pero puede entenderse que hayan leído mal la reacción de la sociedad. Lo que es característico es que un buen día, no sólo Perón sino todos deciden que no, que todas las conductas son totalmente inaceptables, que a esa gente hay que marginarla, y cuando no se deja marginar y comienza a hacer cosas cada vez mas violentas, finalmente hay que matarla. Ahora evidentemente los guerrilleros hicieron lo posible para distinguir esa conclusión, ¿verdad? Recuerdo por ejemplo cuando decidieron matar al Dr. Mor Roig y después explicaron que lo habían hecho para poner algo en la mesa de las negociaciones que se proponían entablar con el Dr. Balbín. La conclusión del Dr. Balbín fue, obviamente, que con esa gente no quería sentarse en la mesa de negociaciones y que cuando los militares decidieron hacer lo que hicieron él estaba dispuesto a mirar para otro lado.
¿Se podría decir que un importante sector de la sociedad recibió con una gran expectativa a la dictadura?
Es necesario recordar que el gobierno del «Proceso» fue recibido primero con auténtico -no diría entusiasmo- pero auténtico alivio y aceptación. Cuando la gente descubrió que el alivio y la aceptación estaban fuera de lugar, descubrió también que en esa situación de terror no podía manifestar ningún cambio de sentimientos. Sólo cuando los dirigentes del «Proceso» demostraron de nuevo que habían fracasado en todo, que habían dejado la economía en estado ruinoso, que habían impuesto un tipo de terror absurdo, aun en el lenguaje de la época, cuando se decía que la sociedad estaba enferma y que necesitaba un cirujano; en lugar de un cirujano había encontrado a un grupo de carniceros chambones. Y por último fracasaron en lo que se suponía que era su especialidad, que era la guerra. Entonces sí, a partir de ahí termina esa suerte de romance cada vez más artificial entre la sociedad y el gobierno militar.
¿Cómo evalúa la actitud de la prensa durante aquellos años?
Hay un editorial de La Nación cuando todavía el gobierno militar estaba en el poder, aunque ya muy caído, destinado a conmemorar el séptimo aniversario de la toma del gobierno en el año ‘76. Este editorial era realmente como ese tipo de reacciones de una dama que se encuentra a un ex amante en la calle y si él trata de adularla le dice: “Señor, creo que no hemos sido nunca presentados”. De alguna manera era como si La Nación nunca hubiera tenido nada que ver. Creo que es muy ilustrativo comparar ese texto con los textos que siguieron a la instalación del gobierno militar. Yo recuerdo uno realmente escalofriante en el cual La Nación incitaba a una vigilancia muy estricta y señalaba que no era necesario ir tan lejos como una afirmación ideológicamente inaceptable, que a veces la imitación de un adjetivo, la reticencia en el uso de un verbo es también muy reveladora y que todo eso debe vigilarse con particular escrúpulo. Estaba invitando a una inquisición de los medios de circulación masiva que fue realmente más allá de la que el proceso trato de hacer y sabía hacer. De tal manera que creo que efectivamente hay aquí un problema muy serio.
A su turno a los genocidas de la dictadura les tocó la ingratitud de la que hablaba Albina, la ingratitud de aquellos que los había alabado y de aquellos que habían incrementado sus fortunas gracias a los negociados concretados en aquellos terribles años…
No quiero defender a los líderes del proceso, pero pienso en la recepción que habían tenido y en que, cuando finalmente fueron juzgados, ninguno de esos grandes estudios de abogados se manifestó dispuesto a tomar su defensa. Ahí el único que mostró algún sentido común fue el general Videla que dijo que no reconocía como legítimo a ese tribunal y prefería entonces ser defendido por el defensor de pobres, que en el fondo hizo un trabajo mejor que los deplorables abogados que se prestaron a ser defensores de los otros comandantes. Realmente recibieron también ellos el trato habitual que la sociedad argentina da a los que en un momento avala y admira ¿verdad? Creo que ése es un aspecto de la responsabilidad que el resto de la sociedad tiene en nuestras desgracias pasadas.
¿Cuáles fueron las claves del triunfo alfonsinista? ¿Qué elementos lo tornaban seductor para el electorado de clase media?
Yo creo que de alguna manera lo que hizo tan seductor al triunfo de Alfonsín fue que logró convencer a la gente de que era otra cosa de lo que era. En el fondo lo que logró Alfonsín fue algo muy importante. Fue un candidato que en ningún momento se presentó como antiperonista, sino al contrario. Pero al mismo tiempo bastaba oírlo en una sola frase para advertir que ese señor no era peronista. Creo que Alfonsín logró reunir todo el voto antiperonista, hasta el último. La posibilidad de meter en la Casa Rosada a un señor que no era peronista era demasiado atractiva. Por otra parte, en la medida en que no era antiperonista, él pedía abiertamente el voto de los peronistas. Recuerdo un discurso increíble en que decía que se presentaba casi como un gobernante interino, como después resultó. Decía que el movimiento peronista estaba tan destrozado, tan dividido, era tan incapaz de ejercer el gobierno que creía que por el poco interés del peronismo le convenía no ganar, entonces, abnegadamente, él se ofrecía -diríamos así- para gestionar el manejo de la cosa pública por ese período.
El conflicto entre Alfonsín con los gremios podría enmarcarse en la histórica disputa entre el radicalismo y el movimiento obrero, ¿pero por qué adquiere tanta virulencia?
Creo además que lo que Alfonsín no percibió del todo era que su denuncia del pacto sindical militar tenía un tono muy claro que iba más allá de la denuncia de la corrupción sindical. Cuando se logra crear tanta oposición a la corrupción sindical, a la prepotencia sindical, en el fondo lo que se está logrando es movilizar una oposición contra los sindicatos mismos, contra el peso del sindicalismo, sea corrupto o no. Por el contrario, él no percibía eso en absoluto. Cuando él decía que él creía que los sindicatos tenían una función decisiva en una sociedad moderna decía lo que creía. De tal manera que pudo llegar a las elecciones decisivas de 1987 creyendo que había hecho una cosa habilísima introduciendo un jefe sindicalista como Alderete en el Ministerio de Trabajo. Creo que eso tuvo un costo económico que aceleró la ruina del Plan Austral, pero aun políticamente no era lo que le convenía. Es decir, creo que lo que le convenía era de nuevo presentarse contra los que de todas maneras eran sus enemigos políticos y nunca lo habían ocultado.
La famosa frase con la democracia se come, se cura, se educa, ¿evidencia un desprecio por la economía, por atacar los problemas en su raíz económico-social?
Creo que Alfonsín, y eso es muy peligroso, tenía talento político pero al mismo tiempo no tenía el menor interés por los problemas económicos. En el fondo lo que le gustaba del Plan Austral es que había gente que se encargaba y ya no tenía que preocuparse más de eso. Y eso en un país que está en la situación de la Argentina es sumamente peligroso y esa ceguera es una ceguera que todavía hoy tiene. Todavía hoy él no advierte que nos debe una explicación sobre la hiperinflación, aunque sea la explicación más maniquea, es decir, que la hiperinflación fue un invento de un grupo de especuladores que arruinó el Estado con vistas a derrocarlo bajo la conducción de Menem o algo por el estilo; sería decir que ahí pasó algo. Hasta ahora él parece creer que ahí no pasó nada importante y creo que es esa ceguera lo que finalmente lo convierte, frente a los argentinos que tienen que vivir en este país, en una figura cada vez más irrelevante políticamente.