Autor: Felipe Pigna
En 1980, a usted se le otorgó el Premio Nobel de la Paz. ¿Cómo repercutió en ese momento?
Creo que en ese momento el premio Nobel fue un detonante muy fuerte que puso en crisis la credibilidad de la dictadura. Fue como abrir una compuerta de un río donde a nivel de la comunidad internacional, de la conciencia internacional, se comenzó a conocer mas profundamente lo que estaba pasando en la Argentina y en muchos otros países de América Latina, y esto ayudó a tomar conciencia y a fortalecer las organizaciones. Ahí comenzaron las grandes movilizaciones. Salían a la calle 120 o 150 mil personas. Ahí comenzaron las huelgas de hambre, los ayunos y las instancias para recuperar un proceso democrático.
¿Qué postura toman los organismos de derechos humanos tras la asunción de Raúl Alfonsín?
Al primero que llama Alfonsín a través de Antonio Tróccoli, ministro del Interior es a mí. Fui a la casa de gobierno y conversé con Tróccoli. Todos los organismos de derechos humanos estábamos trabajando por las comisiones bicamerales, que tienen capacidad de investigación. Y Alfonsín me ofrece integrar una comisión de desaparecidos, que iba a depender de presidencia de la Nación. Era cambiar las cosas. Yo le pedí un plazo para consultar con los organismos de derechos humanos, ya que mi trabajo no es individual. Entonces, convocamos a todos los organismos de derechos humanos y del análisis surgía que Alfonsín quería mandar todas las causas a la justicia militar y no a la justicia. Nosotros estábamos en contra de eso, porque sabíamos que los militares -y se lo dije a Alfonsín- no se iban a juzgar a sí mismos, como efectivamente ocurrió. Al día siguiente cuando abro el diario encuentro que se lo había ofrecido a Sábato también. Pero cuando a mí Troccoli me da la lista de la gente que iba a integrar la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), Sábato no estaba. Cuando me vuelvo a encontrar con Alfonsín en la casa de gobierno en una reunión de los organismos de derechos humanos, me dice: “mire, yo tengo el decreto aquí; si usted quiere, lo firmo ya para que usted integre la comisión”. Yo le dije que sólo lo haría con la condición de que todo pasara a la justicia federal, porque la justicia militar no se iba a juzgar a sí misma.
Después transcurrieron más de tres años, en los cuales la CONADEP no tenía capacidad de investigación sino simplemente de recaudar la información. Nosotros tratamos de apoyarlos porque los organismos de derechos humanos veníamos sistematizando y computando la información. Después de los plazos vencidos de la justicia militar que no respondía, lo único que hizo la justicia militar fue dejar sin culpa y cargo por causas vencidas al capitán Astiz. La cámara se vio obligada a sacar las causas de la justicia militar y juzgarlas. El juicio, dentro de las deficiencias que tuvo, que fueron muchas -porque se juzgó con el código de la justicia militar y no de la justicia civil, (debía ser por causa civil, por la justicia federal-) fue importante. Creo que tuvo mucha resonancia. Por primera vez en el continente se juzgó a militares responsables de graves violaciones de los derechos humanos, a pesar de que esto es muy limitado, y se haya juzgado a las tres primeras juntas.
¿Qué opina de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final?
Nosotros no estamos de acuerdo con la ley que saca Alfonsín de Obediencia Debida, porque la Ley de Obediencia Debida contradice todo derecho, incluso el derecho internacional. La Ley de Obediencia Debida avala los crímenes de los nazis. Adolf Eichmann, cuando lo juzgan, dice: “un soldado cumple órdenes de sus superiores; un soldado no tiene por qué determinar si esa orden es justa o es injusta; la misión de un soldado es obedecer ciegamente…”. Y nosotros hicimos una diferenciación sobre esto. Sobre lo que es la «obediencia ciega» -que es esta que se aplica en la ley de obediencia debida-, y la “obediencia en libertad”. Un soldado está obligado a cumplir una orden dentro de las normas que su conciencia y que las leyes determinan, pero no a cometer todo tipo de atrocidades, como por ejemplo es el caso del capitán Scilingo, quien dice que inyectaban a las víctimas y las arrojaban vivas desde los aviones o que violaban y torturaban a las mujeres y se apropiaban de los niños secuestrados y desaparecidos. Entonces, ¿dónde esta la ética y la conciencia de un soldado?
Yo estando en la prisión pude ver y pude sentir en carne propia lo que hacían con los prisioneros judíos. Y las cruces esvásticas dibujadas en las paredes y escrito nazionalismo (con zeta). Es decir, había una conciencia fascista. Por eso nosotros no podemos estar de acuerdo con la política de Alfonsín. No podemos estar de acuerdo con la Ley del Punto Final; no podemos estar de acuerdo con los indultos presidenciales. Porque hoy nuestro país vive un estado de indefensión jurídica y sobre la impunidad es imposible construir cualquier proceso democrático real. Y en esto, los organismos de derechos humanos tenemos muy claro cuál es nuestro compromiso de la búsqueda de verdad y de justicia. Lo quieren confundir con espíritu de venganza, pero aquí no hay venganza. Aquí hay un espíritu de búsqueda de verdad y de justicia, que es lo único que nos puede llevar a construir un proceso democrático real, no sólo para ahora sino para las generaciones que nos siguen, porque si nosotros permitimos estas leyes, la vida de los jóvenes corre un serio peligro en un tiempo mediato.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar