El 20 de marzo 1815 el emperador Napoleón Bonaparte regresó a París luego de su exilio en la isla de Elba con un ejército de más de 150.000 hombres. Comenzó entonces el período conocido como Los Cien Días, que se extendería hasta el 28 de junio de 1815, fecha en la que Luis XVIII fue restaurado por segunda vez.
Compartimos aquí en esta ocasión un artículo que destaca la extraña bibliomanía que sufría Napoleón, una pasión que lo llevó a leer sin descanso y a abrir bibliotecas en las Tullerías y en los palacios de Saint-Cloud, Trianon, Compiègne y Rambouillet, todos muy cerca de su hogar, para colocar los volúmenes recogidos en los países que su imperio iba anexando.
Fuente: Diario La Nación, domingo 21 de diciembre de 1997, Graciela Iglesias, “Revelan una pasión muy poco carnal de Napoleón”.
París. La famosa frase de Napoleón “No esta noche, Josefina” parece no haber sido inspirada por cansancio sino por una pasión aún mayor. Una que, siendo mucho menos carnal, lo condujo incluso a la delincuencia.
Cuando el final de su gran imperio se aproximaba, el más ilustre exiliado del mundo no se contentó con irse con su libro favorito. Tras abdicar en abril de 1814, Bonaparte vació la biblioteca de Fontainebleau, llevándose unos 700 volúmenes ante la vista de su horrorizado bibliotecario. Las obras incluían desde un estudio de flores inglés en versión infantil hasta una edición en francés del Don Quijote impresa en Amsterdam.
Diez meses más tarde, cuando el gran corso salió a encontrar su Waterloo, la colección en Elba había aumentado hasta llegar a los 2.378 libros, la mayoría hurtados de otras bibliotecas. Napoleón prefería llamar este innoble método de adquisición un “enlèvement”, es decir, un “rapto”.
Por primera vez una exhibición en el Château de Fontainebleau, en el departamento de Seine-et-Marne, confirma esta extraña bibliomanía, un fenómeno que los historiadores atribuyeron durante años a un intento de convencer al enemigo de que había abandonado la vida militar para abrazar la académica.
“No hay engaño alguno. Napoleón tenía una pasión incontrolable por la lectura”, sostiene Danièlle Véron Denise, curadora de la muestra. Leía todo lo que caía en sus manos y a gran velocidad. Había días en que devoraba hasta tres libros.”
Su interés en geografía, historia, filosofía, ciencia, agricultura, astronomía, ingeniería y, por supuesto, guerra y política, iba de la mano de su fascinación por las obras de ficción y la poesía.
“El leía todas las últimas novelas con sorprendente voracidad y solía quejarse de no recibir todas las que quería al ritmo que las esperaba –agregó la experta–. Las leía en su carruaje durante las campañas, y si no le gustaba lo que decían las arrojaba con furia por la ventanilla.”
Esta obsesión parece haber comenzado tras la expedición a Egipto, cuando su residencia oficial en París, Malmaison, recibió cerca de 6.000 ejemplares hurtados en el trayecto. Napoleón hizo abrir bibliotecas en las Tullerías y en los palacios de Saint-Cloud, Trianon, Compiègne y Rambouillet, todos a escasa distancia de su hogar, para colocar los volúmenes recogidos en los países que su imperio iba anexando.
Opinión para la posteridad
En cada viaje expedicionario, incluida la dramática incursión a las estepas rusas, Napoleón se hacía transportar una biblioteca personal con cerca de mil libros.
Sus autores preferidos eran Homero, Virgilio, César, Voltaire, Corneille, Maquiavelo, Pascal, Goldoni y Madame Stäel. El emperador no dudaba en garabatear críticas y loas en los márgenes de las obras. Se asegura, incluso, que su cualidad de ambidiestro le permitía imprimir sus opiniones al mismo tiempo que cabalgaba.
“Podría haber estado en vísperas de Jena o de Austerlitz”, escribió acerca de la atmósfera previa a una batalla en La Ilíada, de Homero. “¡Esta es una pintura de la verdad!”, destacaría para la posteridad.
Sus gustos se extendían incluso a la lectura de trabajos de sus archienemigos, los ingleses, incluidos entre ellos las memorias de victoriosos generales. Entre las obras que solía llevarse a la cama se encontraban ocho volúmenes de Las Leyendas de Ossian, de James Macpherson, una pieza literaria romántica que inspiró a Goethe, a Schiller y a Byron y que entonces se creía que era una compilación de historias celtas que probaban la existencia de una raza pura de “highlanders”. Años más tarde se descubriría que habían sido escritas a fines del siglo XVIII por un pícaro escocés.
Tras Waterloo, Napoleón experimentó también una derrota literaria cuando el mariscal prusiano Blücher von Wahlstatt puso en acción a su caballería para impedir que el fugitivo francés se llevara consigo 10.000 libros del palacio de Trianon.
Mientras su entorno se preparaba para recibir instrucciones sobre el exilio a Santa Elena, Napoleón tomó como refugio la biblioteca de Malmaison. Cuando las tropas de la coalición europea fueron a buscarlo, lo encontraron leyendo una popular novela. Desgraciadamente, su título sigue siendo hoy un misterio.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar