Fuente: Revista Cantando, Nº 116, 23 de junio de 1959.
El 11 de diciembre se celebra en nuestro país el día del tango, en recuerdo del nacimiento de los creadores de dos vertientes del tango: Carlos Gardel, el más reconocido cantante de tango de todos los tiempos, y de Julio de Caro, destacado violinista, compositor y director de orquesta. Compartimos aquí un artículo sobre la infancia, juventud, éxito y trayectoria de Carlos Gardel, “zorzal criollo”, publicado en 1959.
“La dilatada trayectoria del gran cantor puede dividirse en diversas etapas perfectamente definidas en sus cuarenta y ocho años de vida. Su biografía, archiconocida, aún no ha sido agotada y faltan episodios notables de su carrera que algún día completarán su historia.
A medida que los años transcurren, su figura se agiganta y su voz nos asombra.
Charles Romualdo Gardés nacía el día 11 de diciembre del año 1887 en la ciudad de Tolouse, a orillas del río Garona, cerca de la confluencia con el río Lot. Allí en el extremo sur de Francia y a poca distancia de Los Pirineos –frontera natural con España– pasó sus primeros cuatro años el que más tarde se transformaría por esas cosas del destino en el “Rey del Tango” argentino.
Por aquel entonces ya no quedaban trovadores en la Provenza Inmortal, y el advenimiento al mundo del pequeño Charles pudo ser obra de Dios. El niño tolosano fue un predestinado divino que le prestó al tango su voz. La historia de Carlitos se inicia en el año 1891 cuando parte de Marsella con su señora madre –Doña Bherta Gardés– con destino al Río de la Plata. Cuando llegó a la Argentina el tango aún no tenía letra y lógicamente… tampoco tenía voz. Era el tiempo de los payadores.
Una infancia difícil
Desde aquella mañana en que doña Bertha y Carlitos pisaron tierra argentina, ambos iniciaron una vida distinta y difícil. El primer albergue que le ofrecieron a la buena mujer y a su hijito estaba ubicado en la calle Cuyo 214 y comienzan una dura lucha contra la miseria. Doña Bertha se desempeña como planchadora en la casa de doña Anís B. de Muñiz, pero la situación económica no mejora y la pobre madre ya no sabe qué hacer para atender al pequeño Carlitos.
Con todo el dolor de su alma decide separarse de su hijito. Lo deja al cuidado de doña Rosa C. de Francini durante cuatro años y al cumplir nueve vuelven a unirse. Mientras tanto, Carlitos cursaba sus estudios primarios en una escuela francesa.
El hijo de doña Bertha era un pibe precioso. Dicharachero y alegre que no perdía oportunidad de ganarse el sustento realizando las más diversas tareas. Su oficio más importante era el de tipógrafo, pero lo mismo hacía una cosa como la otra. Cualquier menester le venía bien. Lo que importaba era ganar las monedas necesarias para ayudar a la madre. Era inteligente y observador. Tenía vivacidad y espíritu y se adaptó sin esfuerzo al ambiente porteño. Le gustaba la calle y la noche… Además, le encantaba escuchar a la banda del Regimiento 8 de Infantería, acantonado en el Parque de Artillería, donde hoy se levanta el Palacio de Justicia, en la Plaza Lavalle. Nunca se perdía la famosa “Lista de Cinco”. A esas reuniones lo llevaba don José Colón, vecino de su mamá en la casa de la calle Talcahuano 64 y contrabajista de la referida banda militar. Por él se supo más tarde que doña Bertha bajó a tierra en Montevideo antes de seguir viaje a Buenos Aires y que inscribió a Carlitos en el Registro Civil de Tacuarembó (Uruguay), donde se deslizó el error en el apellido, es decir se escribió “Gardel” por “Gardés”…
Este hecho no altera el curso de las cosas. Pudo existir o no este episodio de Tacuarembó. Lo cierto es que al reencontrarse doña Bertha y Carlitos, éste ingresa al Colegio San Carlos en calidad de pupilo, en virtud de que sus travesuras aumentaban de calibre y llegaron a intranquilizar a su madre, sumamente preocupada por las andanzas callejeras de su hijo. En el período de vacaciones, Carlitos recuperaba su libre albedrío y se ganaba el pan vendiendo fósforos, diarios, arreglando relojes, componiendo formas en una imprenta y ayudando a los utileros teatrales después de pertenecer a la “claque” capitaneada por don Luis Giglione.
Carlitos es incorregible. Se le mete en la sangre la farándula porteña y se consagra a ella con toda pasión. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, doña Bertha lo amenaza con encerrarlo de nuevo en el Colegio San Carlos, y en la seguridad de que su madre estaba dispuesta a hacerlo, el pequeño Carlitos se metió en un barco y se fugó a Montevideo. No podía aceptar el encierro. Su mirada se había acostumbrado a las luces de la calle Corrientes por la que transitaban artistas, periodistas, cantantes y poetas, que con el correr del tiempo iban a tener un punto de referente –significativo y trascendente– dentro de la milagrosa trayectoria del futuro y permanente astro de la canción de Buenos Aires…
La juventud del morocho
La calle lo atrajo permanentemente a Carlitos Gardel. Era una obsesión para aquel muchachito morocho, peinado con raya al medio, bastante gordito y de andar desenfadado. La madre ya había perdido las esperanzas de retenerlo a su lado. Tenía alma de pájaro y como tal, le gustaba cantar.
Sentía la necesidad de andar y andar de aquí para allá, libre y sin apremio, en busca de algo que reclamaba su espíritu inquieto. Recorría todos los boliches y comités donde alguien cantara al son de una guitarra. No le importaba donde quedara. Lo importante era estar allí. Participar de esa fiesta y prenderse si tenía ocasión en el canto y la vihuela, entonando milongas, cifras y estilos.
Cuando ponía entre sus manos regordetas una guitarra, Carlitos la acariciaba como a una novia. Apenas se defendía marcando algunos tonos que le enseñaron Arturo de Navas y el inolvidable Pablo Podestá en los altos del teatro Apolo.
Tiempo más tarde el Tano Oriente del Abasto, contribuyó a mejorar su técnica guitarrística, pero siempre estuvo por encima del instrumento su voz privilegiada. Por medio de ella llegó a la fama. Eso era lo fundamental y lo comprendió así: ¡su canto!
Corre el año 1907, Gardel tenía la costumbre de arrimarse hasta la cancha de bochas de Moreira, ubicada en la calle Cabrera, entre Gascón y Almagro. En esa especie de glorieta cantaba un tal Biringüela. En un almacén de Bulnes y Guardia Vieja conoció a Mingo Daguita y al Tano Oriente. Se sorprendieron ambos con su canto y lo invitaron al Café “O’Rondeman” de la calle Agüero 524, en la esquina de Humahuaca. Allí, frente mismo al viejo edificio del Mercado de Abasto Proveedor, Carlitos Gardel –un mozo de veinte años– entra en relación con los hijos de don Agustín Traverso, Constancio, Elberto –el inolvidable “Gordo Yiyo”-, José (Cielito) y Félix. Eran tiempos bravos.
La época de los bailarines de la talla del Cachafaz, Tarila, El Escoberito, El “Flaco” Alippi y el “Negro” Pavura. Ellos crearon la coreografía del tango todavía sin letra. Después llegó Carlitos Gardel a darle su voz. Esa voz que hizo posible la idea de ponerle letra al tango. Un mérito del barrio del Abasto que nadie le podrá discutir. Cuando Gardel irrumpió con su voz en el Abasto tallaba el Payador José Betinotti, ya cerca de su ocaso. No obstante, el genial autor de “Pobre mi madre querida” lo escuchó con verdadero cariño y en el año 1912 –tres años antes de su muerte– en el Café de Marineta y Tumasín, ubicado en la calle Anchorena entre Lavalle y Guardia Vieja, dio aquella frase histórica y feliz: –¡Canta como un zorzal!
Su dúo con Razzano
Otro encuentro significativo fue el que sostuvo con el cantor oriental José Razzano una noche del año 1911 en la casa del pianista Gigena, en la calle Guardia Vieja, detrás del Mercado de Abasto. En esta cita con el destino intervinieron varios amigos comunes y por parte de Razzano, don Luis Pellicer y Enrique Falbi, que desean que “El Oriental” mida sus fuerzas con “El Morocho” para establecer quién es el mejor cantor de los dos que sonaban en esa época.
Aquella reunión dio sus frutos. Lejos de enemistarse los dos hombres, echan las bases para unir sus voces y forman un dúo criollo. Los primeros intentos “profesionales” fallan. Se agregó al dúo Francisco Martino y luego Saúl Salinas. Éste los abandonó amigablemente en San Pedro y Pancho Martino –enfermo– en general Viamonte. ¡Otra vez solos!
El auge del dúo Gardel-Razzano comienza en el mes de diciembre de 1913 en el Armenonville por mediación de don Pancho Taurel, “el hombre providencial” en la historia de Carlos Gardel y José Razzano.
Pensar que aquella noche utilizaron una sola guitarra que les prestó don Alfredo Defferrari para animar una fiesta “bacana” en una confitería ubicada en Avenida de Mayo y Perú. En el “Armenonville” los contratan por la fabulosa cantidad de setenta pesos por noche. De allí al teatro. Del teatro a las giras por todo el mundo… ¡rumbo a la fama!…
La importante etapa del binomio finaliza en el año 1925 cuando Pepe Razzano resuelve abandonar el canto por razones de salud.
Un tango para su voz
En 1917, Carlitos entonaba por todas partes –en familia– los versos del tango “Percanta que me amuraste” –más tarde llamado definitivamente “Mi noche triste” y con anterioridad “Lita” – antes de largarlo al público. Le tenía fe a los versos de Pascual Contursi con música de Samuel Castriota. Lo estrenó ese año en el Teatro Esmeralda.
En el año 1920, Carlitos y Pepe tienen treinta años de edad. Están en pleno apogeo. El dúo trabaja incansablemente y viaja al interior en penosas “tournés” para imponer las grabaciones en “Disco Nacional Odeón”.
A partir de entonces, el tango se enseñoreó en la garganta de Carlitos Gardel. Junto a las canciones criollas del dúo estaba el tango. Así lo llevaron a España y posteriormente a Francia.
Al cabo de doce años de andar juntos se bifurcan los caminos y Gardel prosigue solo su marcha hacia la gloria y la muerte.
Gardel: el hombre
La etapa definitiva de Carlitos Gardel se desarrolla en el lapso de diez años exactos. El tiempo que media entre su separación de José Razzano en 1925 y su trágica muerte en Medellín en 1935.
¡Cuántas cosas importantes realizó el gran cantor en estos diez años!
Afirmó su prestigio de intérprete excepcional por todo el mundo. En el mes de junio de 1927, a bordo del “Conte Verde” Carlitos Gardel viaja rumbo a Francia por tercera vez, pero antes tocaría de nuevo España. Ésta será su etapa consagratoria antes de intentar la verdadera conquista en París.
El año 1928 es el mejor de su carrera. El día 2 de octubre –fecha de su debut– debe instituirse como “El día del tango”.
Ya es un hombre de mundo, atrayente y popular. Su nombre está en las más importantes carteleras de París y “su” tango conquista a los franceses desde el “Florida”, de la Rue Clichy, de Montmartre; desde el Casino de Cannes o desde el famoso Music-Hall “Empire”, en el corazón del luminoso París.
El artista excepcional
Carlos Gardel divide su tiempo entre Buenos Aires y París. Viaja constantemente. Graba aquí y allá. Realiza giras relámpago. Filma películas. Actúa en clubes nocturnos. Descansa. Trabaja. Estudia. Su voz necesita cuidado y él se los prodiga. El cine europeo lo incorpora a sus filas y desde entonces su imagen se populariza vertiginosamente por América. Sus películas son un éxito sin precedentes de taquilla. Gusta a rabiar. Lo adoran todos los pueblos americanos que lo consideran como un cantor que les pertenece a todos por igual. ¡La gloria se acerca!…
Después de una serie de películas filmadas en Astoria (Long Island) realiza una gira continental que resulta apoteótica para el artista mimado por todos los públicos. Pocos días después será llorado también por aquellos que lo aplaudían emocionados. El punto final de su vida estaba en Medellín (Colombia) un 24 de junio de 1935…
Desde entonces… Carlos Gardel sigue siendo tal como era el mismo día en que pereció en ese infierno de fuego y de sangre. Idéntico. ¡A nadie se le ocurrió imaginarlo de otra manera!… ¡Un milagro!
Los fieles amigos de Gardel murieron en la misma hoguera
En cada nuevo aniversario de la muerte de Carlitos Gardel, evocamos también a sus fieles compañeros de gloria y de infortunio. Aquel día nefasto cayeron a su lado Alfredo Le Pera, Guillermo Desiderio Barbieri, Domingo Riverol, José Corpas Moreno y un grupo de hombres vinculados al negocio artístico. Todos siguieron su triste suerte. Se salvó José María Aguilar, quien falleció en Buenos Aires muchos años más tarde.
De aquel reducido grupo de muchachos queridos destacaremos por igual a sus guitarristas Barbieri y Riverol. Ellos seguían al “patrón” con toda alegría por los caminos de América, ya que no habían podido tocar la guitarra en Norte América por las rígidas leyes del país. En la gira fatal se dieron el gusto de estar detrás suyo guitarra en mano. Como siempre. Pero el destino les había tendido una celada y caerían junto al gran cantor para siempre. José Corpas Moreno era su secretario. Joven y animoso, lleno de vida y esperanzas.
Alfredo Le Pera –a quien no se le ha rendido el homenaje que se merece– joven e inquieto periodista y autor exclusivo de las letras de sus canciones y de los argumentos de sus películas. Era su administrador de hecho y su representante. Había nacido en Brasil, y llegó de pequeño a Buenos Aires. Su primer tango se lo estrenó Gardel… ¡y el último también!…
El hijo bueno
El muchacho de infancia turbulenta y callejera que veneraba a doña Bertha. ¡Carlitos fue el único tesoro que tuvo doña Bertha Gardés!… Con el pequeño francesito entre sus brazos se embarcó una tarde en Marsella rumbo al Río de la Plata. Una ley inexorable la había condenado a partir con su hijito en busca de un paraíso de esperanza para ese niño inocente que no tenía por qué pagar culpas ajenas. Para ese hijo de sus entrañas que tenía derecho a ser feliz. Ella era aún una mujer joven y fuerte en aquel día del año 1891 en que dejó atrás su hogar, sus familiares, sus recuerdos y su Toulouse natal. El vivaracho Charles no tenía todavía cuatro años de edad… pero parecía darse cuenta de todo lo que ocurría. ¡Las lágrimas de su madre se lo anunciaban!
Una mañana soleada y fresca llegaron al fondeadero del Puerto de Buenos Aires y esperaron pacientemente el lanchón que los trasladaría a tierra firme. Esa tierra que les abría generosamente el azul y blanco de su cielo y de su bandera para que ellos lo aceptaran como propio.
Después, la lucha dura por la vida, Carlitos comenzó a crecer y por mucho tiempo estuvo alejado del regazo materno. La vida lo arrastraba por caminos opuestos. Su prematura vocación artística lo separó del hogar humilde y querido. Su madre siempre estuvo en su corazón, en su voz, en sus canciones…
Gardel en el turf
¡EL Turf fue una de las grandes pasiones de Carlitos Gardel!… El profundo cariño que Carlitos sentía por los caballos de carrera, por su amigo Ireneo Leguisamo, por los hermanos Tortercio, por don Francisco Maschio, por la gente de los “studs”, por hipódromos y… por las ventanillas, está reflejado en sus tangos. Uno solo lleva su firma con versos del extraordinario poeta y periodista Alfredo Le Pera: “Por una cabeza”. Los demás pertenecen a diversos autores y algunos de ellos están ilustrando esta página evocativa. Faltan dos temas importantes que Carlitos popularizó y son: la milonga de Francisco Martino “La Catedrática” –conocida por “Soy una fiera” aunque con letra reformada- y el tango “Uno y uno” de Luis Traverso y Julio F. Pollero. En alguna forma también puede mencionarse en su discografía burrera, el tango de Carlos Dedico, Germán Ziclis y Salvador Merico titulado “Paquetín, paquetón”, junto al tango “Bajo Belgrano” que pertenece a Francisco García Jiménez y Anselmo Aieta.
En el turf, por encima de todo en sus distintos aspectos de propietario y de jugador impenitente y sin medida, Carlitos Gardel era feliz en aquel medio ambiente. Visitaba a diario el stud de la calle Olleros para “charlar” con su caballito, con los peones, con “Legui”, con Maschio… Buen amigo de todos, fue un aficionado en grado superlativo a las carreras de caballos.
Gardel en el recuerdo
¡Carlitos Gardel es algo más que un recuerdo!… No es necesario traerlo a la memoria. Está permanentemente en el espíritu del tango y del pueblo, sin posibilidad de olvido. Su nombre es leyenda y su voz y su figura sigue junto a nosotros, proyectándose, agigantándose en el tiempo, como un faro luminoso y divino que marca el verdadero camino de la canción de Buenos Aires, desde el milagro del disco y del cinematógrafo. La Patria del Tango sabe que Carlos Gardel no le pertenece, pero entiende que puede considerarlo argentino de adopción, a pesar de su origen francés.
Pero Carlitos Gardel se tituló a sí mismo para eludir situaciones embarazosas así: ¡Ciudadano del tango!… No obstante, los argentinos, los uruguayos, los colombianos y los españoles plantearon reiteradas cuestiones en ese sentido. Todo fue en vano. Carlos Gardel es auténticamente francés, de origen y de sangre. Pero es también –no se puede decir que fue– el más auténtico intérprete del tango. Quizás mañana, como aconteció hace poco en España –alguien diga que Gardel nació en cualquier otro lugar del mundo. ¡Y estaría en lo cierto!… Carlitos nos pertenece a todos por igual…
Gardel en el cine
Carlitos Gardel ya no existe. En esto no cabe duda. Es un hecho probado, a pesar de los innumerables comentarios que surgieron después del fatal accidente aéreo ocurrido en Medellín (Colombia) aquel infausto 24 de junio del año 1935. Allí se quedó para siempre el gran cantor y sus infortunados compañeros de lucha y de gloria, Guillermo Desiderio Barbieri. Domingo Riverol, Alfredo Le Pera, José Corpas Moreno y muchos más. Pero el cine y el disco nos lo devolvieron de inmediato. Por esos dos caminos milagrosos se eternizó en el corazón del pueblo. La pantalla le estaba negando su brillo de plata por su extremada gordura. Sus primeros intentos en “La Loba” y “Flor de Durazno” –sin contar los cortos musicales de Eduardo Morera– de poco le sirvieron. Perdió tiempo y dinero en ese primer encuentro con las cámaras del séptimo arte, pero él presentía que allí estaba el secreto de su éxito posterior.
Recién en el año 1931 consigue protagonizar una película titulada “Luces de Buenos Aires” dirigida por el chileno Adelqui Millar con argumento de Manuel Romero y Luis Bayón Herrera y la intervención especial de Mario Battistella y Alfredo Le Pera. Fue su primer impacto cinematográfico. Tenía que ser en un pueblito de Francia, su tierra natal. Después de Joinville, donde dejó además “Espérame”, “La casa es seria” y “Melodía de Arrabal”, llegó… Nueva York para filmar “Cuesta abajo”, “El tango en Broadway”, “El día que me quieras”, “Tango Bar” y “Cazadores de Estrellas”. Todo deprisa. ¡Cómo si imaginara su cercano final!
Gardel en el mundo
Desde muy pequeño, Carlitos Gardel –quizás predestinado– se lanzó a recorrer el mundo en un largo viaje, sin descanso ni claudicaciones. El punto de partida de su vida andariega comienza en el Puerto de Marsella, cuando se embarcó rumbo a Buenos Aires –una posible escala en el Uruguay– de la mano de su madre doña Bertha. Se aclimató en las calles porteñas y posteriormente ensayó sus primeros vuelos por el interior del país. Más tarde se arrimó a Chile en una brevísima recorrida, cuando todavía cantaba a dúo con José Razzano. Volvió a Montevideo en reiteradas visitas. Entre ambas ciudades acrecentó su popularidad. A manera de prueba de fuego antes de animarse a volver al Viejo Mundo. Estuvo en Brasil, más tarde en España y posteriormente en París. Sintió la rara emoción de volver a su pueblo natal después de muchos años. La vida lo llevaba al punto de partida, convertido en cantor de tangos y canciones criollas. Cruzó el Canal de la Mancha para ver jugar al equipo internacional español y presenció su aplastante derrota: 7 a 0.
Otra vez a Francia, luego a Italia y otros países del centro de Europa para viajar definitivamente al lugar más difícil de su carrera de cantor de habla hispana. El medio ambiente y la lengua eran dos murallas casi insalvables, pero Carlitos Gardel –se comprobó más tarde– supo vincularse con su canto. Su pinta y su habilidad de hombre de mundo. Esta condición universal se reflejó en distintas canciones de su repertorio dedicadas a París, Buenos Aires, España, Nueva York, Portugal, El Cairo, Atenas, Japón, Rusia y otras naciones, interpretadas en francés, italiano, inglés y castellano, con su arte maravilloso.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar