Rigoberta Menchú Tum


Autor: Julio Oliva Garcia, El Siglo.

«La doble moral de Estados Unidos»

En medio de su visita a EE.UU., donde entre otras cosas junto a los Premios Nobel de la Paz Mairead Coorigan Maguire y Adolfo Pérez Esquivel se entrevistó en la ONU con el actual Presidente de la Asamblea General, el Presidente del Consejo de Seguridad y el Secretario General, Kofi Annan, para protestar por la agresión contra Afganistán, entrevistamos a la Premio Nobel de la Paz y Embajadora de Buena Voluntad para la Cultura de Paz-UNESCO, Rigoberta Menchú Tum.

¿Qué opinión tiene sobre los atentados terroristas cometidos en Estados Unidos y sobre el marco mundial en el que ocurren?
Desde el primer momento he condenado enérgicamente esos actos criminales. Nadie puede justificar, por ningún motivo, la matanza indiscriminada de civiles indefensos. Ninguna causa o bandera puede validar el uso del terror asesino en contra de mujeres, hombres y niños. Por ello expresé inmediatamente mi solidaridad con las víctimas e hice mío el dolor de sus familiares. Yo no soy una observadora imparcial, soy sobreviviente del terrorismo y por eso mismo mi actitud de condena es tan categórica. También por ello exijo que los Estados y las sociedades civiles en el mundo nos opongamos definitivamente a cualquier forma de terrorismo, ya sea que provenga de grupos particulares o de los propios Estados.

Lo que no se vale es la hipocresía y la doble moral de quienes condenan una forma de terrorismo, al mismo tiempo que tratan de justificar el terror de los estados. Me duelen en el alma las más de 6 mil víctimas civiles de Nueva York, porque son tan dignas e inocentes como las más de 300 mil víctimas del terrorismo de Estado en América Latina. Tanta solidaridad merecen esos miles de ciudadanos estadounidenses, como las decenas de miles de hombres y mujeres latinoamericanos que un día fueron detenidos arbitrariamente por fuerzas estatales y que nunca jamás regresaron a sus casas con sus familias.

El terrorismo ejercido por los gobiernos militares en mi país me arrebató a mi padre, mi madre, mis hermanos Víctor y Patrocinio y a mi cuñada María. Y ellos son tan sólo una parte de las más de 200 mil víctimas del genocidio cometido en Guatemala. Por eso ofende nuestra dignidad que, quien se cree el presidente del planeta, nos diga: «Están con nosotros o están con los terroristas». Las altas autoridades de los EE.UU. pretenden ignorar que ellos mismos entrenaron, armaron, financiaron y alentaron a las mentes enfermas que hoy se les revierten; intentan ocultar que los genocidios cometidos en la segunda mitad del siglo XX en América Latina y en otras regiones del mundo, contaron en la mayoría de los casos con la aprobación, el respaldo y la asesoría de Washington.

Por esas razones, junto a miles de mujeres y hombres en el mundo, exijo con firmeza que los responsables de esos crímenes contra la humanidad sean identificados, perseguidos judicialmente y juzgados de acuerdo con las leyes nacionales e internacionales. No importa que se llamen Osama Bin Laden o Henry Kissinger. Lo más importante es que esos delitos de lesa humanidad no queden en la impunidad; que se imponga el camino de las leyes, el camino del Derecho. Una y otra vez he rechazado y condenado la pretensión de que la venganza prevalezca sobre la justicia. No puedo aceptar que el Gobierno de los EE.UU. y los otros gobiernos que se someten a sus dictados, pretendan hacer retroceder a la humanidad a la ley del ojo por ojo. Hasta el día anterior a los atentados terroristas en Nueva York y Washington, varios gobiernos y algunos de los grandes medios de comunicación en el mundo nos criticaban por buscar juicio y castigo contra los responsables del genocidio y el terror desde los Estados; nos acusaban de estar buscando venganza y nos exigían optar por el perdón y el olvido. Ahora, ellos invocan un supuesto derecho a la venganza, pasando por encima de cualquier principio o mecanismo jurídico.

¿Cuál es su posición frente a lo que está ocurriendo hoy en Afganistán?
Con toda la fuerza de nuestro espíritu, desde los cuatro puntos cardinales del planeta, miles de personas que amamos profundamente la paz intentamos evitar esa guerra. Nos dirigimos al presidente Bush y a los demás líderes para llamarlos a la cordura. Pero todo fue en vano. La agresión más absurda y criminal se ha desatado contra un pueblo inocente que durante décadas, sin calma, sin tregua, ha sufrido las peores agresiones, las intervenciones extranjeras y la represión. Un pueblo campesino azotado por la guerra impuesta, el hambre y las catástrofes naturales.

Estamos ahora frente a la injusticia incalificable de que las naciones más ricas y poderosas del mundo han unido su más alta tecnología y su maquinaria de muerte para atacar a uno de los pueblos más pobres de la tierra. Ofende la inteligencia de quienes en el mundo pensamos con nuestra propia cabeza, que EE.UU. y las grandes potencias pretendan hacernos creer que, para perseguir a un grupo de terroristas, se justifica arrasar aldeas completas, atacar a la población civil en las ciudades y destruir edificios como el de las Naciones Unidas o la Cruz Roja Internacional en Kabul.

Al pretender responder al terror de grupos fanáticos con el gigantesco terror institucional de los estados más poderosos, se le está imponiendo a la humanidad una lógica perversa. La brutal agresión contra el pueblo de Afganistán, que viola toda legalidad internacional, no la justifica nada.

Nadie, absolutamente nadie que actúe con cordura y sensatez puede defender la agresión militar contra este pueblo como un acto de justicia. Menos aun se puede pretender que con esos actos de guerra se estén creando las condiciones para que surja ahí un régimen democrático.

¿Qué acciones ha desarrollado para llevar adelante esta postura contraria a la guerra?
Ya me referí a la postura que hice pública el mismo día de los atentados en los EE.UU. y a la carta que dirigí al presidente Bush. El lunes 8 de octubre, unas horas después de iniciados los bombardeos sobre Afganistán, una delegación integrada por la Premio Nobel irlandesa Mairead Coorigan Maguire, el Premio Nobel argentino Adolfo Pérez Esquivel y mi persona, nos hicimos presentes en Nueva York para entrevistarnos en la ONU con el actual Presidente de la Asamblea General, el Presidente del Consejo de Seguridad y el Secretario General, el señor Kofi Annan. En cada una de esas reuniones expresamos nuestro rechazo a la agresión militar que se había iniciado, con la convicción de que la violencia no se combatirá con más violencia. Demandamos la defensa y el respeto al orden jurídico internacional establecido para garantizar la convivencia entre las naciones.

Junto a varios Premios Nobel de la Paz, estamos preparando un encuentro de personalidades con representación y reconocimiento a nivel mundial para reiterar y reforzar la exigencia a favor de la paz. Buscamos que nuestro llamado a la cordura encuentre eco en los parlamentos y en otras esferas de decisión política, que sean capaces de oponerse a quienes se han subordinado incondicionalmente a los grandes intereses económicos, políticos y militares que están arrastrando al mundo a la locura de la guerra. Este encuentro probablemente se realizará en la Ciudad de Madrid, España, en los primeros días de diciembre.

En estos días he estado recorriendo varias ciudades de los EE.UU. para reunirme con universitarios, gente de iglesia y otros grupos ciudadanos, acompañándolos en sus esfuerzos por la paz y estimulando su determinación de oponerse a la guerra. Estoy convencida de que del seno del propio pueblo estadounidense saldrán las mejores contribuciones a favor de la paz y emergerán los movimientos más efectivos contra el guerrerismo que hoy se ha impuesto en el mundo.

¿Cuál es en estos momentos su relación con Chile?
He tenido pendiente estar presente en Chile para expresar mi solidaridad e identificación con los miles de mujeres y hombres que en ese querido país luchan por la justicia y en contra de la impunidad. He seguido con sumo interés y admiración la perseverancia y la tenacidad de quienes se negaron y se niegan a dejar en la indignidad del olvido a las miles de víctimas del terrorismo de Estado. A mucha gente en todo el mundo nos inspiró la valentía y la determinación de quienes, a pesar de las amenazas y los peligros, se atrevieron a presentar las primeras querellas judiciales en contra de Pinochet y otros responsables de los más graves crímenes contra la humanidad. Admiro a los sobrevivientes y a los familiares de las víctimas que escogieron el camino de la justicia y se convirtieron en acusadores ante los tribunales; valoro a los abogados que se pusieron al frente de esas causas y las han conducido de manera ejemplar; respeto enormemente a los jueces que no han cedido a las presiones y están cumpliendo con la ley para devolvernos, poco a poco, la confianza en el sistema de justicia.

He dicho muchas veces que el día que Pinochet fue detenido en Londres y se inició el proceso para extraditarlo a España, nació una esperanza de justicia para mí y para miles de víctimas del terror de los Estados. Por primera vez vi, de manera concreta, la posibilidad de llevar ante cualquier tribunal del mundo a los responsables de la muerte de más de 200 mil de mis hermanos guatemaltecos, de ver juzgados de conformidad con el derecho a los autores de los delitos de lesa humanidad cometidos en Guatemala, a los grandes responsables de más de 45 mil casos de desaparición forzada, de haber ordenado más de 600 masacres en comunidades indígenas, de haber borrado del mapa más de 400 aldeas campesinas, en fin, de haber cometido genocidio en contra del pueblo Maya.

Esa opción por el camino de la justicia y la vía del derecho, me llevó a iniciar en diciembre de 1999 una querella ante los tribunales de la Audiencia Nacional de España en contra de los altos jefes militares y civiles, responsables de los delitos de genocidio, terrorismo de Estado y tortura cometidos en mi Guatemala.

Ese mismo voto de confianza en que algún día terminará la impunidad y funcionarán libremente los sistemas de justicia, nos llevó, a la Fundación que presido y a mí, a constituirnos como querellantes ante los tribunales chilenos en contra de los principales responsables de la «Operación Cóndor». Al participar dentro de esa querella estamos documentando lo ocurrido en Guatemala desde 1966 como antecedentes directos de lo que después aconteció con las dictaduras militares en el Cono Sur. En ese año surgieron en Guatemala, por primera vez en América Latina, los escuadrones de la muerte, el secuestro masivo de opositores al régimen, la tortura de los prisioneros hasta la muerte y su desaparición definitiva. Incluso se inauguró la práctica terrible de lanzar al mar, desde aviones de la Fuerza Aérea, los cuerpos torturados de los secuestrados.

Esos crímenes de terrorismo de Estado comenzaron en mi país 7 años antes del cuartelazo de Pinochet y 10 años antes del inicio de la dictadura argentina. Y el círculo se cerró, a principios de los años ochenta, con el envío de asesores militares chilenos y argentinos a Guatemala. Esos «embajadores del terror» llevaron a mi país las experiencias más sofisticadas en técnicas de control de ciudadanos, secuestro y tortura de opositores; en todas esas artes del horror a las que elegantemente les llaman «inteligencia militar». En todo ese proceso, de principio a fin, está presente la asesoría, el entrenamiento, el financiamiento y el equipamiento por parte del gobierno de los Estados Unidos. El papel directo y personal que jugaron personajes como Henry Kissinger o Vernon Walters está claramente documentado.

Eso es lo que denunciamos, junto a otros acusadores chilenos, uruguayos, argentinos y paraguayos, en la querella recientemente presentada en Santiago ante el Juez Juan Guzmán Tapia. Ahí está depositado este nuevo voto por la justicia y en contra de la impunidad. Hay que volver a inventar la esperanza con el optimismo de que, a pesar de los tiempos adversos que hoy vivimos, cada día somos más las mujeres y los hombres que compartimos ese sueño.

Para empezar a cumplir ese compromiso con el pueblo chileno y en particular con quienes han empeñado sus esfuerzos en la lucha contra la impunidad, estaré en Santiago el próximo martes 30 de octubre para participar en el gran evento que los organizadores de la Caravana por la Vida han preparado en el Estadio Nacional. Con gran emoción uniré mi corazón al de los miles de enamorados por la vida, que tercamente nos negamos a claudicar ante el olvido.