Jon Lee Anderson


Autor: Andrea Lagos

Al publicar la entrevista que le realizó a Pinochet, Jon Lee Anderson le «avisó» al mundo que el general retirado se encontraba en Londres. Por eso algunos lo culpan. A comienzos de 1998, Jon Lee Anderson publicó en la revista The New Yorker un extenso perfil-entrevista de Augusto Pinochet. Había logrado algo imposible: que Lucía, la hija mayor, convenciera al senador vitalicio de que este destacado periodista norteamericano, autor del libro Che, una biografía, era un hombre confiable. En agosto de 1998 Anderson y Pinochet se reunieron en cuatro oportunidades en la casa santiaguina de Marco Antonio, el hijo menor del ex Comandante en Jefe del Ejército. Pero quedó pendiente un pequeño detalle: la sesión fotográfica para ilustrar la historia que debía realizarse en Santiago fue abortada por los ayudantes militares de Pinochet. A ellos los tenía muy molesto este periodista que, con un sospechoso acento británico, había tenido «tanta llegada» con el ex General. Entonces Anderson, que sabía por Lucía Pinochet que su padre viajaría a Londres, le propuso al ex general tomar las fotos durante su estadía en la capital inglesa y se comprometió a acudir personalmente a la sesión. Y para muchos, ese pudo ser un error fatal, pues The New Yorker habría «alertado» a los enemigos de Pinochet sobre su permanencia en Londres y los habría instado a iniciar los trámites para lograr su detención.

Lo peor es que el reportaje mencionado terminaba con un Pinochet paseando por la capital inglesa y chequeándose por médicos británicos, al tiempo que se fotografiaba en la suite presidencial del Hotel Dorchester. A los pocos días, Pinochet fue detenido en una clínica londinense por Scotland Yard.

Jon Lee Anderson se encuentra en Cuba y desde allí concedió esta entrevista telefónica. Es autor de una de las más famosas entrevistas a Fidel Castro y se encuentra preparando un especial sobre los héroes de la revolución cubana.

A más de un año de la detención de Pinochet, este destacado reportero que ha pasado su vida escribiendo sobre Latinoamérica, revisa lo que ha pasado después de que publicara uno de sus trabajos más famosos.

¿Qué sintió después de la última entrevista que le hizo a Pinochet en septiembre de 1998 al saber que éste era detenido en Londres? 
En el momento del arresto, el 16 de octubre, yo estaba en Laponia en una cabaña en la nieve descansando. Tras la detención de Pinochet mi teléfono no dejó de sonar. Mi primera impresión fue de sorpresa, pero después me di cuenta de que eso era algo que inconscientemente intuí. Pese a que no sabía de la inminencia de las acciones del juez Garzón, eso estaba en el tono de mis charlas con Pinochet. Él estaba muy preocupado con la posibilidad de ser juzgado por algo. En nuestra última conversación en Londres y, tras «apretarlo» mucho, cuando yo le pregunté ¿Y, a fin de cuentas usted qué pretende, qué tipo de arreglo busca, para qué ahora se ha convertido en senador vitalicio?», él estalló.

Usted le preguntó a Pinochet: «¿Qué gesto espera de sus enemigos y opositores políticos chilenos?» 
Y él me respondió: «Espero que se ponga fin a las demandas, a terminar con estos casos». Estaba muy enojado.

¿En ninguna parte de la conversación entre ustedes se reflejó algún temor de Pinochet por circular en un país gobernado por los laboristas? 
No, porque todos en el entorno de Pinochet tenían asumido eso como costumbre casi anual de visitar Londres. Incluso estaban esperanzados en que Pinochet entrara a Francia y pudiera visitar la tumba de Napoleón. Yo creía, en ese momento, que estaba en Gran Bretaña medio en secreto, pero con la clara anuencia de ciertos organismos del gobierno británico. El día que nos reunimos en Londres estaba un poco de mal genio. No se sentía bien. Pero se ablandó en la sesión fotográfica.

Durante las entrevistas que le hizo a Pinochet, ¿no que perdía la lucidez? 
Me daba la impresión de que estaba frente a un anciano. Como que Pinochet no estaba totalmente presente, no porque estuviese senil, sino porque se veía como un hombre que ya estaba entrando en ese mundo interior que nosotros asociamos con la vejez. Su hija Lucía le hablaba en voz muy alta por la sordera, tratando de guiarlo y de que puntualizara bien sus respuestas. Como que ya estaba un poco torpe mentalmente. Como conoce muy bien a su padre, Lucía intentaba guiar las actitudes y emociones de un anciano que ya tiene sus mañas.

¿Lucía Pinochet fue quien le permitió llegar a entrevistar a su padre? 
Sí. Antes de venir a Chile encontré un artículo que había aparecido en la prensa chilena en el que Lucía salía como la vocera familiar y la defensora de su padre y pensé que ella era la persona indicada. Iniciamos un contacto telefónico y Lucía aceptó que yo viajara a Chile, sin compromisos, para que su padre me otorgara la entrevista. Se han inventado toda clase de rumores sobre esto. Sin embargo, la primera pregunta que me hizo Lucía Pinochet cuando yo entré a su oficina fue: «¿Eres de izquierda o de derecha?». Yo no contesté, sólo le dije que era un periodista que intentaba ser objetivo y que quería entender cómo era la realidad vista por Pinochet y por qué la mitad de los chilenos lo odiaban y la otra lo quería.

¿Y ahí se le abrieron las puertas para conocer al ex general? 
No, luego me pasaron «revista» todo un canon de militares, ex militares, ex ministros de Pinochet… Los entrevisté para entender el entorno y la psicología del ex general Pinochet, pero también para que ellos me conocieran y tomaran la decisión sobre si Pinochet debía o no dar la entrevista.

¿Tras ser detenido en Londres, alguien cercano a Pinochet se comunicó con usted para inculparlo? 
El círculo cercano a Pinochet me culpó a mí por su detención.

¿Lo llamaron por teléfono? 
Me lo hicieron saber. Creen que yo formé parte de una especie de conspiración internacional para detener a Augusto Pinochet. Pero tuve contacto telefónico con miembros de la familia de Pinochet y al parecer ellos se dieron cuenta de que no era así, que yo no tenía «bajo la manga» ninguna intención oculta cuando pedí la entrevista. Pero aún existe mucho recelo en torno a mí en el círculo militar que rodea a Pinochet. Yo incluso expresé mi interés de volver a entrevistarlo detenido en Londres, pero existió gran oposición de su entorno. Por lo demás lo que a mí me interesaba de Pinochet era su figura y su entorno de poder en Chile y esa historia ya la escribí.

Hoy la historia que tendría que contar sobre Pinochet sería otra. 
Claro, ahora está derrotado.

En la entrevista Pinochet señaló: «Yo sólo fui un aspirante a dictador», y agregó, «los dictadores nunca terminan bien». ¿Piensa que se cumplió lo segundo? 
Exactamente. Esta fue una cita lapidaria ahora que uno la mira hacia atrás. Pinochet no es hombre introspectivo, ni autoconsciente. Al tiempo que tiene cierta complejidad en su personalidad, cuando se defiende de las acusaciones de los atropellos que cometió como gobernante, ha construido una caja de naipes mediante la cual él se justifica por un lado como patriota y como salvador de la patria, y niega todo lo que hizo. Pero él sabe bien lo que sucedió y que fue más allá de cualquier justificación. Me dio la impresión de ser alguien que se tropieza con sus propias palabras.

¿Qué le parece lo que ha sucedido en Chile durante el año y tres meses en que Pinochet ha estado detenido en Londres? 
En Chile ha habido un cambio dentro de lo moderado que son los cambios que se producen en ese país. La victoria de Lagos el 16 de enero se produjo en gran parte tras la declaración del ministro inglés Jack Straw de que iban a devolver a Pinochet a Chile. No sé exactamente cómo entender esta psicología chilena. El hecho de que Gran Bretaña le permita volver, «liberó» un poco a Ricardo Lagos de ser «condenado» por su afiliación filosófica con los años de Allende. Lo más curioso es que, al parecer, la detención de Pinochet ha servido para poner fin, finalmente, a su fantasma que aún estaba retorciendo a la democracia chilena con Pinochet ejerciendo como senador vitalicio.

¿Qué cree que le sucederá cuando Pinochet retorne a Chile? ¿Tiene algún futuro político? 
Pienso que Pinochet volverá a Chile como un hombre humillado y derrotado. Es posible que lo enjuicien o quizás lo dejen quedarse en su casa, pero ya no podrá levantar cabeza. Y esto obligará a las Fuerzas Armadas chilenas a comenzar a reformarse. Si Pinochet continúa vivo y cuerdo, y como en Chile no existe una ley que impida juzgar a un anciano, tienen toda la justificación para encausarlo. Ahora, esta es una decisión meramente política de los actuales gobernantes. Me da la impresión, por lo que conozco de la política chilena, que no van a hacer mucho contra Pinochet.

¿O sea para usted el mito del poder de Pinochet en Chile llegó a su fin? 
Estoy seguro de que llegará a Chile en una posición disminuida. Por eso la imagen tan fuerte de Pinochet ya nunca volverá a ser la misma. Estoy también seguro de que Ricardo Lagos llegará a una especie de trueque, donde acordará no juzgarlo a él, pero sí juzgar a todos los otros que cometieron excesos.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar